Desde el punto de vista histórico, el cante es el resultado de recrear en modo romántico tonadas y melodías tradicionales con un acento marcadamente agitanado
Sin más pruebas que las citadas, es posible que el cante surgiese, entonces, como expresión artística inspirada en aquellas tonadas (tonás) y martinetes, romances y gilianas que cultivaban los gitanos de Sevilla y Cádiz en la segunda mitad del siglo de las luces. Ya en el siglo romántico cantaores concretos, gitanos o no, fueron configurando sobre esa melodía modal, propia de los cantos atribuidos a los gitanos de Andalucía la baja, los cantes por seguiriya y soleá para, sobre esa estética musical concreta, adoptar todo tipo de canciones populares e incluso alguna de origen académico, aflamencándolas para integrarlas en el repertorio. Cantes que tuvieron la necesidad de propagarse por el tiempo y el espacio hasta completar la variedad estilística del género flamenco.
No obstante, debemos apuntar la existencia probada de una serie de canciones andaluzas que ya dejan entrever la modalidad frigia propia de las melodías flamencas, por ejemplo el zorongo y algunos polos de la segunda mitad del XVIII, músicas localizadas en el repertorio de tonadilla que muestran melodías que servirán también de antecedente a la tonada jonda.
Por otra parte, están los estilos que se cantan en modo mayor y menor, donde claramente podemos apreciar jotas, seguidillas y fandangos como trasfondo melódico, así como cantiñas, tangos, seguiriyas cabales, etc. Los modos que sugieren las melodías flamencas son de toda condición, y las que se realizan sobre el modo frigio de Mi serán las consideradas propiamente flamencas, aunque en muchos cantes de tonás o seguiriyas observamos múltiples guiños al mayor, lo que podría apuntar a su origen artístico y romántico.
Uno de los milagros del flamenco se debe al logro de fundir el acento oriental del cante andaluz, preferentemente gitano o agitanado, con la guitarra; es decir la melodía microtonal del cante fundiéndose con la guitarra temperada por los trastes que dividen la octava en 12 semitonos
Aunque la flamencología tradicional huye de referencias teatrales al tener preconcebido plenamente el nacimiento del cante flamenco entre las familias gitanas de la baja Andalucía, lo cierto es que en las tablas de los teatros los tonadilleros cantaron durante un siglo
Si pudiésemos escuchar la música que se cantaba, tocaba y bailaba en Andalucía en las primeras décadas del XIX seguramente no la identificaríamos como flamenco, lo más parecido serían las tonadas (tonás, melodías) que comenzaban a brotar como soporte musical de los romances que cultivaban los gitanos de la Bahía y Triana, o los polos también agitanados, las cañas.
La queja de galera anteriormente mencionada, se mantendrá en la garganta de los cantaores y se irá adaptando a las tonadas, melodías, populares que cultivan, sobre todo, los gitanos bajoandaluces. Llegados los años cuarenta del siglo 19 la melodía flamenca es suficientemente conocida y sus gorjeos marcan el estilo. Los ritmos serán heredados de lo bolero, aunque sincopando a lo gitano sus acentos para acentuar el elemento indígena.
Los romances están considerados como fuente y caudal de la melodía flamenca, las nanas, algunas alboreás, todos cantes sin acompañamiento que forman el caldo de cultivo que proporcionó los aromas adecuados a la estética melódica del flamenco y de los que se nutrieron estilos como las soleares, seguiriyas e incluso malagueñas, a través de giros melódicos y motivos que se insertaron en estos cantes en un proceso de disolución de las tonás y cristalización de los cantes más jondos. Lo que nos lleva a afirmar que las antiguas tonás que no han llegado en su forma original hasta nosotros no desaparecieron, sino que se disolvieron para cristalizar en otros estilos.
Podemos afirmar que el romancero sirvió de abono a la melodía flamenca dotándola de melismas y giros de pura raigambre gitana con los que se forjaron muchos cantes. Ahí está seguramente buena parte de la melodía netamente flamenca, en los romances.
Los modelos melódicos de las soleares que han llegado hasta nosotros fueron forjadas, creadas, compuestas, por renombrados intérpretes que fueron, poco a poco, fijando variantes que pasaron de generación en generación hasta quedar en la memoria de los principales intérpretes del repertorio jondo. El proceso de creación de estas aportaciones personales no se realizó según los principios creativos de la música académica, no escrita, sino que se fueron configurando a partir de melodías más o menos improvisadas que iban siendo modeladas sobre la marcha, hasta quedar fijadas por medio de las diferentes letras sobre las que fueron creadas. Existen, eso sí, modelos antiguos que inspiran a otros intérpretes para la creación de nuevas variantes, de ahí el parecido entre unas y otras. Esas similitudes quedan apuntadas a continuación, teniendo en cuenta la clasificación que realizaron los estudiosos Luis y Ramón Soler, Pierre Lefranc y Norman Kliman en sus respectivos estudios sobre el tema.