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El abuelo y las vacas flacas del flamenco

'Nadie se arrime a mi cama / que estoy ético de pena. / Que el que de mi mal se muere / hasta la ropa la queman'. No se puede comparar una situación con otra. Hoy hay ayudas sociales. Entonces había una miseria increíble. Ningún artista murió con dinero, pocos tuvieron vivienda propia. Los tiempos han cambiado, Manolillo.

'La Miseria', de Cristóbal Rojas (1886). El autor, aquejado de tuberculosis, refleja el aspecto social de la enfermedad.

– Abuelo, ¿cuántas pandemias has conocido en España?
– Algunas. Cuando lo de la fiebre española era yo muy chico, pero recuerdo que había mucha hambre. Que no es que fuera española, sino que fuimos un país neutral en lo de la Guerra Mundial y aquí la reconocimos, pero no se originó aquí. Y los artistas pasaron más hambre que un caracol en un cristal.

– Y luego, en 1936, la Guerra Civil Española, ¿no?
– Esa sí era nuestra, y fue canallesca. En Sevilla fue muy sangrienta. Fíjate cómo sería que la Niña de los Peines y Pepe Pinto estaban en Jaén de gira cuando estalló el golpe militar y en vez de venirse a Sevilla se fueron a Madrid para salvar la vida. Pastora era republicana y el Pinto cantó para el Frente Popular con el Carbonerillo, Mazaco y otros. Pastora tenía a su niña en Sevilla, Tolita, con solo 12 años. Así que imagina lo duro que tuvo que ser aquello para ella, sabiendo que no vería a su hija hasta que no acabara todo. Y así fue.

 

«A veces se habla de los señoritos con desprecio, por aquello de los cuartos, pero algunos eran muy buenos aficionados y respetaban mucho a los artistas. Otro no, los hubo muy bestias»

 

– ¿Y cómo fue la vida de Pastora y el Pinto en Madrid durante la contienda?
– Fue muy dura. Pastora enfermó y le salvó la vida Manolo Caracol, que la quería como si fuera su segunda madre. Cantaban, pero muchas cosas eran benéficas. Y a todo esto, sabiendo que su hermano Tomás, su ojito derecho, las estaba pasando canutas en la Alameda, por sus rarezas y la situación militar. Además, él y Reyes, su mujer, cuidaban de Tolita. Cuando acabó la guerra Pastora no era la misma. Volvió a cantar por necesidad. Hizo Las calles de Cádiz, de Concha Piquer, y se retiró. Quería estar con su hija adolescente y disfrutar de su casa y de lo que le gustaba: ir a misa, tomar café con sus amigas artistas, como eran la Perla de Triana o Juanita Reina… En definitiva, vivir.

– ¿Pasaron hambre los artistas en la Alameda, en Sevilla en general?
– Por supuesto. La suerte es que había señoritos adinerados que eran buenos aficionados, entre ellos algunos toreros. Fernando el de las Losas, del Barrio de la Feria, le quitó mucha hambre a Tomás, por ejemplo. Lo llamaba para que le cantara en la azotea de su casa, solo para ayudarle a que pusiera la olla en casa. A veces se habla de los señoritos con desprecio, por aquello de los cuartos, pero algunos eran muy buenos aficionados y respetaban mucho a los artistas. Otro no, los hubo muy bestias, pero eso iba con la persona. El Gloria fue otro de los cantaores que lo pasaron mal. Hay anécdotas que no cuento por respeto a su memoria, pero las pasó canutas porque era también algo delicado y no aceptaba cualquier reunión.

– Ahora lo están pasando mal también, abuelo.
– Pero no se puede comparar una situación con otra. Hoy hay ayudas sociales, del Estado, y es distinto. Entonces había una miseria increíble. Ningún artista murió con dinero y muy pocos tuvieron jamás una vivienda propia. Los tiempos han cambiado, Manolillo.

– Muchos murieron tuberculosos. Una enfermedad terrible, ¿no?
-Casi todos murieron tuberculosos. La tuberculosis se transmitía de persona a persona a través del aire. Cuando un enfermo de tuberculosis pulmonar tosía, estornudaba o escupía, expulsaba bacilos tuberculosos al aire. Bastaba con que una persona inhalara unos pocos bacilos para quedar infectada. El Carbonerillo, por ejemplo, y Manuel Torres murieron tuberculosos y tuvieron un final terrible. Años antes, Ramón el de Triana. Fue, al parecer, quien creó esa soleá tan dura:

Nadie se arrime a mi cama
que estoy ético de pena.
Que el que de mi mal se muere
hasta la ropa la queman.

No solo era el problema económico, de hambre, sino el rechazo social. Un tuberculoso moría aislado, o casi aislado socialmente.

-Qué duro, abuelo.

 

Imagen superior: ‘La Miseria’, de Cristóbal Rojas (1886). El autor, aquejado de tuberculosis, refleja el aspecto social de la enfermedad.

 

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

1 COMMENT
  • Rafael Durán Aguilar 13 mayo, 2020

    Gran artículo, Manuel,describe la dura realidad de aquellos tiempos aunque hoy en dia no es que el flamenco esté en sus mejores momentos.

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