La ley del mínimo esfuerzo
La guitarra flamenca ha vivido un desarrollo acorde con la evolución del género, al servicio siempre de la música jonda, tratando de colorear los momentos del cante, apoyando la causa exótica que caracteriza la estética musical del flamenco.
La guitarra flamenca ha vivido un desarrollo acorde con la evolución del género, al servicio siempre de la música jonda, tratando de colorear adecuadamente los diferentes momentos del cante, apoyando la causa exótica que caracteriza la estética musical del flamenco. Ese exotismo se manifiesta desde los primeros ayes del cante, con las manos juguetonas del baile y por supuesto también con las armonías que surgen al pulsar las seis cuerdas de la sonanta. Y de cómo los flamencos han logrado esas armonías únicas e intransferibles trata el presente artículo. Intentaré no ponerme muy técnico a fin de hacer comprensible lo que pretendo explicar, ya que, aprovecho para decirlo, una de las labores más complicadas que surgen cuando se habla de música es la de traducir a román paladino el lenguaje técnico de la música. Si yo hablo por ejemplo de la dominante, que nadie piense que me refiero a la parienta, o a la suegra, sino al grado de la tonalidad cuya gravitación armónica hace que se sienta atraída hacia la tónica, la fundamental. Sé que para muchos, eso y no decir nada es lo mismo, así que aquí intentaré hablar de cuestiones armónicas sin caer en la medida de lo posible en tecnicismos.
Los guitarristas flamencos encontraron una fórmula perfecta para dotar de la sonoridad adecuada a los diferentes acordes que forman el acompañamiento de algunos cantes (preferentemente los que se acompañan en el modo armónico flamenco, ese al que muchos llaman frigio), y lo lograron añadiendo notas ajenas al acorde natural a través de un sistema que además tiene una gran ventaja, y es que se basa en la ley del mínimo esfuerzo. Todos los que aprenden a tocar la guitarra saben que lo más engorroso, y en ocasiones incluso doloroso físicamente, es pisar las cuerdas con los dedos de la mano izquierda, ejerciendo en cada una la presión adecuada para que suene a la altura concreta que propician los trastes, acortando convenientemente el largo de la cuerda y ajustando así el tono, más grave o más agudo. Si no pisas bien la cuerda se dice de cerdea, vibra de forma incorrecta y el tono, si suena, lo hace en el género sucio. Pero a la hora de pisar, hay una posición que es la que resulta más difícil y dolorosa, cuando hay que al situar el dedo índice pisando las seis cuerdas haciendo las veces de cejilla (el hueso que se halla en la parte superior del diapasón, al otro extremo del puente), de ahí que se llame precisamente acorde con cejilla.
Por ejemplo, el acorde de Fa Mayor, que suele ser el primero que se aprende con cejilla, resultado de poner en el diapasón un acorde de Mi mayor pero con el índice pisando el primer traste. Duele por incómodo y provoca lesiones en el brazo y en ocasiones es la causa del prematuro abandono (la paciencia es el don más sagrado para quien quiere ser músico). No hay mayor frustración para un guitarrista novato que no suene el instrumento. Imagínense el violín, que el primer año suena a gato peleón, o la trompa, que directamente no suena. El piano es el más agradecido, pulsas la tecla y suena, la guitarra no, hay que pulsar con la derecha (zurdos al revés) y pisar en el diapasón con la izquierda, un ejercicio de coordinación que no todo el mundo tiene la paciencia adecuada para echar las horas necesarias estudiando hasta que empieza a sonar algo. Eso sí, una vez que le coges el tranquillo el camino se allana y todo, o casi todo, es positivo. Bueno, depende de las pretensiones del instrumentista en ciernes, si quieres llegar a ser Paco de Lucía lo llevas crudo, pichón.
«Si yo hablo por ejemplo de la dominante, que nadie piense que me refiero a la parienta, o a la suegra, sino al grado de la tonalidad cuya gravitación armónica hace que se sienta atraída hacia la tónica, la fundamental»
A lo que vamos. Los flamencos lograron colorear la sonoridad de la guitarra, dotándola del exotismo oriental adecuado a la estética del género con una fórmula de ejecución tremendamente eficaz: dejar las cuerdas al aire. Este sistema proporciona dos elementos muy a tener en cuenta. Por una parte, te exime de pisar las cuerdas siguiendo la mencionada ley del mínimo esfuerzo, por su parte bastante acorde, y que nadie se me enfade, con la idiosincrasia de los flamencos, tal y como decía al gran jefe Paco al final de aquel documental balanceándose sombrero en cara sobre una hamaca. Y por otra, lograr una serie de disonancias que suenan perfectamente adecuadas al fin último, sonar diferente. Me explico.
Un acorde se basa en superponer tres notas que suenan simultáneas: la fundamental (por ejemplo en el acorde de Do mayor: Do), el tercer grado (la tercera de Do: Mi) y el quinto grado (la quinta de Do: Sol). Superponiendo esas tres notas, Do-Mi-Sol obtenemos el acorde de Do mayor. El de Fa Mayor sería entonces Fa-La-Do. ¿Y qué hacen los flamencos siguiendo la mencionada ley? Ya he apuntado que el acorde de Fa Mayor resulta engorroso de pisar debido a la posición del índice, que debe cubrir todo el diapasón. Pues eso tiene fácil solución para los flamencos. Siempre que toquen en el modo flamenco, pisan con el índice solo la Sexta cuerda en el primer traste, Fa, la fundamental, con el dedo anular la quinta sobre el tercer traste, Do, el quinto grado, con el índice la cuarta cuerda sobre el tercer traste, Fa, la fundamental de nuevo pero una octava superior, con el anular la tercera cuerda en el segundo traste, el La, la tercera. Y ahora viene lo mejor: dejan que suenen al aire la primera y la segunda, Mi y Si, que se corresponden con dos disonancias a la sazón muy adecuadas para la misión de colorear el acorde: la primera el Mi, que es la séptima mayor de Fa, y la segunda el Si, que es la cuarta de Fa (oncena), obteniendo al dejar al aire dos cuerdas un acorde de cinco notas que ni el mismísimo Debussy hubiese soñado en sus primeros tiempos de exploración armónica impresionista. En cuanto al cifrado, los doctos en estos temas lo entenderán: de cifrar simplemente con “F” para representar Fa mayor, habrá que poner “Fmaj7(#11)”. Es decir, todo un logro de los flamencos, seguramente muy poco doctos en cuestiones de teoría musical pero tremendamente maduros en cosas que tienen que ver con la música y el baile.
«Los flamencos lograron colorear la sonoridad de la guitarra, dotándola del exotismo oriental adecuado a la estética del género con una fórmula de ejecución tremendamente eficaz: dejar las cuerdas al aire»
Y así ocurre con buena parte de los acordes que usan los flamencos. Seguramente el que más llama la atención es el llamado Tono de Taranta, el acorde de Fa sostenido mayor que hacen los flamencos, dejando no una ni dos sino tres cuerdas al aire, logrando superponer dos acordes, el de Fa sostenido mayor en los tres bordones y un acorde de mi menor con las primas, y que cifrado quedaría: “Fa#sus4(7addb9)”. Todo un alarde de armonía exótica, aunque simplemente se limitan a dejar tres cuerdas al aire, haciendo además un esfuerzo mínimo, que por otra parte es de lo que se trata para tocar una música tan sofisticada como es la que vienen logrando los guitarristas flamencos con la bendita sonanta.
Imagen superior: tono de granaína. Foto: Faustino Núñez
→ Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco