A José Lérida ‘El Pañero’, in memoriam
El 12 de diciembre falleció a los 79 años José Lérida Cortés, conocido entre la afición flamenca por José el Pañero. El eco de su cante queda en el recuerdo de quienes le conocimos y en el arte de sus dos hijos: José y Perico.
La mañana del domingo 12 de diciembre falleció a los 79 años José Lérida Cortés. Conocido entre la afición flamenca por José el Pañero, pertenecía por parte paterna a una larga estirpe de gitanos flamencos de Triana. Su abuelo José Lérida García estaba emparentado con los célebres Cagancho, como apunta Luis Soler Guevara en su impagable guía Flamencos del Campo de Gibraltar.
Al matrimonio formado por José Lérida Cruz, de Camas, y la algecireña María Cortés Cortés les nació su hijo José en Ceuta, el 11 de julio de 1942. La infancia del pequeño transcurrió en Sevilla, en San Román, barrio de gran solera flamenca y taurina. Con 11 años sus padres se afincaron definitivamente en Algeciras, ciudad donde el Pañero pasó su vida.
La familia paterna se buscaba el sustento con la mercadería de telas, oficio que continuó José para dedicarse posteriormente a la venta de artículos de importación en un bazar de su propiedad en Algeciras. No quiso ser profesional del cante pese a tener sobradas cualidades para ello, pues interpretaba con inusitada jondura soleares, seguiriyas, tientos, tangos, bulerías, bulerías por soleá, cantiñas, tonás, saetas, malagueñas y fandangos de Huelva. También le gustaba mucho la copla andaluza y acudía a ese género para adaptar algunas canciones al compás de bulería. Adornaba además su bulería con un baile de una elegancia fuera de lo común, sobrio y viril, muy en consonancia con la estética trianera de sus raíces paternas.
«Adornaba además su bulería con un baile de una elegancia fuera de lo común, sobrio y viril, muy en consonancia con la estética trianera de sus raíces paternas»
En la familia materna de José el Pañero también había flamencos de postín, aunque tampoco fueron profesionales. Así, su madre, María, cantaba muy bien por seguiriyas, estilos cortos y acompasados de la escuela gaditana, aprendidos a su vez de sus padres, el fragüero Bartolomé Cortés Molina Bartolera y Ana Cortés Nieto La Pichanta. Esta vivió de joven en Chiclana, Jerez y Cádiz, donde su forma de cantar asombró al mismísimo Enrique el Mellizo.
La tradición flamenca de esta familia gitana se remonta al menos hasta mediados del siglo XIX, cuando vio la luz en Algeciras el padre de Bartolera, un fragüero de nombre Juan José Cortés Molina, conocido por El Negrito, que cantaba fenomenal por martinetes y seguiriyas. Tenía la misma edad que otro gran cantaor de la tierra, Juan Soto Montero (nacidos en 1846), padre de Manuel Torre, con quien mantuvo una gran amistad.
Tientos con la guitarra de Antonio Perea. Sociedad del Cante Grande, Algeciras, 1972.
Soleares con la guitarra de Juli de Cabra. Algeciras, ¿1990?
José el Pañero siempre admiró a Manuel Torre y a su hijo Tomás, los Pavón, Juanito Mojama, Juan Talega, Tío Borrico, Antonio Mairena y Rafael el Tuerto, de quien cantaba como nadie sus personales tientos (no está de más recordar que Paco de Lucía rememoró en Cositas buenas el cante del Tuerto en sus tientos El Tesorillo). Aunque José siempre se consideró un aficionado, era dueño de un cante de gran pureza. Prueba de ello es que era admirado por Fernanda de Utrera, Paco Valdepeñas, Anzonini del Puerto, Manuel Morao, Parrilla, Curro de la Morena, Manuel Moneo o Agujetas, que gustaban de escucharlo. Con todos ellos compartió memorables fiestas en Jerez, Sevilla y el Campo de Gibraltar, particularmente en su casa de la calle Río. Tuvo ocasión de acompañar a su amigo Antonio Sánchez Pecino a su vivienda de la calle San Francisco a escuchar a sus dos hijos guitarristas, Ramón y un jovencísimo Paco de Lucía. Fueron muchas las noches y madrugadas que José vivió con el recordado Tío Evaristo Heredia y con otro corredor de fondo, su compadre Juli de Cabra, que andará desconsolado llorando por los rincones.
«Escuchar cantar y ver bailar a José Lérida colmaba los paladares más exquisitos. Los que disfrutaron de su cante sabían que asistían a un raro ceremonial, pues lo que salía de la garganta de este patriarca era la punta de iceberg de varias generaciones de flamencos bajoandaluces»
El caudal de conocimientos y la forma de sentir el cante las transmitió a sus dos hijos José y Perico, dos flamencos como la copa de un pino que se criaron en el compás natural que sostiene los cantes de la escuela gitana de la Baja Andalucía. Hoy en día son dos figuras del cante y del baile festero.
Escuchar cantar y ver bailar a José Lérida colmaba los paladares más exquisitos. Los que disfrutaron de su cante sabían que asistían a un raro ceremonial, pues lo que salía de la garganta de este patriarca era la punta de iceberg de varias generaciones de flamencos bajoandaluces. No estábamos delante de alguien que había aprendido de forma precipitada, sino que había una solera vieja. Su exquisito arte venía a corroborar que ni el cante es de pegavoces ni el baile de pegasaltos. Mantener con él una conversación sosegada sobre cante con una copa de vino en la mano era penetrar en los secretos de este arte. Por su memoria desfilaba todo lo que pudo escuchar en Sevilla de la familia de los Torre y de los Potajones sanluqueños, de Rafael el Tuerto, Tío Mollino y su hermano Roque Arroyo en Algeciras, de Perico Montoya en San Roque, de María la Castaña en Chiclana, y de toda la gitanería de Santiago y la Plazuela de Jerez.
A pesar de atesorar un imponente caudal de conocimientos no llegó a registrar ningún disco con fines comerciales. Por sus negocios de tela viajó en 1964 a la Argentina y allí permaneció una larga temporada. En el país hermano se topó con el bailaor Curro Terremoto –de quien su hermano Fernando heredó el apodo– y con Esteban de Sanlúcar. El tocaor lo llevó a un estudio donde grabó tres cantes: seguiriyas, soleares y bulerías por soleá. José no quiso nunca publicarlos porque no quedó satisfecho, cosa bastante discutible a tenor de lo que quedó registrado. Cualquiera hubiera vendido su alma al diablo por grabar con el genial sanluqueño y darlo a conocer, pero José era muy riguroso consigo mismo y se negó a ello. Realmente era muy exigente con algo que consideraba por encima de los cantaores, el propio cante, ya fuera el suyo o de los demás, porque el cante para el Pañero era algo que tenía una sustancia especial que no había que bastardear. Así, lo que para muchos constituían rarezas suyas para otros no eran más que señales de una gran sabiduría y de una cultura depurada.
El eco de su cante queda en el recuerdo de quienes le conocimos y en el arte de sus dos hijos, que están hoy abatidos junto a su hermana María y a la madre de ellos tres, Elena López Cortés. Que descanse en paz este gitano cabal.
Imagen superior: Fiesta en casa de Pepe Vargas. Algeciras, 29 de diciembre de 2017. Fotografía de Pedro Miguel de Tena
Antonio Hermosin Solis 19 diciembre, 2021
No hay suficientes palabras para poder retratar la figura de José Lérida en el Cante Flamenco.
Humildad, conocimiento, sabiduría, sencillez, gitanería, ya me hubiera gustado a mí haber echado ratos y ratos de charla y cante con él.
Su legado queda a través de sus hijos en buenas manos, totalmente en el camino correcto.
Excelente artículo por parte de Ramon, como todo lo que hace.
Ramón Soler 20 diciembre, 2021
Gracias por tus palabras Antonio. Uno no quisiera nunca escribir este tipo de artículos pero creo que era necesario que la afición supiera de la desaparición de este gran flamenco, padre de nuestros amigos José y Perico, dos grandes flamencos también.
Un abrazo.