Recordando a El Carbonerillo
Este genial cantaor sevillano, el último romántico del cante macareno, en una sola letra de fandango era capaz de matarte de pena o de gusto. Y no solo por fandangos, sino en otros palos como las seguiriyas y las soleares, las tarantas o aquellas colombianas a compás que fueron tan celebradas en toda España.
De no haber muerto el 6 de abril de 1937, El Carbonerillo hubiera cumplido estos días 114 años. Murió a la edad de 31, de tuberculosis pulmonar, una enfermedad que mató a muchos artistas del cante, entre otros a Manuel Torres, Paco Mazaco o Currito el de la Jeroma. Manuel Vega García, que así se llamó El Carbonero, se dejó ver la primera vez por este mundo el 8 de febrero de 1906, en la calle Sol, donde también lo hicieron el Mochuelo, el torero Manolo González y la cantaora Emilia Jandra. Su madre, Rocío García Cuesta, era del casco antiguo de Sevilla, y su padre, Manuel Vega Villar, de la localidad sevillana de Benacazón, aunque criado en Triana. Su progenitor fue bailaor aficionado y abastecía de carbón a muchas carbonerías de Sevilla, de ahí el apodo de su hijo, quien al empezar a cantar comenzaron a llamarle El Carbonerillo, primero en la Macarena y luego en toda España.
«Rara era la noche que no amanecía borrachín en alguna sala de fiesta, cantando de manera estremecedora aquellas letras que se arrancaba del corazón»
Trabajando junto a sus hermanas en una fábrica de telares de los Pickman, en Sevilla, sus propias hermanas lo subían a una mesa para que cantara fandanguillos, y paraba la fábrica. Su hermana Anita llegó a contarme que era un ruiseñor, un niño nacido para cantar, pero la señora Rocío, la jefa de la familia, nunca quiso que se dedicara al cante, que entonces era un arte muy mal visto, aunque ya había grandes artistas que lo dignificaban en los teatros, como la Niña de los Peines y Chacón. Su mejor amigo de la infancia fue Pepe Pinto, que había nacido tres años antes en la Macarena y cantaba también de manera prodigiosa. Juntos mangaban en las tabernas del barrio y acabaron debutando una mañana en el Café Novedades junto a otro niño que acababa de salir, el Niño de Marchena. Cuentan que cuando acabaron de cantar, el escenario del café de la Campana se llenó de monedas y de flores, de la que liaron los tres. Y ahí nació para el cante El Carbonerillo, quien enseguida comenzó a actuar por los pueblos con guitarristas como Antonio Peana y Pepe el de la Flamenca, y más tarde con otro al que también le llamaban Manolo el Carbonero, conocido luego como el Niño Ricardo. Con él grabó sus primeros discos en 1928, para el sello Regal, siendo ya un cantaor conocido en casi toda España, a pesar de tener solo 22 años.
La fama, el dinero y los amores –más bien el desamor– lo convirtieron en una persona viciosa, atrapada sobre todo en el alcohol, algo muy normal en aquellos años entre los artistas flamencos, por la vida que llevaban, viviendo mucho la noche en una Sevilla llena de cafés, salas de fiestas y prostíbulos. Quienes le conocieron muy bien, como fueron el guitarrista Peana o el cantaor Enrique Orozco, me contaron que era rara la noche que no amanecía borrachín en alguna sala de fiesta, cantando de manera estremecedora aquellas letras que se arrancaba del corazón, maldiciendo a las mujeres y dispuesto a pelearse con los camareros que se negaran a darle la última copa. A pesar de estar en ese estado, El Carbonerillo trabajó mucho en diversas compañías junto a los más grandes de la época, ya en los años treinta, antes de la Guerra Civil española de 1936, que llegó a conocer y a sufrir. Compartía carteles con la Niña de los Peines, Mazaco, Fregenal, el Pinto y Vallejo, entre otros grandes, y dejó una discografía muy interesante que ya se puede conseguir toda en formato cedé.
Es el legado de coplas y músicas que nos dejó este genial cantaor sevillano, el último romántico del cante macareno, que en una sola letra de fandango era capaz de matarte de pena o de gusto. Y no solo por fandangos, sino en otros palos como las seguiriyas y las soleares, las tarantas o aquellas colombianas a compás que fueron tan celebradas en toda España: Cuna donde yo he nacío, Sevilla la tierra mía. Aunque siempre será recordado como un gran fandanguero y por letras como la que sigue, grabada con Sabicas en 1932:
Que quien te quiere soy yo
haz por quererte tú a mí
Que quien te quiere soy yo
Tú quieres a quien no te quiere
Válgame el amor de Dios
Qué desgraciaíta eres.