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Rubem Dantas y la percusión jonda

Se han cumplido ya cuatro décadas de cajón en el flamenco y quién iba a imaginar que un sencillo instrumento peruano que servía de soporte a la música negra del sur de Lima se iba a integrar en el flamenco de forma tan rotunda.


La percusión en el flamenco, como corresponde a un género primordialmente austero, ha estado, y sigue estando al día de hoy, a cargo de las palmas, pitos y los pies, amén de aquella que produce la guitarra con el roce de las uñas cuando rasguean las cuerdas y los golpes sobre la tapa. Instrumentos de percusión todos ellos que la organología encuadra dentro de los denominados de sonido indeterminado, es decir, que no emiten notas concretas, como sí producen los cueros, tumbadoras, bongós, timbales, etc. Además, las palmas, pitos (chasquidos de los dedos) y pies son instrumentos corporales, es decir, absolutamente portátiles que no hace falta ni comprar ni transportar, vienen con nosotros de “fábrica”. Hay que añadir a estos además el siempre socorrido palilleo con los nudillos sobre una superficie para marcar compás, recurso de percusión tan flamenco como los citados.

 

La percusión afrocubana fue pionera en flamenquerías más o menos jondas. Recordemos a Pepe Ébano, peruano y cajonero, tocando el bongó en Entre dos aguas con Paco en 1973, pero el que sacó “la cocina”, el que puso sobre el escenario todo el kit de percusión afroamericana fue nuestro querido y admirado Rubem Dantas, musicazo de Salvador de Bahía de todos Los Santos, Brasil, que formando parte del grupo Dolores fue solicitado por el Gran Jefe para meter las percusiones en el disco de Falla en 1978. En ese año hizo Paco una gira americana recalando en la capital peruana, y en la embajada limeña coincidieron con el grupo Perú Negro. El percusionista de aquel grupo era el maestro Caitro Soto. Al escuchar el cajón que tocaba, el genio de Algeciras se dio cuenta de que aquel paralelepípedo de madera, también muy portátil, casaba muy bien con el sonido que estaba buscando y le preguntó a Caitro que por cuánto se lo vendía. Doce mil pesetas le pidió. Paco miró a Rubem y le dijo: «Ya tenemos percusión». Y ahí empezó una nueva era para la percusión en el flamenco. El maestro afirmó en una entrevista: «Es ideal para esta música, porque tiene un sonido muy similar a los pasos de un bailador. Ha sido un hallazgo y un logro del cual me siento muy orgulloso».

 

El maestro cajonero Eusebio Sirio Pititi se refiere a los cajones que contenían whisky importado que se utilizaban para improvisar sonidos y ritmos como el antecedente del instrumento. En Perú el cajón es imprescindible para acompañar géneros de la música criolla y negra de la costa tales como la marinera o ritmos como el landó o el panalivio, la zamacueca, el aguanieves, el vals o el festejo. El instrumento surge en la zona de Chincha, al sur de Lima, donde se concentra buena parte de la población de origen africano del Perú. Las primeras noticias aparecen mediado el siglo XIX en torno al panalivio, un tipo de canción afroperuana. Los estudiosos coinciden en que la práctica se extiende en la Fiesta de barrio de Lima llamado Amancaes. En un artículo de la prensa barcelonesa de 1886 dedicado a las vendedoras de camarones en el Perú encontré la siguiente mención al cajón: «Añade la tradición (que a las veces miente más que politiquero de portal) que Veremunda, para celebrar el triunfo de sus protegidas, dio un cachazpari, como dice el nuevo diccionario de la lengua, en Amancaes, como mucho de arpa, cajón y guitarra» (La Ilustración, 14/2/1886).

 

Esa caja, que es también asiento, casaba a la perfección con el sonido no determinado de la percusión flamenca, lograba además una intensidad considerable, y posibilidades técnicas que ni palmas ni pies alcanzaban. Rubem puso las bases de cómo tañer el instrumento por bulerías, alegrías, tangos, tanguillos y rumbas principalmente creando el lenguaje básico del toque del nuevo instrumento para el flamenco.

 

 

«El que puso sobre el escenario todo el kit de percusión afroamericana fue nuestro querido y admirado Rubem Dantas, musicazo de Salvador de Bahía, Brasil, que formando parte del grupo Dolores fue solicitado por el Gran Jefe para meter las percusiones en el disco de Falla en 1978»

 

 

Paco sabía muy bien lo que quería. El sonido del Sextet lo concibió para grandes recintos. Su fama mundial exigía conciertos para más de mil personas y en consecuencia el clásico cuadro flamenco de guitarras, palmas y cante, con o sin baile, no era el adecuado para su música eminentemente instrumental. Y desde el principio lo tuvo claro. Bajo y percusión para sostener el punch necesario, casi al modo de los grupos de rock. El cajón colmaba plenamente esas expectativas y Rubem, añadiendo sus platillos, cortinas y otros efectos cubría con creces las necesidades percutivas.

 

En aquellos setenta los flamencos buscaban nuevas sonoridades, probaron el sitar, la derbuka, los panderos, congas y pailas, pero el que llegó, vio y triunfó fue este pequeño instrumento de origen peruano, simple como las palmas y los pitos, del que los jóvenes enseguida se enamoraron.

 

Fue en el auditorio del parque de atracciones de Madrid, corría el año ochenta, Paco de Lucía y su recién nacido Sextet mostraba el grupo y Rubem debutaba con el cajón. En primera fila, entre la chavalada allí congregada, Antonio Carmona, quien tuvo un flechazo con el instrumento y enseguida se puso manos a la obra. Le siguieron José Antonio Galicia, Manolito Soler, Tino di Geraldo, Piraña, Sabú y Ramon Porrina, Bandolero, el venezolano El Negro, un auténtico virtuoso, Cepillo, Chaboli, Paquito González, Luis Dulzaides, Antonio Coronel, Ané Carrasco y un largo etcétera. 

 

Conozco a Rubem desde que llegó a España en los setenta, de los bajos de la calle Orense antes de que se construyera Azca, en los ochenta, cuando llegaban cada año tocaban en Viena no me separaba de ellos, cuando regresé en los noventa nos veíamos los miércoles en El Mago y en los últimos años hemos hecho cosas juntos en la Universidad de Cádiz. Siempre lo he considerado un percusionista excepcional y un compositor inspirado, su Trío con clarinete y piano es una delicia de escuchar, sus composiciones tienen un gusto exquisito, no se lo pierdan.

 

De su labor con Paco y el Sextet qué decir, de sus aportaciones en los discos de Camarón, de las múltiples colaboraciones con músicos de todo pelaje. Un carrrerón. Sin roneo. Siempre aportando buen gusto.

 

Se han cumplido ya cuatro décadas de cajón en el flamenco y quién iba a imaginar que un sencillo instrumento peruano que servía de soporte a la música negra del sur de Lima se iba a integrar en el flamenco de forma tan rotunda. Eso también es América en el Flamenco.

 

 


Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

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