Misterio y duende de un singular documental
En 1952, medio siglo antes de que Carlos Saura filmara este género, el director Edgar Neville hizo 'Duende y misterio del Flamenco'. Como crónica del flamenco de la primera mitad del siglo XX, la película de 75 minutos ha resistido bien la prueba del tiempo
Es curioso. Cuando doy alguna conferencia o participo en charlas, me suelen presentar como “investigadora”. Y siempre me sorprende, porque no investigo nada excepto mis propios recuerdos y pensamientos sobre el flamenco. Tenemos a estas personas tan bien preparadas, como nuestro admirado Manuel Bohórquez, que sí investiga, así que esa tarea se la dejamos a él.
En este momento, cuando los aficionados están mirando hacia el horizonte para vislumbrar el futuro del arte jondo, a la vez que el flamenco clásico, con el que me formé en los años sesenta y setenta del siglo pasado, está paulatina y lentamente desapareciendo, es el momento indicado para recordar lo que es, para muchos aficionados y expertos, el documental flamenco más grande de todos los tiempos. En 1952, medio siglo antes de que Carlos Saura filmara este género, el director Edgar Neville (español, a pesar del nombre y apellido anglos) hizo Duende y misterio del Flamenco… Hace 66 años.
Como crónica del flamenco de la primera mitad del siglo XX, la película de 75 minutos ha resistido sorprendentemente bien la prueba del tiempo, teniendo en cuenta el paso ligerito de la evolución asociada: toda una generación considera a Paco de Lucía y Camarón los viejos maestros. Si las grabaciones antiguas de los cantaores a los que nos dicen que hay que venerar, a veces son mal toleradas por los jóvenes, Duende y misterio logra poner en relieve un momento transicional más contemporáneo, centrado en el baile, que estaba adquiriendo la sofisticación que ahora tan férreamente reivindica, llegando a ser el ímpetu que haría del flamenco una fuerza cultural global. La impresión inicial es que el cante ha resistido mucho, muchísimo mejor que la guitarra. Culpa de Paco. Y mejor también que el baile.
Escenas sorprendentes llenan tus ojos y oídos, una tras otra… Un joven Chano Lobato hace compás para Aurelio Sellé en un tejado de Cádiz. Antonio Mairena se escucha, aunque no se le ve, cantando siguiriyas para una viñeta corta acerca de un triángulo amoroso, y otro episodio breve es ambientado por liviana-serrana en voz de Jacinto Almadén. Son sutiles detalles teatrales que realmente no estorban.
Hay suaves destellos de humor que no han envejecido con el paso de los años. También una joven, Mariluz, a la que vemos repetidamente bailando demasiado tiempo, de forma superficial y francamente… no muy bien. Probablemente el único fracaso de la película.
Se escucha la voz de Manolo Vargas cantando tangos de Cádiz para una joven bailaora con el trasfondo de El Puerto de Santa María. En la misma zona, se ve el elemento que menos ha envejecido, y que se podría presentar en cualquier parte del mundo como “flamenco actual”. Es una fiesta por bulerías en una embarcación navegando por el Guadalquivir. Los gestos jocosos, el compás, las palmas… es un ritual que no muestra señales de caer en el desuso.
Danza folklórica y semiclásica, además de escuela bolera, tan importante en la configuración del flamenco, también están incluidas. El brillante Antonio Ruiz Soler te deja sin aliento cuando baila las Sonatas del Padre Antonio Soler.
Hay escenas estupendas de Granada y Sacromonte, Vejer de la Frontera, Córdoba… La austera belleza del paisaje y los pueblos, las filas de casitas bajas, la ausencia de edificios altos, franquicias de fast-food o grafito… y muy pocos vehículos. Sólo aquella blancura, el sol abrasador, la tierra reseca. Y de pronto, dos chicas adolescentes en Utrera, Fernanda y Bernarda (en los créditos aparecen como “Bernarda y Fernanda”), y Bernarda canta por soleá para un baile improvisado en la calle de tierra: Por el hablar de la gente, olvidé a quien bien quería, mientras viva en el mundo, se me acabó la alegría… Es como escucharlo por primera vez, y tienes la sensación de estar presenciando algo tan auténtico que es doloroso. Para los que recordamos aquella España en blanco y negro, hay una terrible sensación de pérdida, incluso cuando la prosperidad ha reemplazado la extrema pobreza de la posguerra.
La majestuosa Pilar López con su Ballet Español muestra una sobria visión de flamenco y danza española, con la elegancia y aplomo que llegarían a infectar toda una cosecha de bailarines bajo su influencia, incluyendo a Antonio Gades, Mario Maya, El Güito, José Greco y el casi olvidado Alejandro Vega, además de los legendarios mexicanos Roberto Ximénez y Manolo Vargas. Alejandro aparece haciendo de pareja de Pilar por caña, mientras que el cante de caracoles es bailado por toda la compañía, con los solistas Vega y Ximénez-Vargas, cuya sobriedad artística se ve bien moderna. Roberto Ximénez también baila el zapateado encima de unas mesitas pequeñas al acompañamiento de guitarra de Luis Maravilla.
Uno de los momentos más extraordinarios es una escena en la que vemos a Pastora Amaya cantando bulerías al lado de su marido, Farruco viejo, abuelo del actual Farruquito. Pastora murió trágicamente poco después de la filmación cuando el vehículo en el que viajaba fue arrollado por un tren. Farruco, de dieciséis años, con su bebé Pastorita en el regazo, está sentado al lado, sonriendo orgullosamente, haciendo compás, mirando a la cámara, ignorando la tragedia que pronto caerá sobre su familia.
El final espectacular es el gran Antonio bailando al martinete que le canta El Pili (suegro del mítico cantaor Antonio el Chaqueta). Esta creación de Antonio fue un encargo de Neville para la película; se considera el primer martinete bailado, y sigue siendo una referencia al día de hoy.
No es fácil encontrar esta sorprendente película. Búscala en YouTube, hay varias versiones: blanco y negro, color, con o sin subtítulos en inglés… Y si la consigues, invita a unos amigos flamencos para vino y tapas, y a disfrutar…