Guirijondo (y IV): …y China volvió a encandilar
El estreno en España de ‘Paraíso de cristal’ –documental de Suzanne Zellinger–, el homenaje a Cristina Heeren y las actuaciones de Can Wang y Rafael Riqueni compusieron la jornada de clausura del festival palomareño Guirijondo, que ha puesto de relieve la universalidad del flamenco.
Lo que bien empieza, bien acaba. Hacía tan solo tres días que José Luis Ortiz Nuevo pronunciaba el pregón inaugural del primer Festival Guirijondo, y este sábado tocaba ponerle el broche. Ahora vendrá el momento de hacer balance, analizar posibles mejoras y seguir trabajando de cara al futuro, pero de momento podemos afirmar que esta idea pionera, excéntrica para algunos, ha deparado momentos memorables y sobre todo ha hecho justicia con unos artistas, los flamencos del mundo, que suelen encontrar las puertas cerradas en los grandes eventos.
La jornada de clausura arrancó con la proyección del filme documental Paraíso de cristal, producido en Austria y dirigido por Susanne Zellinger y Natalie Halla. Zellinger, una divulgadora del flamenco muy querida en Andalucía, fue la encargada de presentar en un abarrotado salón de La Truja este trabajo, que pone de relieve el papel del flamenco en la comunidad gitana andaluza y en la consolidación de su orgullo identitario.
A través de cinco personajes –Manuel Valencia, José Valencia, Pepe de Pura, Mercedes de Córdoba y Aitana Aguirre, una chica de 14 años–, la cinta quiere demostrar que es posible para convivir sin conflictos y escapar de los prejuicios y estereotipos, con el arte como elemento mediador fundamental.
“Vivo en Jerez, y allí se da la circunstancia de que es la única ciudad del mundo donde la convivencia entre gitanos y payos es algo natural”, afirmó Zellinger. “No se preguntan, no se ponen en duda. Puedes preguntarle a alguien si es gitano –algo que no se puede hacer en otras partes, por ofensivo– y que te responda orgullosamente que sí. Y están tan acostumbrados a ello que no se dan cuenta de qué extraordinario es”.
«Nadie se fue con hambre del recital de Riqueni, sino con el corazón ensanchado y los oídos perfumados de azahar. Y todo eso ocurrió en Palomares del Río, la romana, árabe y judía, que ha escrito ya su nombre para siempre en el mapamundi del flamenco»
Habrá segunda edición
Un día más, el público guirijondista se desplazó a los Baños Árabes, donde estaba previsto conceder un reconocimiento a la neoyorkina Cristina Heeren por su larga trayectoria como mecenas e impulsora del flamenco. Manuel Bohórquez, creador y director artístico del festival, empezó su discurso defendiendo que “el flamenco es, como dijo Luis Caballero, más que vino y coplas, y tiene más de iglesia que de bautizo. Es una cultura importante, con al menos dos siglos de historia, y hay que tomársela en serio”.
Y en serio se lo ha tomado siempre Cristina Heeren, sobre la que recaía “un reconocimiento de cajón, porque es una mujer nacida en Nueva York, a la que su padre le inculcó el amor por el flamenco, y que viene desarrollando una gran labor desde hace dos décadas. Porque los que vienen a Andalucía a apoyar nuestro patrimonio merecen un premio. El flamenco no necesita una ley, sino ayuda al flamenco, a la formación, a la investigación y a la creación”, agregó Bohórquez, quien subrayó que esta máxima distinción de Guirijondo llevará en adelante el nombre de Cristina Heeren.
Asimismo, el alcalde de Palomares, Manuel Benjumea, confirmó que el año que viene habrá segunda edición del festival. Finalmente, Heeren afirmó que “es un momento muy emocionante para mí, que se acuerden de lo que he hecho en un magnífico pueblo como este, será inolvidable”.
También quiso recordar a su equipo, porque “si mi Fundación hace muy buen trabajo –son cuatro años de estudio para alcanzar la profesionalidad– se debe a ellos”, y en especial citó a Pepa Sánchez, “que ya no trabaja con nosotros pero ha dejado un programa académico inmejorable. Lo mío, en fin, es un ejercicio de egoísmo, porque todo esto da mucho trabajo, pero nadie disfruta más que yo”.
«Lo mío es un ejercicio de egoísmo, porque todo esto da mucho trabajo, pero nadie disfruta más que yo» (Cristina Heeren)
Oriente por derecho
Si en la primera jornada de Guirijondo la gran sorpresa había sido el cante de Shen Wang, una voz de Hunan acompañada magníficamente por el guitarrista armenio Vahan Davtyan, en esta última noche China volvió a dejar el pabellón alto. Esta vez fue Can Wang, guitarrista de ya dilatada andadura, quien se ganó de manera unánime al respetable con un concierto para quitarse el sombrero.
Casi 400 personas tomaron asiento en los Baños Árabes, con una temperatura algo más benévola que las noches anteriores, para disfrutar de un toque que tuvo de todo: momentos de emoción, de energía y de sosiego, virtuosismo contenido y esa clase de sencillez que tanto cuesta conquistar, y sobre todo un perenne buen humor que se contagió al patio de butacas.
Tras el trémolo inicial, compuesto –según confesó– durante el confinamiento, y que tituló simplemente Infancia, fue desgranando temas tan elaborados como la granaína o la taranta. El espíritu de Manolo Sanlúcar, el mentor al que tanto debe Wang, sobrevoló todo el recital, pero se materializó especialmente en la rondeña –“mi primera composición”, recordó–, dedicada al maestro, a quien llama “mi abuelo”.
Con la afición metida en el bolsillo, invitó a subir a escena al cantaor Antonio López, profesor de la escuela de Eduardo Rebollar, con el que hizo unos hermosos tangos, y acabó poniendo al público en pie con su Bulería de Pekín.
No cabe duda de que una importante base para el futuro de Guirijondo será la guitarra de concierto, donde una sobresaliente generación de guitarristas procedentes de los cuatro puntos cardinales, con una altura técnica como quizá no se ha visto antes, puede tener mucho que decir. Pero también que el gigante asiático ha llegado al flamenco, como suele decirse, para quedarse. Shen y Can son dos buenos ejemplos de ello.
«Casi cuatrocientas personas disfrutaron del toque de Can Wang, que tuvo de todo: momentos de emoción, de energía y de sosiego, virtuosismo contenido, esa clase de sencillez que tanto cuesta conquistar y sobre todo un perenne buen humor»
Riqueni, presente
Y como círculo que se cierra, la pincelada que dio el trianero Rafael Riqueni como pistoletazo de salida de Guirijondo se convirtió en recital completo para despedir esta primera edición. Antes, un reconocimiento a La Truja y La Gran Vía, dos establecimientos hosteleros palomareños que han colaborado activamente en el Festival, “dos ejemplos muy claros de cómo los empresarios palomareños se vuelcan con un proyecto como este”, en palabras de Manuel Benjumea. “Si seguimos trabajando así, conseguiremos ser un referente en todo el mundo”.
Manuel Bohórquez lamentó el fallecimiento, la noche antes, del gran investigador Luis Suárez Ávila, y también hizo notar la presencia entre el público de un luthier que había llegado a Palomares procedente de la Alpujarra granadina solo para oír a Riqueni tocar una guitarra suya. “Como guitarrista, se ha dicho todo de él. Siendo un guitarrista relativamente joven, es una referencia mundial. Es el gran guitarrista de Sevilla, lo sigo desde niño y ya sabía que era un genio. Obras suyas, como Juegos de Niños o Alcázar de cristal, han quedado ya en la historia”.
Así es, pero lo mejor es que Riqueni es puro presente. Aunque la suerte lo ha zarandeado muchas veces en la vida, amenazando con malograr su carrera, no hay un aficionado que no se felicite de tenerlo hoy activo y en plena forma, tocando sin parar de escenario en escenario. Hemos perdido a demasiados gigantes en pocos años; debemos cuidar a los que siguen al pie del cañón.
Aunque no tuvo el mejor sonido que merecía, toda la belleza barroca de su toque, la inconsolable melancolía de sus partituras, su sensibilidad única, se fue desplegando en piezas como Triste luna, Al niño Miguel, Farruca Bachiana, Herencia o los tangos de Pureza, amén de su clásico Cogiendo rosas, que dedicó a Cristina Heeren.
Sospecho que el encargado de encender las luces del recinto se precipitó un poco, porque bien cabía un bis en el repertorio del maestro, pero desde luego nadie se fue con hambre del recital de Riqueni, sino con el corazón ensanchado y los oídos perfumados de azahar. Y todo eso ocurrió en Palomares, la romana, árabe y judía, que ha escrito ya su nombre para siempre en el mapamundi del flamenco.