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Omega cumple 25 años - Archivo Expoflamenco
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Omega cumple 25 años

Me pareció tan agresivo y tan horrible que insulté un montón de veces a Morente, a su familia más cercana y a todos sus ancestros. Estuve a puntito de tirarlo por la ventanilla. Menos mal que me contuve, porque 'Omega' es hoy por hoy uno de mis discos preferidos.


Para quien todavía no lo conozca, Omega es el álbum fruto de la visión de Enrique Morente sobre el eternamente transgresor libro Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca. Complementando a estos textos, Morente añade composiciones del judío canadiense Leonard Cohen –otro artista gigantesco que entronca con el universo surrealista lorquiano–, coplas de la tradición flamenca, poemas del estadounidense Walt Whitman y más versos de Federico recogidos de otros poemarios. Colaboran con el cantaor mediante sus traducciones, consejos y adaptaciones intelectuales de la talla de Alberto Manzano, traductor y biógrafo de Cohen y principal valedor del encuentro de éste con Morente; el dramaturgo Miguel Narros; el fundador de la Casa-Museo de Federico en Fuente Vaqueros, Juan de Loxa; el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero; o la sobrina-nieta de Federico, Laura García Lorca.

 

En lo musical, Enrique se hace acompañar por la flor y nata de la guitarra flamenca del momento: Vicente Amigo, Tomatito, Juan Manuel Cañizares o Miguel Ángel Cortés; de familiares y colaboradores habituales suyos, como Montoyita, las Negris, La Barbería del Sur, Antonio Carbonell, Aurora o Estrella; y de otros músicos y compositores de la talla de Isidro Muñoz, Tino Di Geraldo o Juan Antonio Salazar. Pero el ingrediente explosivo final, y que diferencia fundamentalmente el sonido de esta obra de todo lo hecho hasta el momento, es el grupo de rock indie granadino Lagartija Nick (Antonio Arias, Erik Jiménez, Juan Codorniu y M.A.R. Pareja), cuya atmósfera metálica evoca el ruido deshumanizado de la gran ciudad, desde el que emerge el cante dolorido de Enrique como una metáfora de la voz de Federico. Una auténtica locura en su descripción que aumenta con su escucha.

 

 

«El ingrediente explosivo final es el grupo granadino de rock indie Lagartija Nick, cuya atmósfera metálica evoca el ruido deshumanizado de la gran ciudad, desde el que emerge el cante dolorido de Enrique como una metáfora de la voz de Federico»

 

 

El disco salió al mercado en 1996, el mismo año en que descubro a Morente por su participación en el mediometraje Flamenco de Carlos Saura, donde interpreta una novedosa seguiriya. Por aquel entonces mi oído estaba preso de la estética de Camarón, el concepto de Paco de Lucía y todos los epígonos de ambos, así que no entendí la propuesta de Enrique. Pero me había comprado la BSO de la película en formato cassette y no era plan de pasar rápido la cinta cada vez que salía, así que tuve que escucharlo casi por obligación. Por culpa de, o gracias a esto, empecé a apreciar su cante y de ahí nació mi curiosidad por este artista. Pasado el tiempo me hice con el Omega. Iba en coche cuando lo escuché por primera vez. Y me pareció tan agresivo y tan horrible que insulté un montón de veces a Morente, a su familia más cercana y a todos sus ancestros. Estuve a puntito de tirarlo por la ventanilla. Menos mal que me contuve, porque Omega es hoy por hoy uno de mis discos preferidos.

 

 

 

 

Comienza con el largo y difícil tema que le da título, Omega, subtitulado como Poema para los muertos, y que contiene fragmentos de Cuna y panorama de los insectos y coplas flamencas tradicionales. Se dice que a través de esta pieza Enrique canalizó el dolor que le produjo la pérdida de su madre. Sobre colchón eléctrico y polifonía vocal propia, canta los delirantes versos lorquianos en forma de lo que parece en principio una saeta, pero que se va abriendo a lo largo de la pieza hasta desembocar en lugares distintos. Como la impresionante seguiriya Aqueos, con el acompañamiento de la batería en compás de «chía», cofradía de tambores de Granada, que es rematada con samplers de cantaores muertos, las voces de ultratumba de Torre, Pastora, Chacón, Vallejo y Caracol. Los pasajes tras el grito de Las hierbas, con la agresiva ametralladora de la batería y las atronadoras guitarras, responden a los larguísimos melismas de Enrique.

 

Continuamos con el Pequeño vals vienés, poema de Federico al que Leonard Cohen puso música y rebautizó como Take this waltz. Enrique comienza a cantarlo en los tonos graves de Cohen, pero va subiendo y subiendo por momentos hasta tonalidades imposibles, mecido por una caja, un contrabajo y un acordeón. El tercer tema es la bulería Solo del pastor bobo, con música del genio Juan Antonio Salazar. Su sonido de guitarra y palmas es más convencional que el de los cortes anteriores, y supone un pequeño respiro antes de lo que viene después, Manhattan, sobre la canción First we take Manhattan de Cohen, una vuelta al sonido eléctrico en esta versión morentiana, donde la percusión de un Erik Jiménez desatado y la voz de una Estrella en ciernes ocupan un papel destacado. Seguimos con la impresionante La aurora de Nueva York, poema lorquiano al que un gigantesco Vicente Amigo mete en compás de bulería por soleá, donde Enrique despliega todo su poderío vocal. Igual de enormemente flamenco está Tomatito en el siguiente corte, Sacerdotes –The priest–, un tema de Cohen que Enrique hace por tangos con una naturalidad pasmosa y con los coros de su mujer e hija. La Niña ahogada en el pozo (Granada y Newburg) parece una bulería atropellada por la batería y las guitarras eléctricas, y en ella la sonanta de Cañizares suena así de extraña porque está tocada con un plectro y una esponja haciendo de sordina. Adán es una vuelta a la calma y un soneto metido por soleá, lo que no deja de ser una contracción. Pero no hay nada imposible para el hombre que pone la música y acompaña a la guitarra a un estratosférico Morente en este cante, porque ese hombre se llama Isidro Muñoz Halcón.

 

 

«Por aquel entonces mi oído estaba preso de la estética de Camarón, el concepto de Paco de Lucía y todos los epígonos de ambos, así que no entendí la propuesta de Enrique»

 

 

Para la Vuelta de paseo, Lagartija prepara de nuevo la artillería pesada, aunque el primer pasaje se le reserva a la guitarra futurista de Cañizares y a la voz de Morente, que hace una impresionante granaína antes de que atruenen los decibelios: ¡Asesinao por el cielo! En el Vals de las ramas vuelve Isidro como compositor de música flamenca para Federico y como guitarrista acompañante de Morente. La genial percusión de Tino Di Geraldo suena flamenquísima, aunque su compás no lo logramos identificar con ningún palo concreto. Aleluya (Hallelujah n° 2) es otra versión sobre un tema de Cohen, a quien este trabajo conmovió profundamente: «Nadie había hecho nunca por mí algo tan grande como esto», dijo. Morente entra en el terreno de la soleá de la mano de Vicente Amigo y sale de ella empujado por los Lagartija y por los coros en un tira y afloja alucinante que Enrique resuelve volviendo a ella, a la soleá, apuntando tres letras clásicas sobre la guitarra eléctrica y la voz de Estrella: La tierra con ser la tierra, Eres zarza y yo me enreo, No te compro más camisas y un lerele final que suena a gloria.

 

Seguimos ahora con un par de fandangos lorquianos con música y guitarra del inconmensurable Isidro: Norma y paraíso de los negros. Tras un estribillo con aroma a Huelva, La Barbería y «la voz del niño Carlos», el compás se duerme para que Enrique ejecute los dos dificilísimos cantes con una perfección técnica increíble, antes de que vuelva el precioso estribillo para diluirse en un fade out. Y llegamos al tema que cierra el disco, el número 13, como corresponde a un disco maldito. Ciudad sin sueño se titula, y está cantado sobre las melodías del polo y de la caña. Su compás va in crescendo hasta volverse frenético, y los premonitorios y visionarios versos de Federico acaban siendo recitados al unísono por los músicos como una oración coral. En este corte Enrique canta en inglés un poema de Walt Whitman que parece describir al disco completo: «One hour to madness and joy, oh furious! confine me not».

 

 

Texto: Javier Jiménez Rodríguez

 

 


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