Con una copla de más (XII): el cautiverio en las coplas flamencas
Después de aproximarnos al amor y a la muerte en anteriores entregas, nos acercamos a un tema muy presente en el flamenco, el del cautiverio o cárcel, reflejo de una preocupación personal, claro, pero también motivo de denuncia pública, de crítica social. Incluso hay un palo flamenco que se llama carcelera.
Después de aproximarnos al amor y a la muerte en anteriores entregas, nos acercamos a un tema muy presente en el flamenco, el del cautiverio o cárcel, reflejo de una preocupación personal, claro, pero también motivo de denuncia pública, de crítica social. Incluso hay un palo flamenco que se llama carcelera, comentado en este breve reportaje del programa Estilos flamencos de Canal Sur TV.
Dice el martinete popular:
Veinticinco calabozos
tiene la cárcel de Utrera,
veinticuatro llevo andaos,
el más penoso me queda.
Es este uno de los martinetes más conocidos del flamenco. La cuantificación –veinticinco– de los calabozos resulta de un fuerte y emotivo dramatismo, sobre todo cuando en el tercer verso –veinticuatro llevo andaos– nos percatamos de que el preso ha recorrido y sufrido ya un sinfín de penalidades carcelarias.
La cárcel, la institución carcelaria y todos sus espacios indeseables reciben diversas denominaciones en las coplas flamencas. En este martinete anterior, hemos visto que se habla de calabozos, término usado aquí, naturalmente, en el sentido de “mazmorra”, “celda para los presos”. En el mismo sentido lo toma esta toná:
Estoy en un calabozo
lleno de abominaciones;
ya me suben, ya me bajan,
a tomar declaraciones.
Una de las peculiaridades de la celda o calabozo es su casi total oscuridad, algo que con el tiempo se ha venido superando afortunadamente. Vemos dos coplas. Una retrata con el adjetivo “oscuro” y con una dolorosa hipérbole, sencilla pero dramática, el inmenso dolor del preso:
A un oscuro calabozo
me llevaban la comida,
más lágrimas erramaba
que bocaítos comía.
La otra nos comunica esa misma tristeza y oscuridad con una expresión –quizá hiperbólica– muy sencilla y coloquial:
A mí me sacaron del calabozo
y me metieron en otro más malo,
donde no podía ni verme
los deditos de la mano.
Camarón, entre otros muchos, tiene cantes con esta palabra, calabozo, como en esta seguiriya de su álbum Canastera: Calabocito oscuro / donde estoy preso, / yo estoy viviendo con la esperanza perdía / de cumplir mi arresto.
Otro apelativo del cautiverio es presidio (observen la fuerza de esta sentencia con un trasfondo personal pero con claros matices de denuncia:
En la puerta del presidio
hay escrito con carbón:
“Aquí el bueno se hace malo
y el malo se hace peor”.
Naturalmente, la palabra “cárcel”:
Di a la mare de mi alma,
di a la mare de mi vida,
que hoy me sacan de la cárcel
y me meten en capilla.
El calabozo es una parte íntima, concreta, de la propia cárcel, del presidio, nombre más general, que alude al edificio carcelario en su totalidad o al concepto de “estar preso”. Estar en la cárcel, o estar preso, estar en el calabozo denota recogimiento en una celda concreta.
Una copla nos intriga. La recoge Demófilo sin comentarla (sic):
Mare mía der Loreto,
si me cojen los sibiles
me yeban ar lasareto.
¿Adónde lo llevan los guardias? ¿Al lazareto, entendido como “establecimiento de recogida de leprosos y otros afectados por enfermedades contagiosas? O, más bien, ¿a la cárcel? ¿Es lazareto aquí, acaso, sinónimo de cárcel? Parece ser que había una cárcel en los lazaretos y ya por sí son centros de reclusión aunque por motivos sanitarios. A veces la copla surge de un instante vital concreto y, con el paso del tiempo, sacadas de su contexto, de su “autor” y sus circunstancias, resulta complicado acertar con su significado exacto.
Nos falta el nombre que recibe la cárcel en caló, la lengua original de los gitanos: estaribé o estirapel, trena (en germanía en realidad, falsamente tomado como caló, según Manuel Barrios y otros investigadores):
A la reja de la trena
no me vengas a llorar.
Piensas que me quitas penas
y más penitas me das.
Estirapel la recoge Ortiz Nuevo en su magnífico libro Pensamiento político en el cante flamenco, quizá a su vez de Borrow, en caló y en castellano:
Al reo con sus chineles (Al reo con sus guardias)
le sacan del estirapel (le sacan de la cárcel)
y le alumbran con las velas (ídem)
de la gracia Undebel (de la gracia de Dios).
Y otra:
Meliqueron al vero (Me llevaron a un escondite)
por miedo de una estirapel (por miedo de una cárcel),
le penelo a mi romí (le digo a mi mujer)
que la mequelo con mi chaboré (que la dejo con mis hijos)
Del interior del presidio, aparte del calabozo, nos hablan de la capilla y del patio mayor. La primera es un gran mal si se cita (“meter en capilla”, paso previo a un ajusticiamiento, sin tiempo para la esperanza):
El preso cuenta los días,
el presidiario los años
y el que está metío en capilla
horas minutos y cuartos.
El segundo es un mal menor, según esta copla, al señalar un lugar abierto, de recreo, de cierta libertad (tal como recoge Demófilo en la siguiente):
La probesita e mi mare
a on Antonio jabló
pa que me quiten los griyos,
me echen ar patio mayó.
Veamos este cante de Porrina de Badajoz en que se alude al patio de la cárcel. Son unos tangos que comienzan con esa famosa letra que dice:
Adiós, patio de la cárcel,
rincón de la barbería,
el que no tiene dinero
lo afeitan con agua fría.
Destaca la frecuente aparición en las coplas carcelarias de dos concretísimos espacios, altamente significativos: la puerta del presidio (límite terrible entre la libertad y su ausencia) y la reja de la cárcel (espacio dentro de la cárcel y lleno de connotaciones e historias privadas). Pero de esto hablaremos en el capítulo siguiente.
→ Ver aquí los artículos anteriores de José Cenizo.
Pedro Cordoba 11 octubre, 2023
En la Edad Media los lazaretos fueron construidos para aislar a los leprosos, en recuerdo del famoso episodio evangélico de San Lázaro y el leproso. Toda Europa se cubrió de lazaretos.
Cuando fue desapareciendo la lepra, muchos lazaretos sirvieron como lugares de reclusión para pobres: estamos en el siglo 16, gran siglo de represión de la mendicidad cuando los “reformadores” se empeñan en obligar los pobres a trabajar. Es una historia que cuenta con todo detalle Michel Foucault en “Vigilar y castigar”.
También sirvieron de lugar de cuarentena durante las recurrentes epidemias de peste (desde la peste negra de 1348 hasta bien entrado el siglo 18).
Muchos lazaretos fueron por fin convertidos en hospitales, manicomios y cárceles.
Por ejemplo el famoso Lazareto de Mahón fue en principio un hospital para cuarentena (decisión de Carlos III en 1793). Pero solo empezó a funcionar como tal en 1817. Antes de esta fecha fue una cárcel donde encerraron en 1810 a los vencidos de Bailén.
Otro ejemplo famoso es el lazareto de Saint-Lazare en Paris que fue una cárcel a partir del siglo 17 y funcionó a “pleno régimen” durante la época de la Revolución y del Terror. Después se transformó en cárcel-hospital especializado para mujeres. Ahí estuvo por ejemplo la celebérrima espía japonesa Mata-Hari. Pero las reclusas fueron de forma muy mayoritaria prostitutas. Es así como sólo en el año 1837 pasaron por el lazareto 11 063 mujeres de la vida. Hasta el año de 1975, la policía llevaba allí a las prostitutas recogidas en redadas nocturnas. Ahora es la Mediateca Françoise Sagan (otra mujer…)
De la época cárcel-hospital para prostitutas tenemos una canción de Aristide Bruant, creador de la “canción realista” francesa (existe un famoso cartel de Toulouse-Lautrec que lo representa con su característica bufanda roja de revolucionario). La canción se llama “A Saint-Lazare” y pongo el vínculo porque de alguna forma es como un eco de la copla recopilada por Demófilo: los lazaretos son cárceles para población marginada.
https://www.youtube.com/watch?v=hxcrTsBrRXs
Pingback:Con una copla de más (XIII): las ducas de estar preso | ExpoFlamenco Prensa 15 septiembre, 2024