El Mati: «Los guitarristas extranjeros podemos investigar sin la presión ortodoxa de Andalucía»
El guitarrista francés Mathias Berchasky El Mati reflexiona sobre el presente de la guitarra flamenca en Francia y el mundo. «Los músicos de fuera podemos seguir un camino diferente, valga lo que valga, y quizás abrir nuevos caminos siempre con respeto a la tradición», dice.
Mathias Berchasky (Boulogne-Billancourt, Francia, 1976), conocido en el mundillo flamenco como El Mati, nació en una familia de artistas y pronto se decantó por la guitarra como su instrumento vital. Primero, en el blues y el jazz. Más tarde, en el tango argentino, el jazz gitano, la música clásica… Hasta llegar en 1998 a la guitarra española, cuyo aprendizaje cultivó en viajes a Sevilla, Córdoba y Granada. Recibió clases de Eduardo Rebollar, Niño de Pura, Paco y Miguel Ángel Cortés, Miguel Ochando…, y obtuvo un diploma con mención de la Fundación Cristina Heeren. Desde entonces, ha acompañado a artistas como La Farruca, Alejandro Granados, La Tremendita, Laura Vital, Inma Carbonera, Pastora Galván, El Pipa… También trabaja y graba con músicos del world-music en Francia y en Nueva York tales como Minino Garay, Bevinda Ferreire, Benoit Morel, Vernon Reid… Le apasiona la composición, escribe para la televisión y el cine, y compone para compañías de flamenco en Francia, Canadá y España. «Me encontré un día echando un rato a solas con Rafael Riqueni –ni sabía quién era en ese momento–, él tocándome sus últimas composiciones y yo flipando en colores. Ahora entenderá por qué me enamoré del flamenco», comenta.
– Usted se formó en la guitarra de blues y jazz. ¿Qué le llevó a aterrizar en el flamenco?
– Fue un conjunto de varias circunstancias. Acababa de llegar a París y me encontraba un poco perdido artísticamente. Tenía 20 años, no conocía a nadie, así que pasaba muchas horas encerrado en mi piso estudiando. Tocar jazz solo no es nada fácil, es más que todo una música colectiva. En esa época investigué varias cosas: tango argentino y música clásica, entre otras cosas. Estaba desarrollando intereses en músicas tradicionales hasta que llegó un encuentro durante una fiesta privada. Era una fiesta muy grande en París, muchos músicos estaban ahí para animar la noche. La suerte mía fue compartir el camerino con dos guitarristas gitanos. Por primera vez vi a alguien tocar por bulerías y con mucho soniquete, me enamoré enseguida. Uno de ellos me ofreció iniciarme y pasamos muchas tardes juntos en París, hasta que un día hice mi primer viaje a Sevilla. Lo que vi y viví ahí terminó de convencerme.
– ¿Qué sacó en claro de las aulas sevillanas de la Fundación Cristina Heeren de Arte Flamenco?
– Conocí la fundación durante mi primera estancia en Sevilla en 1998. Era quizás su segundo año de actividad. Era todo nuevo y había muchos artistas de primer plano buscándose la vida ahí. Por ejemplo, me encontré un día echando un rato con Rafael Riqueni –ni sabía quién era en ese momento– a solas, él tocándome sus últimas composiciones y yo flipando en colores. Ahora puede entender por qué me enamoré del flamenco. Y también estaba Eduardo Rebollar, que sin ser mi profesor en ese momento me transmitió las ganas de seguir estudiando con su pasión y su entusiasmo. Conocer a Eduardo –que sigue siendo hoy un amigo mío muy querido– ha sido muy importante para muchos guitarristas de mi generación que pasaron por la fundación. Al final entré como alumno en el curso de especialización en 2002, tuve clases de acompañamiento al cante con Eduardo, José Luis Postigo y Paco Taranto, cantaor erudito y muy generoso. Luego había periodos de dos semanas con varios guitarristas, entre ellos Miguel Ángel Cortés, Paco Cortés… En fin, figuras, enseñando falsetas. Saqué en claro mucho cante, poca fiesta –apenas se tocaba por bulerías y tango–, muchísimas informaciones y el sentimiento de que haría falta toda la vida para asimilarlas. Así que aprendí mucho ahí sobre la tradición, la más enciclopédica y la más clásica. Luego, para el soniquete y la fiesta había que buscar en otros sitios. La calle, más que todo.
«Hemos pasado años estudiando la cultura andaluza para intentar entender lo que ‘es’ flamenco o lo que ‘no es’ flamenco, pues podemos disfrutar de una cierta libertad en nuestros países de origen sin pasar las fatigas que los artistas pasan en España, que por cierto son muchas. Ninguno de nosotros ha conseguido convertirse en un gitano de Jerez, pese a lo mucho que nos esforzamos»
– De entrada, ¿qué le impresionó de la guitarra flamenca? ¿La guitarra acompañando el baile, al cante o la guitarra de concierto?
– La verdad, me gustaba todo y todos. Sigue siendo así a día de hoy. Le tengo mucho respeto y admiración tanto al que toca en los tablaos como a los mejores solistas. Mientras hay calidad, respeto al flamenco y autenticidad, me gusta todo.
– ¿Tiene algún referente de la guitarra flamenca? ¿Y de la escuela jerezana en particular?
– Muchos y por varias razones. Como dije antes, mi criterio está un poco encima del gusto. Es decir, algunos me gustan más y otros menos, pero intento aprender de todos, incluso fuera de la música y del flamenco. Ahora, si tengo que dar nombres diría Paco de Lucía y Juan Carlos Romero, mis preferidos absolutos. Para mí Jerez es una capilla. Es difícil que no te guste lo que sale de ahí por lo flamenquísimo que es, tanto en la guitarra como en el cante. Hoy en día, Diego del Morao es tal vez la influencia más fuerte que hay en la guitarra flamenca y es difícil escapar de esa influencia, porque es tan flamenca y bonita… A la hora de componer es un nuevo desafío intentar no sonar a Diego. Ya era difícil intentar no sonar a Paco de Lucía, jajajaja.
– ¿Cree que los lenguajes musicales del jazz y el flamenco al sumergirse en sus armonías se llevan de la mano para acompañar al cantaor actual?
– Depende del cantaor. A un cantaor clásico, acordes clásicos. Para un cantaor moderno se pueden buscar cosas. El jazz sirve para escuchar, desarrollar, nombrar, analizar. Son muchas herramientas que sirven para muchos casos. Pero la dificultad del flamenco es conservar el carácter, así que a veces la sencillez es el mejor camino (no lo mas fácil). Lo que esta identificado como jazz desde el punto de vista flamenco es muchas veces equivocado, porque está considerado como un color musical. El jazz es, más que todo, una actitud hacia los otros músicos, una calidad de escucha, una entrega total a la música encima del ego en los mejores casos. En fin, poner música al primer plano, sin protagonista. Ahí sí que el jazz puede aportar algo al flamenco tal como es hoy.
«Hoy día, Diego del Morao es la influencia más fuerte que hay en la guitarra flamenca y es difícil escapar de esa influencia, porque es tan flamenca y bonita… A la hora de componer es un desafío intentar no sonar a Diego. Ya era difícil intentar no sonar a Paco de Lucía»
– ¿Qué guitarrista le ha inspirado más para estudiar flamenco?
– Muchos, pero Paco de Lucía el primero.
– ¿Qué estilo de flamenco le pareció más interesante para comenzar a estudiar?
– Mire, yo empecé por la guajira de Lucía, porque podía tocar solo. Pedagógicamente es una herejía, pero hay que empezar por algún lado. Yo creo que con lo difícil que es, hay que empezar por algo que te gusta muchísimo, sea el estilo que sea. Luego hay una vida para aprender.
– Usted nació en la localidad de Boulogne-Billancourt, región Isla de Francia. ¿Cómo ve el panorama actual de la guitarra flamenca en Francia?
– Bien, la verdad. Interesante. No solo en Francia, sino en el mundo. Los extranjeros tenemos mucha suerte, porque podemos investigar e intentar cosas sin la presión ortodoxa que hay en Andalucía. Después de haber seguido el camino tradicional en España, estudiando acompañamiento al cante, baile, haber pasado años estudiando no solo la guitarra flamenca, sino también la cultura andaluza para intentar entender lo que ‘es’ flamenco o lo que ‘no es’ flamenco, pues podemos disfrutar de una cierta libertad en nuestros países de origen sin pasar las fatigas que los artistas pasan en España, que por cierto son muchas. Ninguno de nosotros ha conseguido convertirse en un gitano de Jerez, pese a lo mucho que nos esforzamos, pero podemos seguir un camino diferente, valga lo que valga, y quizás abrir nuevos caminos siempre con respeto a la tradición.
– ¿Cuál es su guitarra ideal y por qué?
– Una que no duele.
– Para un guitarrista como usted, ¿hasta qué punto son importantes las vivencias flamencas? Cuéntenos alguna que recuerde en particular.
– Esas vivencias han sido fundamentales para entender más o menos lo que es el flamenco de verdad. Es decir, para un extranjero creo que la parte la mas difícil, fuera de los estudios musicales, es la investigación hacia lo que es la cultura andaluza, cuáles son sus códigos, en qué se basa la cultura flamenca, que tal vez es lo máximo de la cultura andaluza. Nosotros tenemos que ser un poco antropólogos, conocer la historia de este país, entender lo que es totalmente natural para los flamencos. Y claro, la fiesta es una parte imprescindible de la cultura flamenca. Por mi cuenta, recuerdo un cursillo que se ofreció en Chipiona en el 2000 donde estaban presentes Tomatito, Gerardo Núñez, Ramón Porrina, Cepillo… El cursillo era bastante heterodoxo en términos de nivel: algunos tenían bases, otros ni siquiera sabían de qué se trataba. Tuve la suerte de compartir el mismo bungaló con varios jóvenes artistas que sabían un poco. Muchos de ellos se convirtieron en profesionales con los que he trabajado mucho. En fin, ese mismo bungaló se convirtió rápidamente en el lugar de fiesta oficial y se tocaba por bulería de la 11 de la noche a la 5 de la mañana todos los días de la semana. Después de varios días, estas fiestas eran conocidas en todo el pueblo y hasta Sanlúcar, y se juntaron varios artistas –cantaores, guitarristas, bailaores– de los alrededores con nosotros. Hasta los camareros del hotel venían sobre las 2 de la mañana, los brazos llenos de botellas de manzanilla… Aprendí a tocar por bulerías esta semana gracias a las sonrisas, la falta de sueño, el alcohol, los encuentros. Difícil enseñar eso en un conservatorio.
«La música necesita riesgos artísticos, sueños, errores, inspiración, tener que escuchar un disco más de dos veces para entender a un músico. En fin, me cuesta entender cómo se puede llegar a un nivel técnico tan alto sin poner los mismos esfuerzos en la música misma»
– ¿Encuentra algún parecido entre gypsy jazz como Dgango Reinhardt y flamenco?
– Ninguno a nivel musical. El único lazo que puedo ver sería la cosa gitana, lo que tienen los gitanos, la gracia de la interpretación, la sensación que cada nota será la ultima que el músico tocará en su vida. Django tenía esto, como lo tienen muchos músicos gitanos. No deja de ser un misterio.
– ¿Tuvo la oportunidad de ver o conocer a Paco de Lucía? ¿Qué le parece su figura icónica?
– Nunca llegué a conocerlo. Me parece que ser contemporáneo de Paco ha sido tener una imagen muy clara de lo que se puede conseguir y lo difícil que es, el ha dado una escala muy precisa de lo que es ser guitarrista flamenco enseñando cual es el camino y a cuantos kilómetros se encuentra la Luna.
– Si puede mencionar dos guitarristas de su gusto, uno tradicional y otro moderno, ¿cuáles serían?
– Melchor de Marchena y Juan Carlos Romero.
– ¿Qué imagen cree que proyecta actualmente la guitarra flamenca a nivel internacional?
– Tal como lo veo, nivelazo técnico, rítmico, de sonido quizás más que nunca. Yo sigo considerando los guitarristas flamencos como los mas evolucionados, todo estilos confundidos, a nivel del instrumento. Musicalmente hablando, pues estoy perdido. A nivel de composición lo veo más pobre cada vez, sin mucho que contar, sin historias con principio, medio y fin. Esto se convierte en un concurso y creo que eso no sirve. La música necesita riesgos artísticos, sueños, errores, inspiración, tener que escuchar un disco más de dos veces para entender a un músico. En fin, me cuesta entender cómo se puede llegar a un nivel técnico tan alto sin poner los mismos esfuerzos en la música misma.
Imagen superior: Bastien Burger. Fotos cedidas por Mathias Berchasky El Mati