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La familia Grande: tres silencios inconsolables - Archivo Expoflamenco
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La familia Grande: tres silencios inconsolables

En apenas siete años nos han dejado Félix Grande, Francisca Aguirre y Guadalupe Grande. Tres poetas irremplazables que fueron fervorosos aficionados y defensores de lo jondo, especialmente vinculados a la figura de Paco de Lucía.


Alguien la llamó la Isla de la calle Alenza, y eso nos parecía a cuantos la frecuentamos durante tantos años. La casa familiar de Félix Grande, Paca Aguirre y su hija Guadalupe fue durante décadas un refugio para todos: los sudamericanos que llegaban a España huyendo de espantosas dictaduras, los escritores de provincias que desembarcaban en Madrid como una tierra de promisión, los flamencos, los poetas jóvenes que –como era yo– soñábamos con nuestro nicho en el Parnaso. Para todos había siempre un abrazo, un vaso de vino, palabras de aliento si teníamos algún proyecto entre manos, y de consuelo si habíamos sufrido algún revés.

Atravesábamos el largo pasillo tapizado de libros, nos instalábamos en el saloncito decorado con los cuadros de Lorenzo Aguirre, el padre de Paquita asesinado a garrote en Porlier. Y por un rato nos sentíamos a salvo de todo en la isla de la calle Alenza. El ruido, la estupidez, la mezquindad, quedaban fuera, al otro lado de los cristales. Por eso nos parece mentira que, en apenas siete años, esa familia entrañable e insustituible se nos haya ido: Félix en 2014, Paca en 2019, Lupe este enero pasado.

Se podría escribir mucho de ellos, de su calidad humana y de la altura de sus respectivas obras, pues fueron tres escritores excepcionales. Pero esta vez me gustaría detenerme en su afición flamenca, dejar constancia de ella y pedir al mundo jondo que no sea amnésico ni ingrato con quienes tanto hicieron por él.

 

«Nos parece mentira que en apenas siete años esa familia entrañable e insustituible se nos haya ido: Félix en 2014, Paca en 2019, Lupe este enero pasado»

 

Félix Grande y Paca, durante un acto de FEUP en la Casa de América.

 

La difícil guitarra

De los tres, sin duda fue Félix el más flamenco. Sus obras de divulgación son fundamentales, desde su monumental Memoria del flamenco a títulos como Mi música es para esta gente, Agenda flamenca o García Lorca y el flamenco. Pero quizá donde expresó mejor su amor por este arte fuera en la poesía, que siempre es la menos leída y la peor comprendida.

Guitarrista aficionado, ya en sus primeros versos Félix contaba su difícil relación con las seis cuerdas, como en aquel poema titulado Taranta:

 

Ahora,
en esta guitarra que ha olvidado la súplica torpe de mis yemas,
en este mástil donde los trastes se han hundido
más por la espera que por las visitas,
en esta ruina de reseca madera de palosanto
pongo las manos, hago unos tonos de Taranta

 

En el poemario que supuso su consagración definitiva, Blanco spirituals (1966), la música es la protagonista absoluta. En él, un homenaje a Manolo Caracol –y no sería el único que le dedicaría– con palabras tremendas:

 

Pues, ¿qué es el cante?, ¿qué es una seguiriya?
¿No es algo roto cuyos pedazos aúllan
y riegan de sangre oscura el tabique de la reunión?
¿No es la electricidad del amor y del miedo?

 

Se sabe que la afición flamenca de Félix y su compadre Fernando Quiñones los llevó a realizar incluso una gira por siete países de Sudamérica con conferencias ilustradas, en las que Félix tocaba la guitarra y Quiñones cantaba con su voz “cortita pero desagradable”, según decía con sorna. Paco de Lucía bromeaba asegurando que se habían ido tan lejos “porque en España los hubieran metido presos: ¡qué malos eran los dos!”.

 

Félix Grande y Paquita, 1964.

 

De Lebrijano a la familia Sánchez

Gitanista fervoroso, no como ejercicio de mitología sino como defensa de la dignidad de un pueblo, Félix fue el autor del largo poema dramático que la voz de Juan Peña El Lebrijano puso en escena a mediados de los 70 en el espectáculo Persecución, el mismo en que se estrenó el cante por galeras. Poeta y cantaor no acabaron al parecer demasiado bien, pero aquel estreno en el teatro Lope de Vega de Sevilla quedó como un hito del nuevo flamenco reivindicativo que llegaría con la democracia.

Félix, que había tratado a algunos de los más grandes autores de su tiempo, desde Jorge Luis Borges a Gabriel García Márquez, pasando por Juan Rulfo o Juan Carlos Onetti, aseveraba que solo había conocido a dos genios en su vida. A dos genios de verdad: el pintor Antonio López y el guitarrista Paco de Lucía. El descubrimiento de la música de Paco, y la amistad que sobrevino entre ambos, supuso para el poeta de Tomelloso el mismo revulsivo que para tantos otros, pero además le hizo sepultar su guitarra –su querida Mesalina– en el estuche para siempre. Creyó que el silencio era un precio justo a cambio de la música y la amistad larga y caudalosa de Paco, otro asiduo de la isla de Alenza.

A partir de los dibujos del malogrado pintor David González Zaafra, Félix escribió un libro sobre Paco de Lucía y Camarón de la Isla que hoy es una joya de bibliófilo. La parte del de Tomelloso es algo más que el texto de un erudito. Es una crónica personal de incalculable valor, que nos devuelve a los dos titanes vivos y cercanos:

 

Es como si cada uno de los dos, sin dejar de ser él mismo, consiguiese, a relámpagos, ser el otro, de una manera imposible, misteriosa y exacta. Una energía enigmática los anudaba, de forma que la música que entre los dos edificaban era, más que un diálogo, una proclama de complicidad, una sutura.

 

También los textos de contraportada de Solo quiero caminar y del directo en el Teatro Real van firmados por Grande. Aunque Paco fue su devoción, Félix estuvo muy unido a toda la familia Sánchez. En el citado libro con Zaafra comentaba cómo la amistad con el patriarca, Antonio Sánchez Pecino, estuvo a punto de irse al traste cuando la prensa publicó un adelanto de Memoria del flamenco en la que se hablaba de las fatigas que habían pasado en los años duros. Orgullo herido, aquel del Leopoldo Mozart del flamenco, que Félix supo restañar con algún sofocón de por medio, hasta que las aguas volvieron a su cauce. Y a la muerte de Ramón de Algeciras, el mayor de los hermanos, escribió un soneto emocionado y emocionante:

 

Afrentada, con prisa y malos modos,
la muerte le arrancó tiras y tiras
sin poderle arrancar la dignidad.
Adiós, Ramón. Espéranos a todos
en el carnegihóle de Algeciras   
y en la taberna de la oscuridad.

 

Portadas de creaciones de Félix Grande.

 

En todos los frentes

Más allá de estas anécdotas, Félix Grande se batió el cobre por el flamenco en frentes muy distintos. Cuando Andrés Segovia arremetió contra los “jolgorios flamencos”, y en concreto contra el “tiriririrí” (sic) de Paco de Lucía, Félix se explayó en un artículo sin desperdicio de principio a fin: “Sosiéguese, maestro, que sigue usted siendo el primero”, le decía a Segovia. “Pero comprenda usted que nos apenen sus precipitaciones sobre el arte flamenco en general y, en particular, en contra de Paco de Lucía: que también es el primero”.

Y cuando su amigo Ernst Lluch, rector de los Cursos de Verano de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander –asesinado por ETA años después–, criticó a la Complutense por haber impartido un curso de flamenco, el poeta intervino enérgicamente para afirmar que tal cosa solo podía derivar de una profunda ignorancia del fenómeno, ya que “el flamenco tiene una dimensión política, civil y moral inseparable de su historia”. Lluch acabó rectificando. Nadie imaginaba que el flamenco dejaría de ser algún día un extraño en las aulas.

Por el último poemario de Félix, Libro de familia (2011), desfilan Tía Anica la Piriñaca, Chacón, El Fillo, Silveria, Agujetas El Viejo, Montoya, Luis Yance, El Mellizo, Pastora y cómo no, la familia Sánchez una vez más, una última vez… En dicho volumen, que es su verdadero testamento lírico, hay páginas y páginas memorables dedicadas al flamenco, páginas que se mueven entre el verso y la prosa ensayística para erigir un monumento a la música de sus amores:

 

Me refiero al Flamenco. A ese océano de dolor y perdón transfigurado en lenguaje y consuelo. Uno de los lenguajes más hermosos del mundo. Un consuelo que pone viejos besos de sombra incandescente y de rebelde azúcar sobre las llagas de la infancia.

 

«Los acordes de esos tangos se nos antojan un réquiem para los tres, reunidos para siempre en la memoria amorosa de quienes los conocimos y los quisimos, que era la misma cosa. Para los náufragos de la isla de la calle Alenza a la que ya nunca podremos regresar»

 

La directora Laura Hojman, con Paca durante la grabación del documental ‘Los días azules’.

 

Música de la tierra

Félix y Paquita Aguirre se conocieron en el Ateneo de Madrid, pero la luna de miel la pasaron en Cádiz, aunque cuentan que la levantera que soplaba aquellos días los obligó a terminar el viaje en Huelva. El amor que se profesaron –amor del bueno, del que se sobrepone a todos los momentos difíciles– solo tuvo comparación con el que dedicaron a la música. Paca era una melómana total, desde Chopin hasta la copla, y la naturaleza la había dotado de una voz y un oído que le permitían cantiñearse con toda la gracia del mundo, a veces a dúo con Quiñones.

No se volcó tanto en el costado divulgativo de la flamencología, pero aprovechó cualquier ocasión para cantarle a este arte con su poderosísimo aliento. Lo hace en el poema precisamente titulado Flamenco, en el que –como Félix– plasma su asombro ante la enigmática, asombrosa semilla de lo jondo:

 

De la tierra,
esa música viene de la tierra,
viene de la contienda, del asalto,
del oscuro atropello
de las arterias del planeta.
Viene de la preponderancia del fuego,
del confuso lenguaje de los yacimientos,
del desconsuelo de los minerales.
Esa música es ciega como las raíces
y es terca como las semillas.
Sabe a tierra como la boca de un cadáver,
viene y es de la tierra:
redobla la geología.
Esa música es parda como la corteza,
compacta como los diamantes.
No dictamina: solo muestra la voraz certidumbre de lo vivo,
el vértigo que va desde el sustrato
a la calamidad que grita.
Esa música es el agujero
que delata en los hombres su ascendencia.
Esa música es todo ese agujero,
un sordo abismo que reclama
la primer soledad,
el primer llanto en la primera noche.
         

Cuando Paco de Lucía publicó Luzia, el disco de homenaje a su madre, Luzia Gomes, Paquita lo oyó por primera vez junto a Félix, y de la experiencia surgió un largo poema que concluye así:

 

Y queda para siempre el desconsuelo
de un naufragio de adioses y de cantos,
el ascua del recuerdo hecha delirio
navegando en las costas de Algeciras
mientras crecen y crecen sin descanso
las manos y los ojos de aquel niño,
mientras crece su corazón hacia el destino
como crece el abismo en su guitarra. 
   

El genio de Algeciras le tenía un gran cariño a Paquita. Cuando Félix recibió el Premio Nacional de las Letras en 2004, Paco escribió una nota en El País en la que también se acordaba de ella. “Los conocí a los dos juntos en la Venta Vargas, una noche de fiesta que estaban Manolo Caracol, Camarón de niño y Melchor de Marchena. Me acuerdo de que Félix era un joven lleno de vida, tierno, muy cariñoso y enamorado, que cogía a Paquita en brazos por la calle. A partir de ahí tuvimos una amistad para toda la vida. Paca, además, escribe muy bien, es muy buena poeta. Y yo espero que el año próximo el premio nacional se lo den a ella”. No fue al año siguiente, sino catorce años después, pero la profecía de Paco se cumplió.

 

Guadalupe Grande.

 

Un réquiem para tres

Aunque en su obra no se evidencia tanto, Lupe era también amante de lo jondo. Creció desde en aquel ambiente, vio pasar por su casa a infinidad de leyendas del cante, el baile y el toque, supo de la existencia y la grandeza de aquella música desde su primer uso de conciencia, y acaso la tenía tan interiorizada que no necesitó subrayar su afición. Cuando el corazón le falló el mes pasado, estaba creando una fundación para cuidar del legado de sus padres. Ignoro la suerte que habrá corrido ese proyecto, pero no debería caer en saco roto. Y no debería bastar una placa. Por el bien de la literatura, del arte y del flamenco.

En su disco Paseo de los cipreses, otro gran guitarrista como es Juan Carlos Romero le dedica a Félix –amigo, maestro, guía de lecturas– esos hermosos tangos titulados Encogiéndome de hombros, cantados por Pedro El Granaíno. Hoy esos acordes se nos antojan un réquiem para los tres, reunidos para siempre en la memoria amorosa de quienes los conocimos y los quisimos, que era la misma cosa. Para los náufragos de la isla de la calle Alenza a la que ya nunca podremos regresar.

 

 


Un pie en Cádiz y otro en Sevilla. Un cuarto de siglo de periodismo cultural, y contando. Por amor al arte, al fin del mundo.

2 COMMENTS
  • Francisco en Paris 27 febrero, 2021

    Este artículo es un gran trabajo, mucha información muy interesante sobre los Grande que merecen ser recordados por su poesía. Muchas gracias

  • Alejandro Luque Diego 1 marzo, 2021

    Muchas gracias a ti por la lectura, Francisco, le hemos puesto el cariño que los personajes se merecen. Un saludo muy cordial.

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