El VIII Festival de la Guitarra de Granada se ha consolidado en apenas unos pocos años siendo ya un referente internacional de los eventos musicales de mayor prestigio de Europa. Con una programación diversa, a caballo entre lo clásico y lo flamenco, su amplitud de miras lo sitúan en lugar privilegiado. Con espectáculos de guitarra clásica, como el del maestro de maestros Pepe Romero, hasta lo más granado del flamenco, conforma una programación de altura que invita a conocer las novedades de la vanguardia de la guitarra en ambas vertientes.
Así, en su inauguración, el concierto clásico-flamenco de Alejandro Hurtado que sirvió de presentación del festival no dejó indiferente a nadie.
Con carácter previo y como sucede cada vez más en festivales reconocidos, se valora la trayectoria profesional de artistas, instituciones o personajes históricos que han dado fama a este arte. De este modo y en la parte formal, Jorge de la Chica capitaneó la apertura de una gala en la que se dieron premios de honor a la Peña La Platería, la más antigua del mundo y recogido por su presidente, a Antonio Marín, posiblemente el mejor guitarrero que ha tenido Granada, o a Pepe Cuéllar, guitarrista que ganó un premio en el Concurso de Cante Jondo de 1922 y que en ambos casos recogieron sus herederos.
Tras el acto institucional, pisó las tablas del escenario Alejandro Hurtado en el Palacio de Carlos V, ubicado a la entrada de la Alhambra. Fue en el marco del ciclo Bordones mineros Cantes de las minas de la Unión. Presentó su espectáculo Miradas, diseñado en un formato íntimo con el baile de Inmaculada Salomón y percusión de David Domínguez.
«Alejandro Hurtado toca con una sensibilidad propia de los clásicos, imprimiendo a su guitarra un sello tan personal como brillante. No mete la derecha en las cuerdas, sino que las acaricia de modo que las notas al aire son un viaje para los sentidos»
Hay que decir que Alejandro es una experiencia sensorial. Toca con una sensibilidad propia de los clásicos, imprimiendo a su guitarra un sello tan personal como brillante. No mete la derecha en las cuerdas, sino que las acaricia de modo que las notas al aire son un viaje para los sentidos. En las composiciones clásicas es fiel a la partitura, en las flamencas, depende de cuál porque para la rondeña de Ramón Montoya con la que inició el concierto fue milimétricamente fiel al original. No trajo la Leona, la mítica guitarra de Montoya que utilizó para la grabación de su disco, pero fue capaz de exprimir la guitarra que traía y hacerla cantar. Del mismo modo hizo con los tangos, también de Montoya, en los que hubo reminiscencias aguajiradas y de tanguillos en las falsetas finales.
Del repertorio flamenco que expuso no nos podemos quedar con uno en particular, ya que si bien las granaínas fueron clásicas en la concepción y armónicas en la ejecución, las bulerías fueron modernas, creativas e innovadoras con algún guiño a Diego del Gastor en una recomposición elaborada y personal de una de sus míticas falsetas.
En la misma línea encaró una farruca dedicada a su madre, presente en el público y que forma parte del repertorio de su disco Tamiz. La sutileza simplificada de los acordes confluían con la estética clásica del estilo con un sinfín de aportaciones armónicas. En la seguiriya, que por momentos nos trasladaba a una liviana, se desarrolló de igual forma que piezas anteriores, esto es, traslado armónico de la tonalidad con sones graves y aumentando las posibilidades del mástil en la exposición de dibujos musicales.
Por fandangos de Huelva sonó al terruño, al igual que por alegrías, y de nuevo por bulerías sonó a flamenco. Sonó a Paco de Lucía, ya que quiso rendirle homenaje con la composición Río de la miel del disco del de Algeciras de 1998 Luzia. El virtuosismo de Alejandro junto con la genialidad de Paco supusieron una combinación perfecta de lealtad musical y atrevimiento por parte del protagonista, en tanto que el esqueleto sonoro de la pieza original convivió con la generosidad de poder dar una vuelta de tuerca al toque, aún mas contemporáneo y moderno.
En el repertorio clásico, ahondó en composiciones de Manuel de Falla con la Danza del molinero, la soleá de Julián Acas, la Gran jota de F. Tárrega y Sevilla de Isaac Albéniz. En la primera, la danza de Inmaculada cual torera fue versátil y clásica. En la pieza de Albéniz con vestido blanco quiso ser flamenca y en la Gran Jota volvió al origen. Sus movimientos se encuadran más en la danza española que en la flamenca, tiene las hechuras de la primera y las intenciones de la segunda por lo sumó a un espectáculo redondo diseñado para gustar a clásicos y flamencos.
Imagen superior: Festival de la Guitarra de Granada
Texto: Antonio Conde González-Carrascosa