No es zambomba todo lo que reluce
Sería preferible que ese sinfín de carteles que ofrecen zambombas por doquier se definieran como conciertos, galas de villancicos o espectáculos navideños, entre otros términos. Por eso de no confundir al personal, como pasaba con los tabancos.
Ya pasó con el término tabanco hace unos años. Todo –casi– negocio de hostelería que abría sus puertas en Jerez utilizaba esta denominación para captar clientes, ya que dichos establecimientos se pusieron de moda en una época de crisis donde los jerezanos aprovechaban para beber vino a granel, más barato y de buena calidad, con su respectiva tapa del mismo modo asequible a los bolsillos. Pero claro, para que uno pudiera presumir de tener un tabanco al menos tenía que cumplir con determinados conceptos que dotaban de sentido a su identidad. Nada de eso, lo que importaba era hacer caja mientras el río estuviera revuelto. Ni vendían vino de Jerez, ni ofertaban productos típicos en estos lares como morcilla, chorizo o chicharrones, ni por supuesto la estética se acercaba a lo que en otros tiempos se conocieron como tabancos, que dicho sea de paso no era más que un habitáculo en los que los lugareños entraban, bebían, fumaban y se iban. A veces cantaban. ¡Cómo cambian los tiempos!
Pero no es esta la cuestión, aunque habría que decir que de esas decenas de tabancos que aparecieron con la crisis han echado el cierre más de la mitad. Hablemos de la zambomba, otra tradición de Jerez que identifica su Navidad como única y que, gracias a sus zambombas, reúne a cientos y miles de foráneos durante todo el mes de diciembre. Eso supone rentabilidad económica en hoteles, taxis, restaurantes, negocios de ropa o souvenirs… Llegan cada fin de semana innumerables autobuses de cualquier punto de la comarca para encontrarse con esa fiesta popular en la que todos cantan, bailan y comparten mientras se entonan villancicos de siempre, romances y coplas, y hasta alguna que otra bulería dedicada al Niño de Dios.
«Debería existir un equilibrio en el que convivan la tradición y el crecimiento económico en este mes. Dejar de dar gato por liebre»
Habría que remontarse a los antiguos patios de vecinos de los barrios más históricos de la ciudad como San Miguel, Santiago, San Mateo o La Albarizuela, en los que en tiempos de Nochebuena se reunían de forma espontánea para cantar estas coplillas, con tintes en ocasiones socarrones, y otros de carácter católico. Uno tocaba la pandereta, otro las palmas, otro el almirez, otro le daba con un tenedor a la botella de anís que ya se había bebido y, por supuesto, sonaba el instrumento principal de esta festividad, que es la zambomba.
Cuál es la sorpresa que ahora, que parece que estos encuentros tan castizos pasan por el momento más esplendoroso de su historia, da la triste sensación que nada realmente ocurre como debiera. No es que ya no se den zambombas de calidad que guarden su esencia, porque haberlas haylas, pero sería importantísimo cuidar el sentido y la estética de este Bien de Interés Cultural (desde 2015). Que ya no están los patios como antes, de acuerdo. Que ya lo que hay son muchos pisos, lo compro. Lo que sí debería seguir sonando son esos cánticos de siempre que permitían que todo el mundo participara, ahí está la clave. Que no hubiera escenarios, ni megafonía, ni tanta bulería… ahí están otras claves. ¡Que sonara la zambomba!, fundamental. Y si no, sería preferible que ese sinfín de carteles que ofrecen zambombas por doquier se definieran como conciertos, galas de villancicos o espectáculos navideños, entre otros términos. Por eso de no confundir al personal, como pasaba con los tabancos. Debería, por tanto, existir un equilibrio en el que convivan la tradición y el «crecimiento económico» en este mes.
Por un lado, se mantendrían las raíces de esta festividad tan antigua que, de esta forma, solo ocurre en Jerez (sin olvidar nunca a Arcos de la Frontera en su extensa aportación del corpus lírico de la Navidad). También se fomentaría la convivencia en unas fiestas entrañables, en una ciudad en la que la frustración se hace habitante. Y por otro lado, y de forma menos romántica, se dejaría de dar gato por liebre y los cientos de visitantes que vienen a encontrar esa «tradicional, genuina, típica y jerezana zambomba» no volverían a sus hogares decepcionados al comprobar cómo se diluye esa magnífica estampa que le habían contado y que motivó su visita a Jerez. Como conclusión: ni todo es negocio, ni todo es bulería, y sobre todo, no es zambomba todo lo que reluce.