Manuel Bohórquez, flamencólogo confinado: «Los flamencos se adaptan a las tragedias de manera asombrosa»
Profunda, seria y reflexiva entrevista a un crítico flamenco atormentado en tiempos del coronavirus. Y en los otros también.
Manuel Bohórquez Casado (Arahal, Sevilla, 1958). Investigador, escritor, periodista, columnista. Vale, y director del presente portal. El maestro, ahora que le ha visto las orejas al lobo, reconoce que va a ir derechito al infierno, igual que los demás críticos de flamenco. Cuenta que vio el duende en la cara del Niño de Fregenal y en el lecho de Antonio Núñez Montoya El Chocolate. O sea, que al final el duende ese existía, no era una fantasía. Parafrasea a Morente: «Estamos vivos de milagro». Confiesa que es él quien algunas noches acuna a los pinares de La Puebla con tristes melodías del Carbonerillo. Y aconseja a los flamencos, a él mismo, que aprendan la lección de la humildad y que le echen valor al asunto del jodío virus.
– Disculpe, don Manué. Estaba buscando a alguien que chanelara de flamenco en tiempos apocalípticos y, la verdad, los artistas con los que contacté andaban con la depre y usted era el que tenía más a mano. No se lo tome a mal.
– Nunca me gustó lo de ser segundo plato, pero le voy a confesar una cosa: no quería morirme con coronavirus sin que me volviera a entrevistar, porque ya tuve ese honor hace muchos años.
– Lo de tenerle a mano es un decir, porque estamos en superconferencia telefónica con La Puebla del Río, a la vera de las marismas del Guadalquivir. Donde los otros flamencos, los pajarracos rosas. Maestro, ¿está usted bien allí a solas en medio del campo? ¿Ha visto algún bicho raro?
– Estoy muy a gusto, sinceramente, aunque no sé si tendré que renunciar a este capricho, o sueño, por culpa del coronavirus y sus consecuencias económicas. Sería muy doloroso, y preferiría que no sucediera. Aquí no hay bichos raros, esos están en las grandes ciudades.
«Los flamencos dicen que mientras más fatigas, más duende y más sentimiento. Hay mucho de tópico en eso, pero también algo hay de verdad»
– Venga, haga un ejercicio de memoria y recuerde alguna letra flamenca que describa este cataclismo.
– Ábrase la tierra / que no quiero vivir. / Que para vivir, / como estoy viviendo, / prefiero morir. Es una seguiriya de Silverio, su célebre cabal. Me temo que se va a poner de actualidad porque la humanidad lo va a pasar mal. Los flamencos, sobre todo.
– ¿Los libros de flamenco –usted ha leído muchos, lo menos mil– citan algún otro apocalipsis flamenco como este? ¿La Guerra Civil Española?
– Las coplas flamencas sí narran episodios tristes de la historia de la humanidad: guerras, terremotos, sucesos trágicos…
El día del terremoto,
llegó el agüita hasta arriba
pero no pudo llegar
donde llegó mi fatiga.
Se refiere al terremoto de Lisboa de 1755, y era un cante de José Lorente, sevillano pero de familia portuguesa.
– Es que algo tenía que pasar, señor mío. Era todo muy bonito: los mejores escenarios del mundo, cientos de academias de baile en Japón y en México, derroche de dineros públicos, Poveda en el programa de Bertín Osborne, Pastora Pavón reencarnada en Rosalía… Demasiada prosperidad, con lo desgraciaítos que fueron siempre los flamencos. Talmente aquel que le hincaron la faca en el vientre por el amor de una rubia.
– Como diría el señor Enrique Morente, estamos vivos de milagro.
– O quizá esa sea una ventaja para poder afrontar el panorama, ¿no? Porque para ser flamenco hay que tener una pena dentro. Ya está el personal inmunizado.
– Los flamencos se adaptan a las tragedias de una manera asombrosa. Y dicen que mientras más fatigas, más duende y más sentimiento. Hay mucho de tópico en eso, pero también algo hay de verdad.
– Dicen que cuando el mundo vuelva a la normalidad esto no va a ser muy normal. Vamos a tardar en ver flamenco en las peñas y los teatros, ¿verdad?
– Algo va a cambiar, desde luego. Costará volver a un teatro y que te toque un tipo al lado, resfriado o con gripe. Las relaciones humanas van a ser diferentes, y creo que tardaremos en recuperar la normalidad. Se están suspendiendo festivales importantes.
«Yo vi el duende en la cara del Niño de Fregenal. Cantó un fandango que me tuve que salir del cuarto a llorar como un niño. Y lo vi en la cara de Chocolate dos horas antes de morirse. El duende vive en la amargura de los cantaores puros»
– ¿Se imagina un mundo flamenco igual que el de antes?
– Cuesta imaginarlo, porque aún no sé en qué va a quedar todo esto. Los flamencos son maestros de la supervivencia. Pero si acaba como imagino, el flamenco no podrá ser como hasta antes de la pandemia, como no fue igual después de la Guerra Civil del 36, por ponerle un ejemplo. Tras la contienda vino otro flamenco y otra mentalidad. No sé, es complicado responder a esa pregunta.
– ¿Cree que el confinamiento está siendo especialmente duro para los aficionados a lo jondo? Porque los flamencos, usted sabe, están todo el día en la calle buscando el duende. Que si la peña, que si el teatro, que si el festival, que si la juerga en el patio de atrás… Y ahora están todos metidos en casita. Ojú.
– Está siendo muy duro sobre todo para los artistas gitanos, que tienen un especial sentido de la libertad. No me los imagino metidos en un piso de Las Tres Mil, apiñados, sin sus fiestas y paseos por Triana o la Alameda. Los tengo presentes cada día. Menos mal que tienen las redes sociales para desahogarse.
– Por cierto, ¿usted ha visto alguna vez al duende ese? Había un duende verderón que se enfrentó a Spiderman.
– Ese es otro. Sí, yo he visto el duende muchas veces posado en la cara de algún artista cantando con dolor. Lo vi una noche en la cara del Niño de Fregenal, en la ya extinta Venta Vega de Sevilla. Cantó un fandango con tanto duende que me tuve que salir del cuarto a llorar como un niño. Y lo vi en la cara de Chocolate dos horas antes de morirse, en su piso sevillano. Me tuve que hincar de rodillas para darle un beso, porque sabía que no lo volvería a ver. El duende vive en la amargura de los cantaores puros.
– ¿Y para los artistas, profesor? Por lo que le he leído, los flamencos no son lo que se dice unos expertos en administración de fondos propios y planes de jubilación. ¿Cómo podrán recuperarse de esta pedasso de guantá con la mano abierta?
– No quiero ser pájaro de mal agüero, pero llegan tiempos duros. Los flamencos no se lo merecen, porque ya han pasado bastante. Las grandes figuras no van a tener problemas, porque habrán invertido y tendrán ahorros. Pero otra cosa son los que viven al día, los que salen cada noche a un tablao o a una fiesta para acabar de pagar el piso o dar de comer a sus niños.
– ¿Qué lección debe aprender el arte flamenco de todo esto? Aparte de cursillos para invertir y rentabilizar los ahorros, digo.
– Humildad, esa es la lección. Algunos se habían creído que tenían la vida resuelta. Yo mismo, que soy flamenco también. Pero en un segundo te puede cambiar la vida, y ahí está. Ahora, a echarle huevos.
«San Pedro se quedará con las ganas de pedirme un autógrafo. Los críticos de flamenco vamos al infierno en vez de a la Gloria»
– De uno a diez, ¿cuántas posibilidades le da a que La Bienal de Sevilla arranque el 4 de septiembre? Las veinte ediciones anteriores se las tragó usted enteritas y tuvo que recuperarse en un balneario de las Alpujarras.
– Creo que no se va a celebrar, porque en septiembre estaremos aún medio confinados. Y aunque tengamos libertad para ir a los teatros, los que vienen de fuera, que son mayoría, se lo pensarán. Ojalá me equivoque, pero soy bastante pesimista en este asunto. Una pena, porque la Bienal da de comer a cientos de artistas y profesionales de otros gremios.
– ¿Qué es lo que más le duele de todo lo que está pasando? En términos flamencos, quiero decir. No vaya a salirme por peteneras y hablarme de sus perros y sus gatos.
– Lo que más me duele es que el flamenco se haya deshumanizado y que ahora, con lo que nos espera, estén desentrenados en humanidad. Cada uno va a lo suyo. Lo he sufrido en mis propias carnes. Tuve un accidente muy grave, que me cambió la vida y me dejó meses en una cama y en silla de ruedas, y muchos flamencos y flamencas ni me han mandado un correo. Pocos se han interesado si podía o no apechar con ello o si tenía para comer. Lo siento, pero soy de carne y hueso, aunque sea crítico de flamenco. Sin embargo, algunos artistas sí se han preocupado y vinieron a verme, y grandes amigos, aficionados. Los que menos, los compañeros de la crítica.
– Bohórquez, esto seguro que se lo han preguntado antes. ¿Para ser crítico de flamenco hay que ser un poco cabroncete? Porque lo de enjuiciar el trabajo de los demás… ¿Es que no escuchó al sabio Chiquito de la Calzada decir que «una mala noche la tiene cualquiera»?
– Sí, muy cabrón. Hay que dejar los sentimientos en casa para ir al teatro, si se quiere ir por derecho. Es un arte en el que se suele dar mucha ojana y el crítico tiene la obligación de ser honesto. Y de saber, claro. Aunque desde que existen las redes sociales, los que saben de flamenco son los familiares de los artistas, que te ponen verde todos los días.
– Usted es un reputado investigador. ¿Ha descubierto algo nuevo durante el confinamiento? ¿Alguna partida de nacimiento de un flamenco del siglo XV, en plena reconquista del Reino nazarí de Granada? ¿Algún pionero del flamenco en tiempos fenicios o tartéssicos? ¿Algún artista trianero que no nació en Triana sino en Barbate City?
– Sí, he acabado una investigación sobre los Marrurros de Jerez, que eran dos, Diego y Antonio Monge. Antonio era el más famoso y murió cuando la Niña de los Peines aún andaba a gatas. Pero ahora investigo menos, porque tengo que acabar de pagar mi casa de campo para que no me la quite el banco. No hay ayudas y mi solvencia económica no es la de hace diez o quince años.
«Algunos se habían creído que tenían la vida resuelta. Pero en un segundo te puede cambiar la vida, y ahí está. Ahora, a echarle huevos. Si puede ser, a compás»
– Usted ya peina canas, dicho sea desde el respeto y el cariño. Otros no peinan ni canas, ejem. ¿Ha vivido una situación parecida en su vida? Una tragedia como la actual, de dimensiones épicas. Lo del estadio que se construyó en Sevilla para albergar unas Olimpiadas no cuenta.
– Mejor peinar canas que lavarse la cabeza con una manopla, ¿no cree? No he vivido una cosa como esta crisis, y nací pobre como una rata. Entonces tenía a mi abuelo y a mi madre, que me resolvían el puchero. Ahora no, aunque tengo hermanos y amigos. Amigos como usted, por cierto, que ha estado ahí en los momentos más difíciles, a veces abandonando su trabajo y a su familia. No esperaba menos de mi hermano pequeño.
– Bohórquez, algunos dicen que esto es el fin del mundo. Mi madre, por ejemplo. Venga, arrepiéntase de sus pecados. Discúlpese con ese artista de cante atravesao con quien se pasó un pelín en sus críticas. Con ese político de medio pelo al que le dedicó unos calificativos de más. Con la activista del feminijondismo, como usted lo llama, a la que puso de vuelta y media. Deje que Satán abandone de una vez ese cuerpo grandullón.
– He pecado mucho, es cierto. Y reconozco que he hecho daño a artistas, por mi manía de decir siempre lo que siento. He tenido que pedir perdón muchas veces, de manera pública o privada, porque no soy nada soberbio y sé cuándo me equivoco. Aprovecho para pedir que me perdone todo aquel al que alguna vez haya herido en alguna crítica.
– ¿Y qué le va a decir a San Pedro a las puertas del cielo para que le deje entrar? Lo de haber apoyado el arte flamenco no sé si va a ser suficiente. Quizá alguna vez haya ayudado a un viejecito ciego a cruzar la calle, como aquella genial escena de Juncal.
– Como voy a ir al infierno, San Pedro se quedará con las ganas de pedirme un autógrafo. Los críticos de flamenco vamos al infierno en vez de a la Gloria. En serio, pagaré lo que tenga que pagar cuando me llegue la hora. Creo que soy una buena persona, pero reconozco que a veces he dejado de serlo. Solo en momentos.
– Venga, Manué, quítese la careta. Si vamos a morir, diga ya lo que no se ha atrevido a decir en su puñetera vida sobre el flamenco. O sobre el Betis. O sobre el comunismo. O sobre lo que le dé la gana.
– Sobre el Betis, que me hizo sufrir mucho cuando era adolescente, y que ahora me es indiferente si gana o pierde. Le deseo lo mejor, pero no con mi dinero. Era comunista cuando no sabía qué era el comunismo. Ahora lo sé y no lo quiero. Eso no quiere decir que me haya hecho de Vox, como piensan algunos. Soy un hombre libre y les doy leña a todos. A las feminijondas, que dejen de dar el coñazo.
«Últimamente canto poco, porque estoy triste y solo me salen cantes que me parten el alma. Pero cuando canto en La Puebla del Río se me oye en Almensilla y en Bollullos de la Mitación»
– Y si el Ser Supremo que manda en los 500 mil millones de planetas de la Vía Láctea y los dos billones de galaxias del Universo le diera la oportunidad de nacer de nuevo y elegir una profesión, eso de la jondura ni pensarlo, ¿verdad? Con lo bien que conduciría el mercedes hasta Mercadona con el carné de la Mutua y un carguito en la Junta.
– No creo que vaya a tener una segunda oportunidad. Pero si la tuviera, desde luego querría ser de nuevo crítico de flamenco y periodista. Pude ser otras cosas y elegí esta profesión por algo. Creo que porque el flamenco, y escribir, son mis grandes pasiones.
– ¿Es cierto que ya no va a hablar más de política en las redes sociales? No puede ser verdad. Deje ya en paz al marqués de Galapagar y al maniquí de Cortefiel, joé. Espero que esto no lo lea mi madre, porque Pedro le pone más que Charlton Heston.
– Me moriré opinando sobre la política y los políticos. Así que lo siento por quienes me machacan para que tire la toalla, porque seguiré opinando. No soy politólogo, pero sí un ciudadano que escribe de todo porque vive de eso, de opinar.
– Cuentan las malas lenguas que algunas noches entre los pinares de La Puebla del Río se oyen antiguos fandangos atormentados del Carbonerillo y a los vecinos se les acentúa el drama que tienen encima y se hartan de llorar. No tendrá usted nada que ver con eso, ¿verdad? Porque si es cierto, hay que ser tela de mala gente.
– Últimamente canto poco, porque estoy triste y solo me salen cantes que me parten el alma. Cantar en el campo es maravilloso, algo que ya me gustaba cuando era un niño y vivía en Palomares del Río. Canto en La Puebla del Río y se me oye en Almensilla y en Bollullos de la Mitación.
– Por favor, envíe un mensaje de ánimo a los flamencos. Incluso a esos que antes eran muy amigos de usted y que ahora no le hablan porque les puso a parir en su periódico, El Correo de Andalucía, tras una de esas malas noches a las que se refería Chiquito.
– Quiero decirles que saldremos de esta y que, cuando salgamos, aprendan la lección. Nada es eterno. Ni las subvenciones de la Junta. Hay que buscarse la vida. Si puede ser, a compás.