El Poeta y su monumento a Enrique
José Luis Ortiz Nuevo publica la primera entrega de su ‘Libro de Morente’. Un ambicioso proyecto que pretende reflejar la singularidad y la grandeza del cantaor granadino. En esta primera parte, titulada 'El impulso del riesgo 1969-1976', se repasan los años madrileños que autor y artista compartieron en los 70.
José Luis Ortiz Nuevo (Archidona, Málaga, 1948), conocido como El Poeta entre los aficionados, ha empezado a erigir un monumento para mayor gloria de Enrique Morente. Pero dicha construcción no tiene nada que ver con un mausoleo. No es posible hallar en ella el menor tufo fúnebre. El reto del autor es mostrar vivo al objeto de su estudio, hasta el punto de que casi podemos verlo y oírlo.
Conocido por sus múltiples ensayos históricos sobre el flamenco, así como por sus atinadas aproximaciones a figuras como Pepe de la Matrona, Pericón de Cádiz, Tío Gregorio el Borrico, Tía Anica la Piriñaca o Enrique el Cojo, Ortiz Nuevo acomete sin duda su proyecto más ambicioso, y quizá también el más personal. La primera entrega de este Libro de Morente, titulada El impulso del riesgo 1969-1976 y publicada por Athenaica, ilumina los años madrileños en que Ortiz Nuevo y Morente se conocieron e intimaron.
A través de una prosa libérrima y pulcramente andaluza, dejándose llevar en apariencia por el capricho de los recuerdos y de los hallazgos de hemeroteca, se va dibujando la personalidad única de un creador que llegó al flamenco con el propósito de ensanchar sus fronteras. Pero lo hizo, claro, desde un conocimiento precoz y profundo de la tradición cantaora, que en él se conjuga con una audacia y un sentido de la modernidad que todavía nos asombran.
No es posible resumir en estas pocas líneas las más de 300 páginas que Ortiz Nuevo dedica a este periodo crucial en el desarrollo del Morente artista, pero podríamos espigar algunos hitos. Las giras de mediados de los 60 con la pareja bailaora formada por José Luis Rodríguez y Pepita Sarracena, con Susana y José o con el ballet de Mariemma, que llevan a un Enrique de veintipocos años, conocido aún como Enrique el Granaíno, a cobrar conciencia, a fuerza de recorrerlo, de cuán grande y diverso es el mundo. El mismo que debuta como cantaor profesional en un festival apadrinado por Antonio Mairena, en el cordobés Alcázar de los Reyes Cristianos. El que se planta en el año 70 en Bruselas para cantar ante 5.000 emigrantes. O el que pone boca abajo el Ateneo de Madrid, con un también joven Manolo Sanlúcar a la bajañí…
«Siendo un gran estudioso de la tradición, Enrique Morente entendió que el excesivo culto al pasado de los flamencos llevaba a la parálisis del arte, a su fosilización. Su temprana intención de saltarse las vallas del canon, como se afirma en este libro, será su marca personal, una forma natural de ser y estar en el mundo y en el arte»
Estos y otros momentos van forjando esa personalidad cuya talla no duda en comparar Ortiz Nuevo con Velázquez o Picasso en el ámbito de la pintura, pero al que a su vez retrata como un hombre esencialmente humilde, incapaz de ronear, pero sí muy concentrado en navegar a contracorriente. Según el estudioso, aunque nuestro cantaor poseía un conocimiento enciclopédico del cante, cuando actuaba ante los cabales, optaba por hacer vanguardia; y cuando visitaba los sitios de modernos, les brindaba los cantes más rancios.
El mismo Morente que reconocía tener alma de rockero encontró una forma de renovar el cante a través de la poesía –sobre todo la de Miguel Hernández–, asimilando las formas líricas en lugar de someterlas a los esquemas jondos. Por otro lado, siendo un gran estudioso de la tradición, entendió que el excesivo culto al pasado de los flamencos llevaba a la parálisis del arte, a su fosilización. Su temprana intención de “saltarse las vallas del canon”, como se afirma en este libro, será su marca personal, una forma natural de ser y estar en el mundo y en el arte.
Rebelde, visionario, honesto, comprometido, enemigo de la injusticia, inconformista, heterodoxo, todos estos y otros muchos adjetivos adornan al protagonista de un ensayo que, no obstante, quiere eludir los tópicos, y reflejar tan solo aquello que puede ser refrendado por las fuentes documentales y las observaciones de primera mano. Ortiz Nuevo, sí, ha empezado a erigir un monumento, pero también ha abierto una ventana en el tiempo para que nos asomemos a la España de ayer y entendamos cómo se percibía el flamenco en aquellos años, y cómo sería imposible seguir percibiéndolo igual tras la revelación que supuso Enrique Morente.
Y esta es solo la primera entrega, de las tres –quizá cuatro– que, según lo anunciado, integrarán la serie. La fiesta no ha hecho más que empezar.