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Treinta voces para explicar el misterio del cante

La investigadora Dolores Pantoja Guerrero reúne a importantes figuras del flamenco en el volumen ‘En mi arte mando yo’, un libro de entrevistas que trata de responder a preguntas como si el cante jondo se aprende o en qué consiste la ‘transmisión’.


Los buenos aficionados al flamenco que, además, son buenos lectores están más que acostumbrados a los libros de entrevistas. Se trata de un género periodístico idóneo para abordar esta música, sobre todo si se lleva a cabo en un ambiente propicio y con la adecuada atmósfera de complicidad. Entre los títulos de este tipo publicados últimamente, destacan algunos como el imprescindible De la noche a la mañana. Medio siglo en la voz de los flamencos, de José María Velázquez-Gaztelu, o Molde roto. Una conversación con flamencos, de Arcadi Espada y Antonio España.

 

El nuevo libro de la investigadora sevillana Dolores Pantoja Guerrero, En mi arte mando yo (Editorial Universidad de Sevilla), reúne también una serie de entrevistas realizadas por la autora a cantaores y cantaoras, pero no se aviene al clásico modelo de “historias de vida” ni al cuestionario de actualidad. El interés es aquí más específico, y tiene que ver con el tema de la tesina y la tesis doctoral de Pantoja: las claves de la comunicación del flamenco. Dicho de otro modo, se trataba de dar respuesta a preguntas tan traídas y llevadas –pero nunca del todo resueltas– como si se nace flamenco o es una disciplina que puede aprenderse, o en qué consiste la muy cacareada transmisión o el no menos enigmático duende.

 

La sevillana plantea un arco temporal notablemente amplio, dividiendo sus entrevistas en los apartados El clasicismo (de Chano Lobato a Chocolate, Naranjito de Triana o Pies Plomo), La Revolución (Carmen Linares, Menese, Lebrijano, Pele, Rancapino…), un apartado para los artistas catalanes (Duquende, Mayte y Poveda), El Relevo (Arcángel, Esperanza Fernández, José Mercé…) y El Eclecticismo (La Tremendita y Rocío Márquez), a los que sigue un apéndice documental y otro bibliográfico.

 

 

«En el libro ‘En mi arte mando yo’ encontramos a un Lebrijano que defiende la existencia del duende, una cosa misteriosa que le hace a una persona salirse de su estado natural y te conecta con lo divino. O a un Cabrero que aprieta los ojos al cantar hasta que se pegan los párpados»

 

 

 

 

Una de las características que definen este trabajo de 500 páginas, que continúa la senda iniciada por El cante de cuartito (2002) y Para cantar flamenco hay que ponerse fea (2019), es que se parece más a una serie de conversaciones que a entrevistas al uso. Pantoja acudía a las citas sin guion preestablecido, de forma más bien intuitiva e informal, con el fin de que sus interlocutores se pusieran cómodos y compartieran sus verdades, siendo consciente de que en cualquier momento podrían tocarse temas delicados.

 

Así, va logrando que estos personajes expliquen la importancia que tiene para ellos la afinación o la expresión corporal, si se canta mejor en un cuartito o ante el patio de butacas de un gran teatro, si el alcohol ayuda o perjudica a la inspiración y la garganta, o hasta qué punto puede aprenderse y (habiendo entre ellos profesores, como Paco Toronjo o Esperanza Fernández) si se puede enseñar el flamenco. Y todo ello se completa con el lujo de las numerosas imágenes, muchas de ellas inéditas, de los archivos de José María Segovia, Manuel Cerrejón y Antonio Moreno.

 

Tras una primera conversación con Calixto Arias, testigo de la época de los cafés de la Alameda de Hércules y las juergas de señoritos, encontramos a un Lebrijano que defiende la existencia del duende (“una cosa misteriosa que le hace a una persona salirse de su estado natural y te conecta con lo divino”) y la idea de que el compás interior es congénito; a un Chano Lobato que asevera que ese duende, que es “todo”, puede salir en una reunión de cabales o al despedirte de alguien en la puerta de tu casa; a un Chocolate que piensa que una copita “te saca del plato y te da la inspiración”; a una Carmen Linares convencida de que ensayar mucho antes de salir a escena no solo no mata la inspiración, sino que ayuda; a un Cabrero que aprieta los ojos al cantar hasta “que se pegan los párpados” para “no huirle a esa esquina peligrosa de abismo que tienen algunos cantes”; o una Mayte Martín que, sin despreciar el sentimiento, apela “al cerebro y la inteligencia”, al “saber pensar” del cantaor.

 

Un documento, en fin, que destierra muchas leyendas y mistificaciones (y tal vez refuerce otras), pero que en todo caso arroja mucha luz sobre este complejísimo oficio y sobre la fuerza ritual de lo jondo, de obligada lectura para quienes amen el cante. 

 

Fotos cedidas por Dolores Pantoja para su publicación en Expoflamenco. Imagen superior: Menese, Moreno Galván, Antonio Mairena, Ricardo Molina y Tomás Torreo. Archivo Familia Moreno Galván.

   

 

El Cabrero. Foto: María Torrella

 

Duquende. Foto: Antonio Moreno

 

El Torta. Foto: Antonio Moreno

 


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

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