El abuelo y el flamenco casero
Don Antonio Mairena solía referirse con frecuencia al cante casero, el que se hacía en las casas, en las fiestas, sin ninguna elaboración artística. Cantaores como Juan Talega, Perrate o su hermana María La Perrata vienen de ahí. Quienes querían disfrutar de esa calidad de cante, en su salsa, tenían que ir a Utrera y meterse en fiestas con ellos.
– Abuelo, ¿qué es el flamenco casero? Le escuché hablar de eso una vez a Antonio Mairena en una conferencia que dio en la Peña Niño Ricardo dos o tres años antes de morirse.
– Pues sí, don Antonio solía referirse con frecuencia al cante casero, el que se hacía en las casas, en las fiestas, sin ninguna elaboración artística.
– ¿Ya no hay flamenco casero?
– Claro que lo hay. Vete a Utrera, a Lebrija o a Jerez y verás que aún existe, aunque cada día menos. Yo recuerdo cuando en Triana se juntaban los gitanos de la Cava y en cada casa había un sello. Veías bailar a Pepa la Calzona o El Pati, o escuchabas cantar a El Titi o a Tragapanes, y aquello era una maravilla. Imagínate cómo sería en el XIX, con aquellas casas, la de los Cagancho, la de los Puya, la de los Pelao…
– Ya que hablas de Curro Puya, ¿quién era?
– Pues mira, me gusta esa pregunta. Nadie sabe aún en Triana quién fue Curro Puya, aunque ha habido varios. Pero nos interesa el que cantaba, el gran cantaor de tonás, seguiriyas y soleares. El gitano más bragado de la Cava. Era herrero, un artista en lo suyo, la forja. Nació en la segunda década del XIX, en Triana, y murió con muchos años. Una historia la de Curro Puya.
«Chacón se iba a la Cava de Triana a meterse de fiesta con los Cagancho o buscaba a Ramón el Ollero, que era gaché, pero un sabio del cante sevillano. Y Camarón buscaba a Juan el Camas, a La Perla o a los genios anónimos de Jerez»
– Pero ¿quién era? Es que nadie ha hecho aún una biografía de él.
– El problema es que han buscado a un Francisco Vega, cuando no se llamaba Francisco. Le decían Curro Puya porque era un apodo familiar. Un caso parecido al de Curro Frijones, y ninguno de los Frijones de Jerez, que eran dos, se llamó Francisco, sino Antonio y Manuel. Curro Frijones era el personaje de un sainete antiguo, algo zarrapastroso, y por eso le llamaban así a Frijones. Igual que a Pinini de Utrera, el abuelo de Fernanda y Bernarda, al que apodaron de esa manera por el célebre sainete El Tío Pinini. A un torero muy antiguo de Huelva también le llamaban Curro Frijones, así aparecía en los carteles.
– Bueno, abuelo, ¿qué valor le das entonces al flamenco casero?
– Mucho valor, Manolillo. El cante más genuino sale de ahí, o una parte del cante, porque hay palos que vienen del folclore o los musicales, que ya se cantaban en el XVIII en los teatros, a piano o con otros instrumentos, antes incluso de la incorporación de la guitarra. La fusión de la rica cultura musical andaluza y lo casero es el origen del flamenco. El baile flamenco, por ejemplo, no se podría entender sin la escuela bolera.
– ¿Y quiénes eran los cantaores o las cantaoras caseras?
– Pues mira, cantaores como Juan Talega, Perrate o su hermana María, La Perrata, vienen de ahí. Luego se subieron a los escenarios, pero quienes querían disfrutar de esa calidad de cante, en su salsa, tenían que ir a Utrera y meterse en fiestas con ellos. Casi todas las figuras de hoy han bebido en esa fuente. Mairena, por ejemplo, lo bebió casi todo en esas casas cantaoras. Y en otros tiempos, Chacón o la Niña de los Peines. Chacón se iba a la Cava de Triana a meterse de fiesta con los Cagancho o buscaba a Ramón el Ollero, que era gaché, pero un sabio del cante sevillano. Y Camarón buscaba a Juan el Camas, a La Perla o a los genios anónimos de Jerez. Y Morente, cuando era joven, solía irse a Cádiz en busca de Aurelio o a Granada para escuchar a Juanillo el Gitano o a Cobitos. Por ponerte solo algunos ejemplos.
– O sea, abuelo, que nadie crea de la nada.
– Ni mucho menos. Por eso creo que hay que hacerles justicia a esas casas cantaoras, no olvidarlas nunca. Y mucho menos renegar de ellas, que de todo hay. Yo las declararía Bien de Interés Cultural, Manolillo.
– Abuelo, cada día te quiero más.
– ¡Pues anda que yo a ti!