La tradición atípica textualmente transculturada
Decimocuarta entrega de FE DEBIDA: memorias flamencas del investigador portuense Luis Suárez Ávila. «En mi relato sobre el origen de los romances grabados por Antonio Mairena y mi intervención en ellos, me voy a detener en 'La tradición atípica textualmente transculturada'».
Una evidente traición premeditada a la tradición verdadera la constituye lo que yo llamo la tradición transculturada, aunque sea sólo en parte. Es el caso de la versión de La Virgen y el ciego que con el título de Más hermoso que un clavel grabó Antonio Mairena en la Gran historia… (Columbia MCE 814/816). Si bien en el aspecto musical responde a la verdadera tradición gitana bajoandaluza, el texto me ha creado verdaderos quebraderos de cabeza, porque, aunque el tema es muy divulgado entre los gitanos, éste concretamente tiene especiales características que me lo desconectaban con esta tradición.
Es decir, que aunque el tema de La Virgen y el ciego es muy reiterado en la tradición bajoandaluza gitana y no gitana, con muy diversas músicas y estribillos, no es de la familia textual de la que Antonio Mairena canta en este disco. Con el tiempo, ni yo mismo recordaba que le había dejado durante más de tres años a Antonio Mairena el tomo de romances de la tradición oral de la Antología de poetas líricos castellanos de Menéndez Pelayo. Y hete aquí que la versión grabada, por una serie de fórmulas y pormenores, es completamente identificable, sin lugar a dudas, con una de Asturias que Don Juan Menéndez Pidal recogió y que Menéndez Pelayo reproduce en ese tomito mío que Antonio tuvo consigo.
En este supuesto se produce una verdadera trasculturación literaria, aunque no musical. La traición, en estos casos, a la verdadera tradición, puede ser detectable, como aquí ha sucedido.
Un caso parecido es el del llamado Romance del Mercé que José Mercé grabó en su primer LP. Se trató de un texto de Lanzarote y el ciervo del pie blanco, que yo le entregué a Paco Vallecillo, de entre los que estaban para ser repartidos entre los asistentes para ilustrar una ponencia del IV Coloquio Internacional del Romancero de Tradición Oral (El Puerto de Santa María, 1987). Lanzarote… no existe en la tradición oral gitana bajoandaluza. Hay tan sólo una versión de Canarias y otra de Almería. Y si la versión de José Mercé es totalmente ortodoxa en el orden musical –la llamada soleá antigua de baile, que decían los viejos flamencos–, en el orden literario es un auténtico pastiche, en el que yo no tuve ni arte ni parte. La utilización posterior del texto por mi entrañable amigo Paco Vallecillo es la que produce este extraño fenómeno. Y él lo explicó, a su modo, en Antonio Mairena, la pequeña historia.
En este mismo capítulo de romances transculturados, hay que situar el de El Infante Arnaldos, un texto facticio compuesto por Diego Catalán con elementos sacados de pliegos antiguos, de cancioneros del XVI y de la tradición oral sefardita. El 15 de julio de 1980, en Segovia, con motivo de la entrega a Antonio del primer diploma La nave de Arnaldos, Mairena, instado por Diego Catalán, director del Seminario Menéndez Pidal, lo interpretó ante los presentes en el Curso de música tradicional y romancística española con la melodía de la antigua soleá para baile. Hoy ese texto está en el Archivo Menéndez Pidal (carpeta 0435, número 6, doc. 19) y fue solicitado a Diego Catalán, en carta de 12 de septiembre de 1980, por Antonio Mairena, con la intención de grabarlo en disco, lo que no hizo finalmente. Una grabación doméstica de aquel día es lo que se conserva de este particular experimento en que, según escribió luego Paco Vallecillo (Antonio Mairena, la pequeña historia), aquel día «Diego Catalán rindió el primer tributo a esta aportación genial y así quedó para la posteridad la imagen del mairenero, con lentes, cantando al tiempo que leía el romance del Conde Arnaldos…».
Pero la verdadera intención de Diego Catalán, según me manifestó, era lanzar un globo sonda para seguir la pista al texto facticio y ver si tenía posteriores secuelas.
En una carta que Diego me dirigió fechada en «cierto día de julio de 2002» me dice respecto a este particularísimo texto: «Se trata de un texto facticio que hice yo para que si se difundía vía Mairena fuese reconocible. Tiene componentes de los Pl. sueltos y Canc.+ de la tradición oral sefardí».
A este mismo género de transculturación deben circunscribirse los intentos bienintencionados –pero manifiestos «pastiches»– perpetrados por el excelente guitarrista Manolo Parrilla y su grupo, que todos los años y desde hace dos decenios nos viene presentando en los discos de Así canta nuestra tierra la Navidad.
Sin embargo, en el caso de Manolo Parrilla se aflamencan músicas ajenas, folklóricas, o se «meten» por algún palo conocido –generalmente festero– y se acogen textos, incluso de otras regiones y áreas.
La consecuencia es que esta maniobra ha calado en la sociedad y se ha creado el falso fenómeno, que se dice «rescatado» o «recuperado», de las zambombas jerezanas. Y lo que es peor es que ya se cree que es verdad y que así fueron las cosas. Pero ya esa influencia ha trascendido a los recolectores que encuentran textos, procedentes de estos discos navideños, tal como vino sucediendo –y sigue– entre antiguos escolares que ya han alcanzado respetable edad, con los textos y músicas que aprendieron de niños en los textos facticios o “recreados” que Don Ramón Menéndez Pidal dejó fijados en su Flor nueva de romances viejos.
Hay, sin embargo, un sector de la tradición atípica, que yo llamaría mixta. Se trata de textos tradicionalmente recibidos por el sujeto ejecutor, con buena apoyatura tradicional en el ambiente, pero añadida, fundida, contaminada, artificiosamente, con la tradición oral «histórica», más o menos recientemente fijada en forma libresca. Es el caso del romance que Antonio Mairena titula Lloran por Granada (del disco Honores a la Niña de los Peines, RCA. LSP 10.396-N, año 1969). En esa grabación puede distinguirse muy bien una fusión, o contaminación, entre un trozo libresco de la Conquista de Alhama, procedente del texto transcrito por Ginés Pérez de Hita –Historia de los Bandos de Cegríes…–, reproducido en el Romancero de Don Agustín Durán y en cualquier otro más moderno, junto con una segunda parte, verdaderamente notable y tradicionalmente rodada entre los gitanos de La Pérdida de Antequera + Moro Alcaide, que Antonio recibió de su amigo Juan Barcelona, hijo de La Roezna, en Alcalá de Guadaira y que he hallado también como proveniente de la casa de Los Paula, en el mismo Alcalá de los Panaderos.
Esta contaminación forzada, hecha por el propio Antonio Mairena, ha tenido secuelas posteriores. Así, Fernando Mairena en su disco Corazón y duende (Pasarela, PSD 5055 y casette M-058) lo grabó miméticamente igual en el año 1988.
En este orden, otro romance grabado por Antonio Mairena, el que llama de La Princesa Celinda (del disco Triana, raíz del cante, Philips, 814589, grabado en 1973, fechado en 1974). Se trata de una versión mixta entre la tradición atípica mediata y la tradición mediata libresca. Me explicaré: los ocho primeros hemistiquios proceden de una versión recogida por mí a Miguel Niño El Bengala que entregué a Antonio. Los restantes hemistiquios son una versión, refundida del propio Mairena, procedente de la que Estébanez Calderón entregó a Don Agustín Durán para su Romancero. Es evidente que la labor reconstructora a la que dedicó buena parte de su trayectoria Antonio Mairena pasaba por dar vida a los romances que El Solitario había recogido a los gitanos gaditanos que halló en Triana. Entre ellos estaban muy particularmente El Planeta, de Cádiz, y El Fillo, de la Isla de Leon. El propio Estébanez los había consignado en una carta (en 1838) a Pascual de Gayangos y esos mismos –Gerineldos y el Conde Sol– los había publicado en Un baile en Triana (en 1842 y luego en 1847) más una mención a otro (Roldán). En realidad, son cuatro textos, procedentes de los gitanos bajoandaluces, los que Estébanez entrega a Don Agustín Durán para publicar en su Romancero (1849-1841) y, concretamente este de La Princesa Celinda que no es otro que el llamado Zaide, por la calle de su dama, del que ya, yo mismo, en la revista Al-yazirat, publiqué un trabajo referido al texto cantado por Juan Peña El Lebrijano.
Sobre este romance, Antonio Mairena dice en sus Confesiones…: «En este disco he grabado por primera vez el Romance de la Princesa Celinda, del que yo conocía una pequeña parte que dice:
Salió Celinda al balcón,
que más bonita no sale
la luna en oscura noche
y el sol entre sus tempestades…
Pero pude dar con la letra y arregrarla».
Es muy posible que, en los tres años que tuvo en su poder algunos libros míos, concretamente la primera edición de Colección de cantes flamencos de Demófilo (1881) y mi tomito de romances de la tradición oral de la Antología de poetas líricos castellanos de Menéndez Pelayo, Antonio también copiara el de La princesa Celinda, que reproduce Don Marcelino del Romancero de Durán y éste, a su vez, del que Estébanez le diera.
El modo en que recibió Antonio este texto y la procedencia del arreglo ya están, por tanto, explicados.
A veces Antonio Mairena emplea lo que yo llamaría sucedáneos de la tradición casera.
No es el cauce normal, pero entiendo que no es manifiestamente reprobable la utilización, moderada y sabiamente dosificada, de la tradición discográfica, cuando ésta se ha producido por varios sujetos, o por el mismo sujeto, en ocasiones distintas y cuando proviene de la verdadera tradición oral y ésta permanece en el ámbito donde se está produciendo. A veces constituye el sucedáneo de la tradición casera, con muy especiales reparos. Porque no es lo mismo la copia mimética de un disco que el que ese disco suponga un simple apoyo recordatorio para la conservación de la tradición ambiente. En este caso nos encontramos con dos producciones de Antonio Mairena, que entran de lleno en este apartado: Los caminos se hicieron, que grabó en Cantes de Antonio Mairena (Columbia ECGE 70890/A, en 1963), y un fragmento de Bañando está las prisiones (Bernardo del Carpio) que grabó en El calor de mis recuerdos (Pasarela, PRD 92 EC).
El primero, además de producirse espontáneamente en los núcleos flamencos, tiene su principal modelo en la placa de gramófono Regal, etiqueta negra, RS-1212, matriz K-1296 de Rafael Ramos Antúnez, El Niño Gloria, que la grabó en 1929 con el acompañamiento de El Niño Ricardo.
El segundo, que ya lo he estudiado en otros trabajos, no es tan claro que se conservara, fragmentario, en la tradición ambiente conocida por Mairena, pero sí que es producto de haber escuchado reiteradamente a su «prima» Pastora Pavón Cruz, La Niña de los Peines y de las placas que ésta impresionó en 1910, con Ramón Montoya a la guitarra, en Gramophón, 3-63.047, y que tituló Bulerías del castillito y, luego, en 1914, otra vez, con la guitarra de Luis Molina. En el primer caso, estamos hablando de un romance. En el segundo, de un supuesto de fragmentismo romancístico (de cuatro hemistiquios), confundido entre varias bulerías por soleá, lo que nos abre una nueva perspectiva a la hora de considerarlo como una de las parcelas engendradoras del más rancio flamenco, fenómeno que ya he estudiado también en algunos de mis trabajos dispersos.
Y volviendo al fragmentismo, pero de la tradición oral verdadera, no quiero dejar de reseñar un trozo, que muchas veces se ha encontrado, como versos estrambóticos y finales, en versiones conocidas del romance de Thamar y Amnón:
Arrímate a mi pañuelo
que mi pañuelo se llama
quitapena y daconsuelo
que alguno de nosotros hemos oído a José de los Reyes El Negro, a Juan José Vargas El Chozas y a otros muchos por bulerías y, en medio de una serie de letras de este cante.
Como canción, Narciso Alonso Cortés recogió esta copla en su Cancionero de Castilla, autónoma. Sin embargo, como he dicho, aparece también como final estrambótico en algunas versiones del romance de Thamar.
Pues bien, en una grabación domestica realizada en la Peña Flamenca de Chiclana, el 29 de enero de 1983, Antonio Mairena, entre unas letras de tangos que va cantando, introduce esta:
Too aquel que sea gitano,
que se arrime a mi pañuelo,
que mi pañuelo se llama
quitapena y daconsuelo.
Y es sabida la afición que Antonio tenía a los pañuelos, anudados al cuello, al modo gitano, desde muy joven, y cómo recurría, con tanta gracia, a su pañuelo para adornarse en las vueltecitas por bulerías, cuando cantaba, un gesto que copió de su estancia en Madrid y su conocimiento de Juanito Mojama.
Todo esto pudo sugerirle utilizar esta letra muy conocida, a la que introdujo, por su cuenta, esas variantes.
Finalmente, entre los romances grabados por Antonio Mairena debo hacer un apartado sobre los que llamo romances espurios, que son dos y en los que no tuve ninguna participación.
En realidad, en la mayoría de las ocasiones ni siquiera van en metro de romance. A veces son obra de autor conocido, e incluso de renombre. Otras, son de autor manifiestamente desaliñado, pero perversamente buscado su anonimato. Lo que es cierto, en ambos casos, es que no son textos tradicionalizados. Pero no es Antonio Mairena quien inaugura este espacio irregular. Deben recordarse, por ejemplo, la Baladilla de los tres ríos de Lorca, cantada, por «milongas», por Pepe Albaicín; o el Romance del prendimiento de Antoñito El Camborio, también de Lorca, o el llamado Romance de Doña Luz de Lucena cantados y grabados por Manolo Mairena; o los poemas de Miguel Hernández, con las músicas de romances que Enrique Morente aprende del portuense José de los Reyes El Negro y graba para el sello Clave; o el Romance de Juan García compuesto por Paco Moreno Galván que cantó y grabó José Menese, como toná chica y martinete; o el Romance de la Reina Mercedes, obra de Rafael de León, que cantó y grabó Bernarda de Utrera; o el llamado Romance en noche de cabales que graba Curro Malena…
«Ese rapto de maurofilia, por otro lado enfermiza y falsa, que nos persigue a los andaluces no es un pecado achacable únicamente a Antonio Mairena. Ginés Pérez de Hita, en el XVI, ya lo comete y, de modo crónico, se nos ha instalado en las entretelas, sobre todo, por obra y gracia de los escritores costumbristas y los viajeros románticos»
En Antonio Mairena esta especie espuria se manifiesta en los textos que llama Romance del castillo de Mairena (del disco La fragua de los Mairena, RCA-LSP-10.409, grabado en 1970); en el «romance» que titula Los llaman (del disco Triana, raíz del cante, Philips- 814589-1 y 63.281054, grabado en 1973 y aparecido en 1974 que llama «giliana», que luego, miméticamente, copia, en Memoria al maestro, Manuel de Paula en su disco Azabache (Pasarela PSD 5020, en 1986); y el Gloria, «por romance» (???) de la Misa Flamenca que Antonio graba, con José Cala El Poeta a la guitarra, en el disco RCA-LSC-16.341-N.
El llamado Romance del castillo de Mairena, según Manuel Martín Martín, «es de autor anónimo y se refiere al castillo árabe de Mairena del Alcor. Fue un arqueólogo inglés quien conservaba la letra de un libreto de Demófilo. Este libreto llegó a manos de uno de los señores encargados del castillo, quien a su vez lo regaló al maestro».
Esta consideración es increíble y fabulosa, desde todos los puntos de vista. El texto supuestamente romancístico es, sin duda, obra de algún amigo de Antonio de esos años y carece de todo valor literario. Es un texto tan arbitrario, «macarrónico», por decirlo de modo coloquial, que difícilmente pudo interesar a Demófilo y ser recogido por éste. Deduzco que el exotismo que constituía el que el arqueólogo George Edward Bonsor (nacido en Lille, Francia, pero nacionalizado inglés) fuera el dueño de la necrópolis de Carmona, del castillo de Mairena del Alcor y de una impresionante colección de arqueología y de pintura de los Siglos de Oro que mantenía en el castillo, constituyera el motivo por el que Antonio se construye esta legendaria entrega del inexistente manuscrito. Todo esa historia, que alguien pudo contarle a Manuel Martín Martín, pertenece al mismo género imaginativo de sucesos y “recuerdos” que los vertidos en las Confesiones de Antonio Mairena, cuando habla de «Tío Cachano, el cual, según me contaba mi abuela la Morena, ejecutaba extraordinariamente el cante por romance»; «Vicenta la de Cabrera, que cantaba por romance que quitaba el sentido»; «mi tía Francisca…. Cantaba por romances que no se podía aguantar. De ella aprendí el romance de Gerineldos [que, por cierto, nunca supo], el de Bernardo del Carpio, el del Conde Niño…»; «También allí le canté por romances a Pastora Imperio y ésta los bailó. Era la primera vez que Pastora bailaba el romance en público cantándoselo yo, pues en la ‘Capitana’ lo habíamos interpretado en privado…».
Porque lo más sospechoso de estos escritos es que ningún gitano bajoandaluz portador de la verdadera tradición romancística cantó nunca «por romance» o «por romances». Como he dicho infinidad de veces, estos gitanos llaman desde tiempo inmemorial a los romances «corridos», «corridas» o «carrerillas», y a alguno, singularmente, «nanas de Alejandría», «nanas morunas», o toná «de los pájaros», o «gilianas»…, por ejemplo.
Debe poscribirse, por ello, eso de cantar «por romance» y, también, la denominación de «corridos del moro», invención caprichosa –esta última– de Antonio El Chaqueta que traslada a Francisco Vallecillo, que lo escribe impropiamente alguna vez y que traslada a Antonio Mairena el que lo utiliza de modo verbal en el acto de Segovia (15 de julio de 1980) y, por escrito, en algún otro momento.
En cuanto a las tituladas «gilianas» Los llaman, del disco Triana , raíz del cante, figura en la carpeta como autor del texto Antonio Cruz, esto es, Antonio Mairena. Pero en sus Confesiones… afirma: «En la giliana de esta grabación se señalan momentos culminantes de los ritos de la boda gitana, que tantos parecidos tiene con los ritos de la misma motivación entre los moros y quizá con otros pueblos orientales».
Ya he acreditado antes, en estas líneas, la adscripción gaditana de las «gilianas» y su naturaleza. A ello me remito.
Pero ese rapto de maurofilia, por otro lado enfermiza y falsa, que nos persigue a los andaluces no es un pecado achacable únicamente a Antonio Mairena. Ginés Pérez de Hita, en el XVI, ya lo comete y, de modo crónico, se nos ha instalado en las entretelas, sobre todo, por obra y gracia de los escritores costumbristas y los viajeros románticos.
La orientalidad de esos ritos hay que buscarla más bien en el mundo helénico que en otro sitio, como he escrito y argumentado en repetidas ocasiones.
Francisco en Paris 31 enero, 2022
Muy interesante el conocer los caminos que siguen los textos hacia el cante , sus transformaciones tan libres y difícilmente herméticas.
Igualmente debe ocurrir en todos los cantes,…. letras que son variantes y versiones de estilos encadenadas en un ramillete de cantes por soleá de diferentes autores aprendidos de muy diversas fuentes.
Artículo de muy alto nivel
Y un gran respeto siempre por el maestro Mairena