José de la Tomasa: «El flamenco no tiene partitura porque es una música del alma»
El maestro sevillano se define como un artista clásico y tradicional que guarda la ética del cante. Cada mañana transmite su conocimiento a la nueva generación, en especial los cantes en peligro de extinción. Ante el micrófono colorea otras músicas y manifiesta su pesar por no tener la agenda de los modernitos atravesaos.
«Lo que remueve el alma es lo jondo, no lo otro», dice. Se refiere a la internacionalización del flamenco, que él ve con buenos ojos, pues a su entender a los aficionados del mundo mundial les gusta lo auténtico, no tanto lo modernito. Adoran lo que él representa, vamos. José de la Tomasa –José Georgio Soto, Sevilla, 1951– es nieto de Pepe Torre, sobrino-nieto del mítico Manuel Torre e hijo de los cantaores Tomasa Soto y Manuel Giorgio ‘Pies de Plomo’. Lleva el cante flamenco en la sangre, como sus descendientes. En 2011 recibió el Compás del Cante, prestigioso premio que concede la Fundación Cruzcampo. Desde hace más de dos décadas, el gran maestro del cante jondo que le queda a la capital andaluza forma a jóvenes intérpretes en la Fundación Cristina Heeren de Arte Flamenco, desde cuya sede trianera atiende a ExpoFlamenco para charlar de ya imaginan qué.
– Hablemos de cante. ¿Le gusta hablar de eso?
– Hombre, es mi oficio. Donde me hallo más libre. Donde hablo de la materia de que conozco. De política no puedo hablar, porque hoy no hay política. Hoy hay saqueadores del Estado.
– ¿Usted se siente el gran maestro del cante jondo que le queda a Sevilla?
– No es que me sienta así. Es que la gente me hace sentirlo. Algunos dicen que soy el único maestro del cante que queda en Sevilla capital junto a Aurora Vargas. Eso me hace sentir orgulloso. Pero luego, si no tengo trabajo, ese orgullo se desvanece. Si Sevilla no te responde dándote tu sitio, no me sirve de nada.
– ¿Cree que otros artistas con una agenda más ajetreada no han cumplido tantos méritos?
– Eso está claro. Hay que valorar a artistas que tengan un recorrido, unas vivencias, que hayan mirado por la cultura andaluza. Ahora hay mucho amiguismo. Lo digo como aficionado, no como cantaor. Hay injusticias, pero sé que tengo que aceptar las circunstancias. Cuando salí pegando fuerte, quizá le quité el puesto a otros. Si a mí Jerez me da el Premio Nacional de Flamencología, que es el más importante, y al mismo tiempo no me contrata para cantar allí, pues eso al cantaor no le gusta. El reconocimiento debe ser completo. Hay cosas que no cuadran en el flamenco.
– Está usted dolido, entiendo.
– No solo yo. Algunos cantaores estamos dolidos. Quizá esperábamos que en nuestro último recorrido –aunque yo me encuentro estupendamente– se nos reconozca lo que hacemos. Yo, modestamente, soy un cantaor que siempre ha guardado la ética del cante. Tengo dos libros escritos, ahora voy a escribir el tercero. Llevo una línea de protección al flamenco. Uno espera que las instituciones tengan un reconocimiento con el artista. No un reconocimiento económico, sino humano. Y ves que pasa un día y otro, que ahora estás cantando como nunca… ¿Aquí qué está pasando?
– La Fundación Cristina Heeren sí le da su valor y su sitio.
– Con Cristina Heeren tengo el reconocimiento de mi trabajo, mi valía como profesor de cante desde hace 23 años. Se me reconoce cómo planifico las clases, cómo me vuelco con los chavales, el conocimiento de mi arte. Cuando termino aquí me voy a casa y le escribo letras a los alumnos. Estudio cantes y se los pongo, para que eso no se pierda.
– A nivel general, ¿escasean buenos maestros en el cante jondo?
– La palabra maestro debe reunir muchas cosas. Si tú a lo largo de tu vida solo has hecho seis cantes, esa maestría se diluye. La maestría está en aportarle a los alumnos cantes en peligro de extinción. Yo estoy ahora mismo enseñando los cantes de Lucena, los cantes de Cayetano Muriel, pPorque creo que se van a perder. Si consigo que de mis diez alumnos, siete canten eso, entonces no se perderán. Claro que falta maestría, porque el tiempo es injusto con los maestros. Pasa sin avisar y te va castigando.
«El flamenco no debe estar atado. Si solo te basas en el flamenco estás perdido. Necesitas los colores de otras músicas, de la literatura. Impregnarte de cultura»
– Manuela Carrasco nos decía recientemente que la nueva generación debía tener mayor acceso a los artistas veteranos, a los maestros. Aprender de ellos.
– Hoy tienen acceso al móvil, pero no es lo mismo. Hay que explicarles quién fue Escacena, qué cantó, cuándo vivió. Lo bonito es tener quien te explique los secretos y las melodías de los cantes.
– ¿Está de acuerdo con Manuela en su lucha por preservar la pureza del flamenco?
– Yo hace bastantes años que le quité importancia a esa palabra. ¿Qué es la pureza? La pureza puede ser alguien que canta por sevillanas y le pone el corazón. Todo lo que se hace con el alma es puro. Eso de ‘yo soy puro’, lo del cante puro, se usa mucho en la gitanería. No, mire usted, hay muchos cantaores gitanos que no cantan bien, y muchos no gitanos que cantan muy bien. Pero sí debe haber una protección, sobre todo desde las entidades oficiales. Manuela debe impartir clases. No se puede morir así sin más un ser con tanta sabiduría. Tiene que aportarla, incluso regalarla. Su legado debe permanecer. Igual que un gran doctor en medicina debe transmitir sus conocimientos. Manuela está en lo mismo que todos nosotros.
– ¿Usted es un cantaor puro?
– Soy un cantaor al que le ha gustado mucho el cante. Lo he recibido en herencia. Aquí estoy, con mis rabias y mis cosas. Me considero tradicional y clásico. He recibido el legado de mi familia, y lo mantienen mi hijo Gabriel y mi nieto Manuel.
– ¿Hay muchos primeros espadas del flamenco actual que cantan atravesao?
Sí, los hay, los hay. Muchos cantan atravesao, sin conocimiento del cante. Lo peor del flamenco actual es el marketing, odio esa palabra. Que te coja una agencia y machaque a la audiencia. La gente termina aceptando lo que tú le das. Yo no tengo marketing. A mí me llama uno para cantar en una peña y voy, porque hace mucho tiempo que no canto allí. Soy el más feliz del mundo. Ahora voy a Encinas Reales (Córdoba), que me hacen un homenaje, y estoy encantado. Mucha gente que está arriba del todo canta atravesao, sí. En la pintura pasaba algo similar. En la época de Goya había siete u ocho que pintaban mejor que él.
– Definitivamente, los flamencos son sensibles a la cultura. A la pintura o la literatura, por ejemplo.
– No todos. Yo en mi coche lo que tengo es música clásica, porque el cante lo tengo en la cajita de adentro. Eso está ya ahí impregnado. Si una alumna me pregunta por la malagueña de la Peñaranda, yo tardo un segundo en cantársela. No hay una preparación previa. La tengo ahí dentro, como los cantes de Cagancho. Desde niño, mi inquietud es la música y la cultura. Cuando voy al Museo del Prado me ofrecen una visita guiada. No, no me hace falta. La sensibilidad es libre. Luego me preguntan quién me ha gustado más. Pues un pintor italiano con pellizco, les digo. Más que Velázquez y Rembrandt. Que me gusten Mozart, Bach, Vivaldi, el barroco sevillano… es porque tuve la suerte de conocer a un maestro, Pepe Romero, que me introdujo por Chaikovski y El lago de los cisnes. El flamenco no debe estar atado. Si tú solo te basas en el flamenco estás perdido. Te hacen falta los colores de otras músicas, de la literatura. Impregnarte de la cultura en general.
– Dice que se ve a sí mismo como un cantaor clásico, tradicional. ¿Le da la impresión de que muchos cantaores dejan a un lado tales cualidades para llegar más desahogadamente a final de mes por otros derroteros?
– El que intentaba imitar a Velázquez o a Murillo, veía lo grandes que fueron y se echaba para otro lado. Terminaba haciendo cuatro garabatos. Esta gente, cuando ve el contexto del flamenco clásico, da un paso atrás porque no tiene ni conocimiento ni capacidad para ejercerlo. Y se mete en un mundo más artificial que le puede dar más dinero. Lo bonito es conocer lo auténtico y después hacer lo que tú quieras.
«Triana está muerta, amigo mío. En Triana cantas tú un poquito por soleá en un bar y vienen dos guardias y te denuncian»
– La saga de los Tomasa atesora conocimiento: su hijo Gabriel, su nieto Manuel…
– Claro que sí. Ellos se lo buscan. Tienen un conocimiento ancestral, de las tripas. Y ahora escuchan, valoran, cuadran lo que oyen.
– ¿Cómo anda de orgullo el abuelo al ver el auge de su nieto Manuel de la Tomasa?
– Mira, a mí las puertas del cementerio se me agrandan. Ya puedo ir para allá tranquilo. La cadena sigue. Cuando estoy escuchando a Manuel me transporta a mi abuelo, a mi bisabuelo. Estoy escuchando a Pepe Torre, a Manuel Torre, a mi madre, al Pies de Plomo. Él canta por los demás. Es como un portavoz de la familia. Con 20 años no puede tener esa sapiencia que tiene. Coge la voz y la dobla, cómo pone las manos… Eso no es aprendido. Eso se percibe, se hereda.
– ¿Manuel está llamado a liderar una nueva generación?
– Acaba de cumplir 20 años. Con esa edad hay muchas nubes. El niño fue primero torero, después tocaor de guitarra, que toca la guitarra como nadie, y ahora es cantaor. Está siempre en el arte. Yo lo escuché cuando tenía nueve años y sabía que era cantaor. Solo puedo decir que apuesto por él a muerte. Pero con 20 años no puede definir nadie a nadie.
– ¿Qué le parecen esos otros artistas recién salidos del cascarón que cantan por derecho? María Terremoto, Lela Soto, Purili, Boleco…
– Esa palabra me gusta, lo del cante por derecho. Pues esos jóvenes son una consecuencia de lo que ha habido antes. Es lo que yo digo. Purili se acuerda de Miguel Funi, de Paco Valdepeñas, de Fernandillo de Morón. Esa escuela no se pierde mientras esté ese chiquillo ahí. El otro tiene un cante rancio, la otra igual… Son una esperanza para las familias.
– Una esperanza de que el flamenco grande no se acaba.
– Ahí está el misterio de esto que llamamos flamenco. Que un niño que hablas con él y parece que tiene diez años, con esa nobleza, se convierta en un viejo gigante cuando canta por seguiriyas. Esto es la familia, lo que tú tengas en las espaldas.
– ¿Qué papel juega Sevilla en el cante? ¿Está llamada la capital andaluza a hacer algo más de lo que está haciendo actualmente?
– Hombre, por supuesto. Es que Sevilla es la madre de esto. Sevilla ha recogido toda la cultura cantaora del mundo. Tiene que estar ahí como puntal. Y a Triana también hay que darle su sitio, por su aportación auténtica de los valores del cante flamenco. Aquí había 180 fraguas. Y Triana está muerta, amigo mío. En Triana cantas tú un poquito por soleá en un bar y vienen dos guardias y te denuncian. Esto lo digo porque ha pasado aquí en la calle Pureza, junto a la Fundación. Claro que Sevilla tiene que decir ‘aquí estamos nosotros’, pero ¿quién tiene el conocimiento y la capacidad de tomar la iniciativa?
– ¿Quién mantiene viva la llama de la escuela sevillana de cante?
– En esa escuela están Tomás, Pastora, Vallejo, Pies de Plomo, Tomasa, Aurora Vargas… No hay quien cuide esa escuela. Echan para el lado a artistas en activo. Los programadores buscan a la niña que ha salido nueva, no buscan lo auténtico.
«En el futuro el flamenco será muy artificial, pero habrá gente que diga ‘esto es así’. Artistas que lleven el flamenco en la sangre como un potro desbocao»
– Hay quien piensa que falta un nuevo Antonio Mairena. Alguien con 50 años y mucho amor por el cante de verdad. ¿Esperamos sentados?
– La verdad es que él, gracias a sus influencias, hizo mucho por el flamenco. Creó los festivales flamencos, una época maravillosa. Llevó el flamenco a la Universidad, con Pastora. En el flamenco había una amalgama de sensibilidades, de querer llegar a todos sitios. Hoy ves tú a un cantaor que va a la Universidad y piensas: Dios mío, ¿esta persona qué puede aportar? En la Universidad hay que hablar, tener conocimiento y cantar. Las tres cosas. Antonio se rodeó de Juan Talega atrás, Rosalía de Triana… Buscaba la esencia, la candela. Yo puedo no estar de acuerdo con muchas cosas de Antonio, me refiero al cante, pero como investigador y amante de los cantes auténticos fue una leyenda.
– ¿Es cierto que cuando usted empezaba en esto Antonio Mairena le presentó como el que iba a recoger su testigo?
– En el Concurso del Festival de Cante Jondo dijo que este niño tiene el eco de su familia. Y luego me presentó en la Peña de Mairena y destacó lo que yo había heredado. «Este río trae caudal», comentó de mí.
– También son recordadas sus actuaciones con Triana, el mítico grupo de rock andaluz.
– Estuve dos años con Jesús de la Rosa, que nació donde estoy viviendo yo ahora, en el barrio de la Feria. Él me decía que cantara lo que cantaba él, pero yo lo que hacía él lo aflamencaba todavía más. Yo le decía: no, Jesús, tengo que proteger los cantes de mi familia. Yo voy contigo y canto por soleás, por alegrías… Él me dio la opción de poder cantar con él, lo que cantaba él, pero yo nunca he querido eso.
– ¿Qué se puede hacer para atrapar a los jóvenes en el cante jondo?
– Es que no tienen mercado. Estos chavales que están aprendiendo la seguiriya de Cagancho o la malagueña de El Canario están entusiasmados. Pero cuando salgan y tengan que volar solos, necesitan buscar algo que les dé ilusión. Lamentablemente, van a tener que dejar esto y meterse en otro mundo. Las instituciones no se dan cuenta de lo que se van a perder. Y sale esta muchacha, Rosalía, que no tiene culpa de nada. Le ha cogido una empresa con veinte personas detrás y le proporciona la mejor publicidad. Pero señores, no es flamenco lo que hace. Hay que dejarlo bien claro.
– Quizá no haya que irse tan lejos. En esta misma institución, bajo su batuta, se ha formado un artista tan –digámoslo con delicadeza– desconcertante como Niño de Elche.
– A mi Paquillo lo tuve yo dos años. ¿Lo has escuchado hablar? Tiene conocimiento de cante. Ha estado cantando para bailar y ahora parece que se está vengando de lo mal que lo ha pasado. Y le dicen: Paquito, tú tienes que salir ahí desnudo con una anguila de río en el cuello. Y Paquito sale. Está muy dolido y se está vengando. Cada persona desarrolla en su cabeza sus virtudes y fracasos. Él cantaba bien, tocaba la guitarra. ¿Por qué hace esto ahora? No lo sabemos. Hace lo que hace y no va a explicar nunca las razones.
– También fue profesor de Rocío Márquez, ¿no?
– Sí, dos años. El otro día dijo en El País que recordaba los consejos que yo le daba, su tesitura de voz, los cantes que tenía que cantar… Yo le decía: ni soleás ni seguiriyas, tú estás para esto. El mundo de levante lo hace divino. Ahí tienes la prueba: ganó la Lámpara Minera con los cantes que yo le ayudé a hacer. Pero ya lo de ahora… Eso es más mosqueo todavía. Porque cuando tú no sabes y haces estas cosas, eso tiene una explicación. Pero cuando tú sabes lo que tienes que saber y te metes en ese mundo… Pero bueno, yo no estoy en la cabeza de nadie. Que la gente haga lo que quiera. Como decía aquel, en mi hambre mando yo.
«Gracias a Dios no me puedo quejar, tengo cositas que hacer. Pero hay compañeros que no han estrenado el traje»
– ¿Cómo imagina el flamenco dentro de cincuenta años?
– Muy artificial, muy light. Meterán instrumentos nuevos. La fusión estará a flor de piel. Se mezclará con otras músicas. Y confío en que haya gente como mi Manuel que diga ‘esto es así’. Gente que lleve el flamenco en la sangre como un potro desbocao.
– ¿Qué parece el avance de la internacionalización del flamenco? ¿Le gusta que este arte sea cada vez más universal?
– Claro, eso es muy bueno. Al universo del flamenco le gusta lo auténtico. Vienen a Andalucía a escuchar la soleá, la seguiriya, el cante de bulería por soleá, los tarantos… No le gustan las rumbitas ni el modernismo. Vienen de allí ya sabiendo lo que les gusta. Lo que remueve el alma es lo jondo, no lo otro. Las personas de fuera captan el mensaje cultural de lo que escuchan. Tú vas a cantar a Francia y te tratan de maravilla. Aquí sigues vistiéndote en los cuartos de baño.
– A algunos de sus alumnos en la Heeren les hemos visto cantar sobre algún que otro escenario. ¿Los ve como profesionales el día de mañana?
– Cuando salen de aquí con diez cantes bien cuadrados, el problema es si hay un mercado para lo que ellos hacen. Porque si se encuentran con los modernitos de siempre llevándose el trabajo y ven que no tienen salida, se tendrán que meter a cantar para bailar o buscar otros mundos más psicodélicos. Ellos sueñan con esto, pero luego se enfrentan a la realidad. Son buenos aficionados, cantan bien, rajan la voz.
– ¿Cuál es el mejor consejo que le da a sus alumnos?
– Que tengan humildad. Que escuchen las fuentes de los grandes cantaores y tocaores. Que traten el flamenco como un ente musical. Que no se crean eso que dice alguno de que el flamenco salió de las tabernas, de cantar en los bares. No, no, no. El flamenco es una música que no tiene partitura, porque es una música del alma, pero tiene una complejidad increíble.
– ¿Y a los flamencos del mundo?
– Que sigan siendo tan buenos aficionados. Que sigan teniendo al flamenco como una música más. Da gusto ver cómo la respetan. Cuando los cantaores vamos por ahí, el trato que recibimos es sublime. Que sigan adorando a nuestra música, que la adoran más que los que están aquí.
– ¿Es realmente así? ¿Se valora más ahí afuera?
– Hombre, por favor. A mí me gusta dar clase, pero ¿tú crees que yo estoy para estar aquí todos los días? Estoy aquí porque no hay una demanda a los cantes que yo hago, a mi forma de cantar. Si yo actuara cada tres días no estaría aquí. Y yo gracias a Dios no me puedo quejar. Estuve el otro día en Granada, ahora voy a Córdoba y tengo cositas que hacer. Pero hay compañeros que no han estrenado el traje.