Villancicos que marcan la tradición
Celebramos cuarenta años de cuando la zambomba empezó a esparcir la semilla para que fertilizara en lo que hoy se está convirtiendo: un virus imparable tras el que se atrinchera la flamenquería vana y prescindible.
La tradición, palabra maldita para la pijoprogresía narcisista, es lo que nos diferencia de los demás, un legado que pasa de generación a generación y que nos abre las puertas del futuro, hasta que, por mor de las inseguridades y la cultura mercantilizada, aparece un nuevo entorno que adopta otros comportamientos y que, si no encuentra parapeto enfrente, puede incluso devastar el sentido de pertenencia a nuestra identidad.
Traigo esto a colación porque ya avanzados los ochenta del siglo pasado, la moda de la zambomba jerezana irrumpió en nuestras vidas y se introdujo en nuestros gustos con tal impacto que se ha extendido por toda Andalucía rompiendo hasta la tradición del Adviento, tiempo de preparación de la Navidad que arrancábamos a finales de noviembre al son de campanilleros y otras coplas populares, hasta conmemorar el 8 de diciembre el Día de la Inmaculada Concepción.
La costumbre en Andalucía siempre fueron las Cuadrillas, colectivos corales que nacieron en el siglo XVI, aunque en Sevilla son las Tunas de las facultades universitarias las que, desde 1952 –setenta años ya de práctica–, inundan la víspera del día 7 las calles desde primeras horas de la tarde. Realizan pasacalles y, a los pies del monumento de la Inmaculada en la Plaza del Triunfo, es cuando celebran la vigilia hasta bien entrada la madrugada con las músicas de la vida académica.
Pasada la conmemoración del nacimiento de la Virgen María, montábamos el Nacimiento o Belén y asomaban los villancicos. Pero hoy la tradición ha dejado de ser historia. Pasamos de montar el Belén al abeto iluminado; de los christmas al WhatsApp; de los villancicos al “yingelbels”; del Felices Pascuas al Felices Fiestas; del pavo a la pizza; del ruido callejero a las tracas de las Fallas, y de los Reyes Magos al “jaujau” de Papá Noel, olvidando que la banda sonora de los villancicos es el nacimiento del Señor desde la Alta Edad Media.
Y a ello vamos, porque arrancando del ecuador del siglo XX dado que el tiempo que le precede ya lo abordamos en la Navidad de 2021, corresponde ahora principiar en los años cincuenta destacando a La Paquera de Jerez con la Calle de San Francisco por bulerías (1957) o los tangos Huyendo del rey Herodes (1964), sin olvidar los siete irrepetibles que nos legara Antonio Mairena, desde el Villancico aire de Utrera (1950) a Los gitanos de Belén (1972).
Del estímulo que hubo en los sesenta propongo a Manolo Vargas con sus villancicos de Jerez La Virgen lleva una rosa (1960), y Canalejas de Puerto Real, con los Villancicos Flamencos (1961), que contiene la bulería Orillo, orillo pero que todos identifican como el Compadre mío, Juan Antonio, así como la Nochebuena de Cádiz. Las bulerías de Ignacio Espeleta (1962), del Tonto Espeleta; la singularidad de Pepe Marchena en La Aurora de Marchena (1963) y los tangos navideños de Amós Rodríguez (Madroños al Niño, 1968).
«Hoy la tradición ha dejado de ser historia. Pasamos de montar el Belén al abeto iluminado. De los christmas al WhatsApp. De los villancicos al “yingelbels”. Del Felices Pascuas al Felices Fiestas. Del pavo a la pizza. De los Reyes Magos al “jaujau” de Papá Noel. Olvidamos que la banda sonora de los villancicos es el nacimiento del Señor desde la Alta Edad Media»
Fosforito, por su parte, da un valor relevante a los villancicos con El Niño Dios (1970), al igual que Pericón de Cádiz, que impresiona el mismo que Manolo Vargas, La Virgen lleva una rosa (1972), pero ahora a ritmo de villancico popular. Y en esa misma década, Camarón de la Isla con Paco de Lucía, que en 1973 nos dejaron La Virgen María, Mira qué bonita, Un rayo de sol y A Belén pastores.
De otra parte, de los ochenta destaco El pastorcito del Rocío (1980), de Manuel Mairena, además del brillo que merece la Nochebuena de Luisa la Butrón. Por los balcones del cielo, que en 1982 grabó Alfonso de Gaspar, y la obra cumbre de Rosario López (Villancicos flamencos, 1987), LP que alberga el villancico de Andújar (Están haciendo un convento), el de Torredelcampo (Un pastor dice a otro pastor, recogido en 1973 a Juan el Niño), y villancicos por petenera, toná y martinete, bulería de Jerez, bulería de Cádiz y por nanas. Y no me despido de Rosario porque gracias a ella alcancé al andujareño Rafael Romero como fuente de vida para el villancico, como lo evidencia en la Nochebuena de Andújar (1955), Nochebuena gitana, villancicos (1957), Villancico de Jerez (1958), Villancicos jerezanos (1959) y Villancico gitano, bulerías navideñas (1960).
Los noventa del pasado siglo depararon la antología de Diego Clavel (Sentir navideño, 1992), y un año muy pródigo en grabaciones, 1996, en las que sobresalen desde Cádiz la creación de la Nochebuena Gitana del Barrio de Santa María, de Alfonso de Gaspar, y el grupo Toma Castaña, liderado desde 1999 por Niño La Leo. De Lebrija, Los Peña, con sus Cantos vividos (1996). De Granada, los Villancicos del Sacromonte: gitanos, payos y profanos (1996), rescatados por Curro Albaicín. Y de Sevilla, lo más revelador fue el grupo Triana Pura, con los discos De Triana a Belén (1999) y Ya estamos en Pascua (2003).
Así llegamos al siglo XXI, en que sobresale Fernando Terremoto con su colosal Diciembre, o la Carita divina que compuso Antonio Gallardo Molina para que lo popularizara María José Santiago, época en que los villancicos se acomodan a cualquier estilo flamenco, aunque de un tiempo a esta parte se imponen los villancicos procedentes de Jerez, que toman esplendor a partir de 1950 con la fiesta de los gitanos, reunión que se denominó la zambomba.
Estas reuniones familiares y/o vecinales, decaen hasta ser rescatadas entre 1976 y 1979 con el programa Nochebuena de Jerez, campaña pionera que la Cátedra de Flamencología y Estudios Folclóricos de Jerez, con el apoyo de Radio Popular, articuló desde un certamen popular de villancicos para premiar a los mejores coros, consiguiendo en 1980 que participaran en el programa las siete peñas de la Federación Local.
Habría que esperar, sin embargo, a 1982 en que la Caja de Ahorros de Jerez se encargó de que el Coro del Aula de Folklore de la Cátedra de Flamencología de Jerez diera vida al proyecto inicial. A partir de ahí saldría a la luz el LP Así canta nuestra tierra en Navidad, serie que trasladaba al disco las formas de las antiguas zambombas en los patios y corrales de las casas de vecinos y en la que Parrilla de Jerez sentó las bases de lo que habría de venir, ya que en el ecuador de los ochenta, de la mano del Coro de Jerez, el Coro de Parrilla de Jerez o el de la Peña Tío José de Paula, se produjo el comienzo de la gran época de rescate y actualización de la zambomba.
Celebramos, pues, cuarenta años de cuando la zambomba empezó a esparcir la semilla para que fertilizara en lo que hoy se está convirtiendo: un virus imparable tras el que se atrinchera la flamenquería vana y prescindible. En definitiva, actores comerciales que, lejos del afán de delimitar el perfil de Andalucía, se afianzan en la homogeneidad de voces y matices para neutralizar la identidad de los territorios provinciales.
Imagen superior: portada del álbum ‘Así canta nuestra tierra en Navidad’
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