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Sobre la composición y creación musical

El proceso de composición se compone de inspiración y técnica. Son complementarios entre sí y en absoluto se contradicen. De hecho, se necesitan. Un equilibrio entre estas dos fuerzas debe ser el fin de todo compositor. Una alimenta a la otra y a través de ellas nos hacemos mejores músicos.


Muchos guitarristas me preguntan sobre cuál es la mejor forma de aproximarse a la composición musical. Por algún motivo la mayoría de ellos piensa que la composición se basa únicamente en la inspiración. Existe una creencia generalizada de que la composición es pura intuición, un arte que solo responde a los caprichos divinos y que toma cuerpo en artistas tocados con la varita mágica. Este es un discurso que encaja muy bien con la idiosincrasia flamenca de lo espontáneo, de lo no premeditado y, en definitiva, de lo no estudiado. La realidad, sin embargo, difiere bastante de estos preceptos.

 

La Enciclopedia Británica describe la composición musical como el «proceso de crear una nueva pieza musical». Este proceso de creación tiene, a mi modo de entender, dos fases fundamentales y muy bien diferenciadas. La primera de ellas es, en efecto, el momento en el que surge una idea musical en la mente del compositor de forma no premeditada y en el momento más insospechado. Es en esta fase donde cobra especial relevancia la célebre frase de Picasso “cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”. De poco servirá, como también apuntó el maestro Paco de Lucía, que llegue la inspiración si nos coge «en la cama, fumando un porro de marihuana o bebiendo». La inspiración es caprichosa y traicionera, pero una vez se experimenta “no hay droga que se asemeje a esa sensación”. El compositor debe ser consciente de cuándo llega el momento de la inspiración y hacer todo lo posible para registrar esa idea, ese “regalo”, como diría el maestro Vicente Amigo. Ese regalo puede llegar en forma de melodía, figuración rítmica o una progresión armónica determinada. Una idea que no deja de sonar en la mente del compositor y que puede llegar a ser una tortura, una angustia de la que solo se libra cuando la externaliza, la graba o en definitiva da vida a la misma.

 

Otros muchos piensan que el compositor concibe la obra completa en su cabeza desde un primer momento. Esto solo ocurre en los casos de gente muy experimentada y con un talento para la creación reseñable. En el caso de los primerizos, sin embargo, no es así. El guitarrista flamenco que se adentra en el mundo de la composición debe comenzar por depurar sus falsetas y detalles, formas reducidas que debe perfeccionar para poco a poco ir pasando a toques completos. Esta primera idea que viene por inspiración no es por tanto más que el germen o la semilla que luego deberemos trabajar y desarrollar. Es en este momento cuando entra en juego la segunda fase del proceso de composición, la que se refiere a la técnica.

 

La parte técnica de la composición hace referencia a la comprensión, configuración y combinación de los elementos intrínsecos de la obra, que estarán basados en gran medida en torno a esa idea primigenia. En este sentido, el concepto de forma adquiere especial relevancia. En el flamenco poco se ha hablado del concepto de forma. Evidentemente, cada toque se plasma en diferentes palos flamencos, hasta ahí todo correcto. De lo que se habla poco es de la interrelación de las falsetas y detalles que articulan el toque y le confieren en última instancia la sensación de unidad al mismo. Arnold Schoenberg concibe la obra como un “organismo vivo”. Sin organización, dice, “sería una masa amorfa, como una frase sin puntuación, ininteligible”. 

 

En mi artículo titulado Flamenco Neoclásico argumento que la forma tradicional de hilar falsetas sin relación musical alguna se va diluyendo en el flamenco actual en favor de la forma clásica de concebir cada pieza. En esta nueva concepción de la forma asociada a los toques flamencos, la coherencia es fundamental. Debe existir una relación entre las partes y una jerarquización de las ideas de acuerdo a su importancia. El dominio de estos aspectos requiere de una técnica trabajada y depurada.

 

Esto no debe entenderse como que la técnica es la parte más importante en el arte de la composición, al contrario. Quien compone únicamente con arreglo a la técnica está olvidando que el fin último de la música es trasmitir emociones o, como decía Debussy, “generar placer”. Por lo tanto, esto dará como resultado una obra fría y aséptica. En el otro extremo tenemos el caso de unas ideas profundas y expresivas pero presentadas de forma desordenada, carentes de organización. Como es lógico, el resultado será igualmente desastroso que el obtenido en el primer caso. Lo ideal es encontrar un punto de equilibrio. El compositor debe pulirse como vehículo para la creación, estar en todo momento predispuesto para la misma, y a su vez preparado técnicamente para su posterior desarrollo.

 

 

«Mientras la inspiración es algo innato que no se puede ni aprender ni enseñar, la técnica es una disciplina que sí se puede depurar y trabajar con el tiempo. Lo importante es no perder la pasión e ilusión. En esa sorpresa de lo impredecible y en esa magia que tiene la música, que nos hace mejores seres humanos»

 

 

Además de la forma y la estructura interna de la obra, el conocimiento y manipulación de la armonía resulta de vital importancia para el compositor en esta fase técnica. La armonía es una ciencia que siempre asocio al concepto de direccionalidad en música. También nos sirve para crear contraste y no caer en lo monótono y predecible. Nos ayuda a comprender lo que hacemos y a transitar por caminos musicales poco explorados con seguridad y contundencia. Junto a la armonía, el estudio del contrapunto y de la correcta conducción de voces también son relevantes. Las diferentes voces deben tener independencia y vida propia, agregando interés al discurso musical de la obra. La teoría, por tanto, puede servir también como elemento de rebelión, siempre y cuando se utilice con conocimiento, creatividad y cierta dosis de rebeldía. 

 

Una de las prácticas que más recomiendo a la hora de iniciarse en la composición es, en primer lugar, cantar. El cantar tanto melodías como canto imitativo o rítmico. Desarrollar nuestra voz interior. Richard Wagner a este respecto decía que “el más antiguo, el más verdadero y el más bello órgano de la música, el origen del cual nuestra música debe provenir, es la voz humana”. El compositor plasma lo que es capaz de oír en su interior, o, mejor dicho, en su cabeza.

 

Otro consejo es el de tomarnos la composición como un ejercicio que debemos hacer todos los días, no solo aquellos días en los que nos encontremos inspirados. Aquel que quiera dedicarse a la composición debe componer todos los días. Si bien es cierto que habrá días mejores que otros –como en cualquier profesión–, es importante liberarnos de todo prejuicio con respecto a las ideas que vamos creando. En el arte no existen las ideas absolutas de “esto está bien” o “esto está mal”, sino que todo dependerá del contexto en el que lo vayamos a emplear y en última instancia en la emoción que queramos trasmitir. Es muy importante, a su vez, que el compositor desarrolle diariamente su oído y se familiarice con la disonancia. Salirse de su zona de confort. Como decía el compositor John Cage, “no puedo entender por qué la gente tiene miedo de las ideas nuevas. Yo tengo miedo de las antiguas”.

 

En este sentido, recomiendo a los jóvenes compositores flamencos que se empapen no solo del repertorio clásico, sino también de las obras de los compositores románticos españoles e incluso de los contemporáneos europeos y americanos. Escuchar las ideas de todos ellos para después identificar cuáles resuenan más o menos en nosotros. Esta escucha activa alimenta nuestro oído y nuestro espíritu. Nos hace sentir y reflexionar. Junto a la escucha activa, un análisis formal y estilístico también es recomendable, siempre y cuando se tenga interés y conocimiento de dicho proceso, pero, en cualquier caso, lo recomiendo. Siempre se puede aprender algo, una nueva sonoridad, acorde, ritmo, etc. de los maestros que nos han precedido.

 

Estas dos fases o elementos primarios que coexisten en el proceso de composición –inspiración y técnica– son complementarios entre sí y en absoluto se contradicen. De hecho, diría que se necesitan. Un equilibrio entre estas dos fuerzas debe ser en última instancia el fin de todo compositor. Una alimenta a la otra y a través de ellas nos hacemos mejores músicos, y en consecuencia nuestra música adquiere otro cariz.

 

Mientras la inspiración es algo innato que no se puede ni aprender ni enseñar, la técnica es una disciplina que sí se puede depurar y trabajar con el tiempo. Lo importante es no perder la pasión e ilusión por lo que se hace, y componer cada día con la misma ilusión que el primero, con expectación y confianza en lo desconocido, en lo que está por venir. En esa sorpresa de lo impredecible y en esa magia que tiene la música, que nos hace mejores seres humanos.

 

Imagen superior: Louis Smith en Unsplash

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Yago Santos
Compositor y guitarrista flamenco

 

 


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