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El Bar Pinto, el magisterio de Mairena y el flamenco en la universidad

Undécima entrega de FE DEBIDA: memorias flamencas del investigador portuense Luis Suárez Ávila. «Yo preguntaba más que un perdío, como se dice, pero me fui alimentando de aquellos saberes que en el Bar Pinto se impartían».


Dije que otro santo lugar flamenco que comencé a frecuentar, en 1959, fue el Bar Pinto en la Campana, en Sevilla. Pero la verdad es que lo merodeé. No me atrevía a entrar. La imponente figura de Pastora Pavón me daba respeto y lejanía. Yo, como he dicho, merodeaba. Pasaba, miraba, me iba al Bar Plata, que me era muy familiar porque a él íbamos con mi padre, que era íntimo amigo, desde chico, de Juan Miguel Sánchez. El pintor y decorador Juan Miguel Sánchez, mayor que mi padre, era de El Puerto y vivió frente a la casa de mis abuelos, en la finca del Café El Navío, que era propiedad de su familia. Allí, decía mi padre, de pequeño, Juan Miguel le dibujaba sobre el mármol de un velador las cosas que mi padre le pedía. El Bar Plata, en Sevilla, estaba decorado por Juan Miguel y era propiedad de un hermano de éste.

 

En mis merodeos, una de las veces, encontré a Antonio Mairena dentro del Bar Pinto y me decidí a entrar. Allí pude conocer a Pastora Pavón y su marido Pepe Pinto, con los que me atreví a hablar aprovechando las conversaciones de estos con Antonio.

 

 

Clásica imagen del Bar Pinto, en la Campana, corazón de Sevilla, con Pastora Pavón, Pepe Pinto y Antonio Mairena, entre otros.

 

 

Pastora, aunque tenía un carácter muy fuerte, conmigo siempre estuvo encantadora. Cuando solía yo preguntarle por tal o cual cante, ella siempre me respondía: “Ese cante se lo he sentido yo a….”. Y me hablaba del uno o del otro a quienes ella había oído ese cante. Yo, por ejemplo, le preguntaba por Teresita Mazzantini, que ella me decía que era un mote, un nombre artístico. Que ella creía que no se llamaba Teresita, pero que era de El Puerto, hija natural o sobrina del torero Don Luis Mazzantini o de su hermano Tomás Mazzantini, su banderillero, que anduvo muy ligado al flamenco e incluso tuvo, con el banderillero Bernardo Hierro, un café cantante en Madrid, el Café Fornos. Que Teresita Mazzantini cantaba por soleá para morir. O por el Ciego de la Peña y ella me aclaraba que no era el Ciego, sino el Tuerto de la Peña, de la Peña del Águila, un paraje de Sanlúcar de Barrameda. Con los años, eso mismo me lo aclaró Ramón Medrano, porque Antonio Murciano divulgó, en un artículo de ABC, la especie infundada de que el siguiriyero era El Ciego de la Peña, natural de Arcos de la Frontera.

 

 

«Mis amistades con los viejos del sector intimista y casero era lo que llamaba la atención a Antonio Mairena. Y yo me daba cuenta»

 

 

Tanto Pastora como Pepe Pinto hablaban con adoración de Tomás Pavón, del que pude encontrar dos placas de gramófono en el mercadillo del Jueves de la calle Feria.

 

 

Imagen antigua del Bar Plata, Sevilla.

 

 

Yo preguntaba “más que un perdío”, como se dice, pero me fui alimentando de aquellos saberes que en el Bar Pinto se impartían. Incluso una vez asistí, en el hueco de la escalera, a una juerga que se formó en el sótano, con Pastora, Chocolate, Antonio Mairena y la guitarra de Melchor de Marchena, jaleados por Tomás Torre y Juan Barcelona.

 

Yo, a partir del corrido de Bernardo del Carpio que yo había recogido a El Bengala y a Pepe Torre y le facilité a Antonio, que lo impresionó en seguida en el disco de Columbia, desperté cierto interés en Antonio Mairena. Mis amistades con los viejos del sector intimista y casero era lo que llamaba la atención a Antonio Mairena. Y yo me daba cuenta.

 

De 1958 a 1961, mis encuentros con Antonio Mairena fueron esporádicos, por pequeñas temporadas, cuando yo lo encontraba en el Bar Pinto. Lo mismo sucedió con mis encuentros con Pepe Torre, con El Bengala, con el primo de éste, José Rodríguez Lara, Tragapanes… Son los años en que Antonio graba con Pepe Torre, con Juan Talega, con Rosalía de Triana, con Manuel Centeno, con… para la casa RCA (salió también con el sello Alhambra) aquella memorable antología del cante gitano y andaluz, dirigida por el propio Antonio, con textos demasiado poéticos e incluso macarrónicos de Emilio González de Hervás. Son los años de las grabaciones de Cantes de Antonio Mairena, para Columbia, con los impresionantes toques de Paco Aguilera y Manuel Morao.

 

 

Antonio Mairena, en el Bar Pinto.

 

 

«Eran los años de la caseta de El Traga, junto a la de Chocolates Virgen de los Reyes, en la feria del Prado de San Sebastián, donde vi una noche, por primera vez, a Fernanda de Utrera, guapa de fea, enjoyada y con un abrigo de astracán que me llamó la atención»

 

 

De 1961 a 1964, nuestros encuentros fueron algo más seguidos, siempre que Antonio no estaba fuera, y con la excepción del curso 1963-64 en que yo estudié, de libre-oyente, en Madrid. Los años en que conocí El Guajiro, otro santo lugar común de la flamenquería, en la calle Salado, en la misma huerta del Carmen, en Los Remedios, donde estuvo la fragua de Manuel Sacramento Niño. Fueron los años en que Juan Talega, Juan Barcelona y Tomás Torre eran los incondicionales acompañantes y «valedores» de Antonio. Y los años de la caseta de El Traga, junto a la de Chocolates Virgen de los Reyes, en la feria del Prado de San Sebastián, por donde recalaban los cuatro y donde vi una noche, por primera vez, a Fernanda de Utrera, guapa de fea, enjoyada y con un abrigo de astracán que me llamó la atención. Los años de los discos únicos y nunca superados por nadie de Columbia. Los años del Bar Pinto y la presencia, el cante y los consejos y lecciones inestimables de Pastora. Los años de la amistad y colaboración de Antonio con Ricardo Molina. El año 1962 fue el de la Llave de Oro y la glorificación definitiva de Antonio Mairena, aunque, si digo la verdad, me dio pena de Platerito de Alcalá, uno de sus «contrincantes”. Lo del certamen de la Llave pareció, más bien, la impotencia de un cristiano ante un imponente león en un circo romano. Pero la Llave fue a parar a las manos de Antonio Mairena, entregada por el otro Antonio (Ruiz Soler), porque nadie más –entre los presentes y entre los ausentes– la mereció con más justicia. Porque, parafraseando a Manuel Machado, «ni una ni uno –cantaora o cantaor–, llenando toda la lista… (ni los vivos ni los muertos,) cantó… mejor…». Y estuvieron Fosforito, Chocolate y no recuerdo quiénes más. El jurado lo compusieron Juan Talega, Ricardo Molina, Aurelio Sellés, Manuel Cruz Conde… Luego vinieron los años de los inmejorables discos grabados para Hispavox, con Melchor de Marchena a la guitarra, bajo la dirección de Roberto Plá, y, para colmo de los colmos, en Columbia, La gran historia del cante gitano-andaluz, en 1966, la obra más completa y acabada del maestro. Es el mismo año en que mi promoción de Derecho, para costearnos el viaje del Paso del Ecuador, editó una antología de letras flamencas, hecha por mí, en multicopista, de la que ya he hablado.

 

 

Antonio Mairena.

 

 

Poco antes, como dejé escrito, había comenzado aquella Tertulia Flamenca de Radio Sevilla, que presidía Rafael Belmonte, y ocurrió la primera incursión del cante en una universidad, en mi Facultad de Derecho, con el acto organizado por esa Tertulia, en el Aula Magna. Intervinieron Antonio Mairena, Naranjito, Luis Caballero, Chocolate, Manolo de Brenes, Rafael Belmonte y algunos otros.

 

Desde 1964, con algún salto (mis vacaciones, mi estancia en Granada, o sus actuaciones fuera), hasta 1969, nuestras reuniones, durante el curso, fueron muy frecuentes, en Sevilla, en el Bar Pinto, en la Campana, en la que Antonio se hacía acompañar de Tomás Torre, hijo de Manuel Torre, de Juan Barcelona, hijo de la Roezna, y del que su mujer decía que la profesión de su marido era jaleador; de Juan Talega, a quien Antonio exprimía hasta sacarle los saberes flamencos que atesoraba. Son los años en que Cándido Velázquez-Gaztelu organiza las Semanas de Estudios  Flamencos en Málaga, en que se celebran los Cursos Internacionales de la Cátedra de Flamencología de Jerez y siguen los bienales Concursos de Córdoba. Es el tiempo en que Antonio graba los discos para RCA y para Vergara, y para Ariola. Luego, cerrado el Bar Pinto, siguen nuestras charlas en Los Azahares, bar de un núcleo residencial, en el centro, detrás de la Plaza de la Encarnación, por el que Antonio recalaba, con una misteriosa carpeta de piel negra bajo el brazo. O en el Mesón de El Maño, en la Avenida de la Cruz del Campo, y en su propia casa, calle Padre Pedro Ayala, 12, donde, en la mesa de camilla, degusté los cafelitos que con tanto cariño nos hacía su hermana Rosario y las yemas de San Leandro que yo le llevaba. O, alguna vez, en las tertulias en la tienda de pequeños electrodomésticos que Amós Rodríguez Rey tenía en una esquina de la calle Asunción, y donde Amós se empeñaba en demostrar que la malagueña de El Mellizo procedía del Prefacio gregoriano y lo entonaba y remedaba a la guitarra: «Vere dignum et iustum est, taran, taran , tarararán…aequum et salutare, tarán, tarán tarararán…».

 

 

«Me fui alimentando de aquellos saberes que en el Bar Pinto se impartían. Incluso una vez asistí, en el hueco de la escalera, a una juerga que se formó en el sótano, con Pastora, Chocolate, Antonio Mairena y la guitarra de Melchor de Marchena, jaleados por Tomás Torre y Juan Barcelona»

 

 

 

 

Y muchas veces vería a Antonio en El Puerto de Santa María, adonde venía, en un taxi, con su hermano Curro, con Juan Talega, con Melchor… y acabábamos con El Negro, con Alonso El del Cepillo, con Agujetas El Viejo, con Ramón Medrano… O un día memorable, en la taberna El Burladero, que puso Agustín El Melu, en Cádiz, que ya he relatado. A partir de 1969 nos distanciamos, porque me volví a El Puerto, aunque en 1972 y 1973 lo hice intervenir en la segunda y tercera Fiesta del Cante de los Puertos que yo organizaba. En esas fechas fue cuando, casi todos los sábados, Antonio venía a El Puerto, durante unos dos meses, y preparamos el disco, para Philips, Cantes de Cádiz y los Puertos. Reprodujimos las fotos de cantaores que recorté para diseñar la carpeta del disco y le di mi dibujo del folleto de la primera Fiesta del Cante de los Puertos para la portada. Con mi seudónimo de «Wenceslao» le escribí un texto que figura en la funda. Pero las gilianas, cante de raíz gaditana y de los Puertos, que yo le había dado no las grabó, como me justificó en una carta.

 

También, por esa época, estuve con Antonio en el recital con que presentó la segunda edición de Mundo y formas… en la librería de Luis Santisteban Bernaldo de Quirós, en la calle Roldana, 7, de Sevilla. Poco antes, yo había «descubierto» en la delegación de Montaner y Simón un resto de edición, encuadernada en piel, de las Escenas Andaluzas de Estébanez. Y le regalé un ejemplar a Antonio. Estaba ilustrado por el portuense Francisco Lameyer y, en esa edición, aparecían los retratos de El Planeta y de El Fillo. El primero lo añadió Antonio a la segunda edición de Mundo y formas… y el segundo lo puso de portada al disco de Philips, Triana, raíz del cante. A partir de esas fechas, fueron escasísimas, por no decir tres o cuatro, las veces en que nos vimos.

Imagen superior:  Pastora Pavón y Pepe Pinto.

 

 

→ Ver aquí todas las entregas de Fe debida: memorias flamencas del investigador portuense Luis Suárez Ávila.

 

 

 

 


Luis Suárez Ávila (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1944) es posiblemente el decano de los investigadores flamencos. Máxima autoridad mundial en el Romancero, es abogado y desde muy joven sintió la llamada del cante más puro.

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