La edad de oro: los particulares cánones de Israel Galván
Crónica de la actuación del bailaor sevillano Israel Galván en el Festival Suma Flamenca 2021 (Teatros del Canal, Madrid). «Realmente no me queda claro en qué edad del flamenco nos encontramos ni hacia dónde nos dirigimos».
A medida que avanza noviembre, la capital se envuelve en un frío que los flamencos sabemos gestionar bien entrando a un buen teatro a ver un espectáculo con soniquete. La obra de hoy corre a cargo de Israel Galván, que sale a escena acompañado por David Lagos al cante y Juan Requena a la guitarra.
Israel ha decidido llamar al espectáculo La edad de oro. Mientras lo veía me ha dado tiempo a reflexionar acerca del momento del flamenco que nos toca vivir. Lo que tengo claro es que no es precisamente la edad de oro, pero la convergencia entre el baile, el toque y el cante es excelente e innovadora. Intento ver la puesta en escena desde otro punto de vista, teniendo en mente de manera constante la eterna frase de Faustino Núñez, cuando en clase advierte que la música ni se crea ni se destruye. Supongo que se transforma. Y hay que estar preparado para ello. Esto supone abrir la mente y ver lo bello en cada expresión artística. Sí que es verdad que los sentimientos y el pellizco no mandan en la razón y eso lo llevo por bandera, pero en esta ocasión quiero hacer el esfuerzo. Aún así, lo que más me inquieta y me acelera el corazón es el cante de David Lagos, que esta noche me parece, si cabe, más profesional y admirable que todas las veces que he tenido la suerte de disfrutar de su cante.
El espectáculo comienza con los tres artistas en el escenario y un zapateado lleno de energía, limpieza y soniquete que ejecuta Israel. En primera instancia parece asomar un aire por soleares que nos va a acompañar durante una parte del espectáculo. Una soleá de Pinea abre el cante de David, que enlaza con una soleá del Ollero. El compás por bulerías se adueña del proscenio hasta ir poco a poco derivando en una caña. Es sublime el juego que hacen los tres con el compás. Una caña –que quizá en algunas ocasiones se puede convertir en un cante algo monótono– la convierte en una sorpresa constante mezclando ritmos diferentes dentro del mismo compás y el cante tradicional de la misma. Algo que no me pasa desapercibido es la rigurosidad con la que tanto cantaor como guitarrista son capaces de acompañar cada movimiento del bailaor. Y es que cuando a los bailaores nos enseñan los códigos del baile para poder comunicarnos con el resto de los compañeros, nos acostumbran a cerrar de una manera fuerte, incisiva y tajante para no dar lugar a equívocos y hacer el trabajo fácil a las personas que nos acompañan. Y entiendo que, a pesar de no tratarse de un baile de tablao, que nada tiene que ver con un espectáculo, saber cuándo cerrar dentro de una infinita rueda de sutilidad de movimientos es digno de alabar. Es imposible no tener en cuenta el macho de la caña, pues goza de una riqueza vocal y una expresividad elocuente. Y es que creo que la expresividad es algo que el público añora en muchas ocasiones. Por eso, cuando podemos gozar de ella, nos conmueve y emociona. El hecho de que después de media hora el bailaor aún no haya salido del escenario me parece una oda a la naturalidad, pues la sencillez y la espontaneidad son dos valores que se aprecian de manera universal. Más aún cuando ver al artista muchos pasos alejado de la cotidianidad del ser humano es algo que tenemos asumido de manera inconsciente. Por eso, la campechanía y la sinceridad en un espectáculo aportan el doble de magia.
«El baile de Israel Galván crea un halo constante de incertidumbre, tensión, goce y carcajada. Las risas que intuyo en el patio de butacas no sé muy bien a qué se deben. Posiblemente el humor que aporta a su danza es algo que no sé interpretar»
A continuación, un taranto. Una luz cálida apunta al guitarrista, cuya precisión y originalidad aportan dulzura y decisión a la escena. A estas cualidades se añade la honestidad con la que David Lagos entona el cante minero. En este caso, el bailaor ha salido de las tablas para dejar a sus acompañantes el protagonismo que merecen. Y no es para menos, ya que la impecabilidad que muestra el trabajo de Galván se debe en gran parte a la minuciosidad con la que ambos trabajan.
De alguna manera, el baile de Israel crea un halo constante de incertidumbre, tensión, goce y carcajada. La verdad es que las risas que intuyo en el patio de butacas no sé muy bien a qué se deben. Posiblemente el humor que este aporta a su danza es algo que a mí se me escapa y no sé interpretar. Estoy centrada en otros aspectos que a mi juicio son notables. Y como aspecto fundamental que siempre tengo en cuenta, puedo destacar el baile de cintura para arriba, ese que el bailaor de la noche no deja aparcado. No es fácil saber homogeneizar la geometría y la linealidad con movimientos algo más lánguidos, redondeados y afeminados. Es un arte que no todo el mundo sabe despertar y materializar, pero Israel lo tiene y hace uso de él con frecuencia. Además de esto, también es capaz de consumir cada parte de su cuerpo para hacer soniquete. Podemos decir, de forma literal, que es capaz de hacer compás hasta con los dientes. Y aunque tengo que confesar que su forma de entender la danza no es algo con lo que me sienta identificada, el hijo del maestro José Galván mantiene una postura pulcra e intachable durante el tiempo que dura la representación.
Tampoco falta el momento íntimo con el público. Ese que va ligado al arte y que percibimos cuando David se acerca al filo del escenario para interpretar a capella un fandango que el artífice de la obra ha acompañado con esas formas tan personales que lo caracterizan.
«Israel es capaz de hacer compás hasta con los dientes. Y aunque tengo que confesar que su forma de entender la danza no es algo con lo que me sienta identificada, el hijo del maestro José Galván mantiene una postura pulcra e intachable»
El papel de Requena es esencial durante toda la velada, porque con cada toque logra un ambiente diferente. Ni siquiera hace falta cambiar de luces. Pero cuando el momento de calma se apodera de los asistentes, un ruido ensordecedor que sale de los pies del artífice vuelve a acaparar toda la atención. Una atención que se aprovecha para cambiar de tercio y regalarnos un cante por toná, una seguiriya de Marrurro y un cambio de Curro Dulce que anuncian la llegada de otro compás. Una pincelada de farruca, un tiento bien interpretado y unos tangos con un toque un poquito más agalvanado donde hemos podido discernir la escuela familiar que precede al bailaor.
Poco a poco se adivina el final de la gala cuando la guitarra nos devuelve ese halo dulce gracias al que nos embarga una sensación de apacibilidad que no alcanzamos con Israel. Pero bueno, ahí está la magia, en aunar arte y personalidades para conseguir una homogeneidad digna de llevar a las tablas de un teatro. Personalidad tienen los aires gaditanos que van a desembocar en el colofón de la noche. Estamos acostumbrados a ver la representación de las alegrías con una estructura tradicional, conformada por la salida del cante y la guitarra, un par de letras con sus respectivos juguetillos, un silencio y unas bulerías de Cádiz. Pero en este caso concreto llama la atención la estructura libre que deciden ejecutar de las mismas. Un juguetillo que se abre paso hábilmente para declarar la llegada de las alegrías y la guitarra de Juan que pasa a modo menor de manera fugaz. Finalmente, otra coletilla anuncia la despedida de los artistas por bulerías. Y así termina La edad de oro en los Teatros del Canal.
Siempre he dicho que todo lo que sea la expresión artística de lo que uno lleva dentro y todo el trabajo que esto supone no puede ser susceptible de ser juzgado de manera negativa. Por eso me limito a ver lo bonito de cada espectáculo. Porque lo contrario me parecería conceptuar los sentimientos del ser humano y no me siento preparada para ello. Y en este caso, no es que esté en contra de la innovación y lo diferente. Me gusta la experimentación y la transformación del arte para la perdurabilidad del mismo. Pero quizá mi gusto por el flamenco peca de cierta inclinación hacia lo clásico y lo antiguo. Y hasta donde se pueda, poder mantener la esencia de la escuela de Antonio el Bailarín, Mario Maya o el Güito. Pero como he dicho al principio, nadie manda en lo que una interpretación hace sentir. Realmente no me queda claro en qué edad del flamenco nos encontramos ni hacia dónde nos dirigimos. Solo alabo la fuerza y la riqueza de este arte que, desde diferentes perspectivas, deducciones y entendimientos, sigue consiguiendo mantener encogido el corazón de un patio de butacas abarrotado cuando el escenario enuncia el primer susurro de lo jondo.
Ficha artística
Festival Suma Flamenca 2021
Espectáculo: La edad de oro, de Israel Galván
Sala Roja de los Teatros del Canal, Madrid. 7 de noviembre de 2021
Baile: Israel Galván
Guitarra: Juan Requena
Cante: David Lagos