La guitarra flamenca vivió en las primeras décadas del siglo XX una auténtica revolución que vendría a cambiar de forma radical el mundo en torno al instrumento que, hasta entonces, venía siendo usado casi exclusivamente en su faceta de acompañante del cante y el baile. La generación posterior a los grandes maestros del XIX, José Patiño, Paco de Lucena, Javier Molina, Miguel Borrull, dieron el impulso definitivo para que el instrumento evolucionara hacia donde se encuentra hoy en día. Las aportaciones que cada uno realizaron en la sonanta, tanto en la técnica como en el ámbito de la creación, como guitarristas de acompañamiento y de concierto marcaron una época.
El magisterio de Ramón Montoya, referente ineludible del toque contemporáneo, maestro entre maestros de la guitarra flamenca y referente hasta la actualidad en el toque más clásico. Durante toda su carrera, Montoya, como artista incansable que fue, todo cantaor que se preciara intentaba que fuera Don Ramón quien le acompañase, así lo hizo Juan Breva en sus grabaciones tardías de 1910, o Pepe Marchena, pero sobre todo fue el guitarrista de Antonio Chacón.
Aunque en la biografía de Montoya destaca un hecho que todos los autores definen como revelador, su encuentro con el guitarrista Miguel Llobet quien extraía de su guitarra “unos sonidos de una desgarradora belleza, con solo verlo y escucharlo una vez, Montoya supo adaptar esta técnica, derivada de la escuela de Francisco Tárrega, a las necesidades específicas del toque flamenco”.
Montoya también era solicitado para acompañar el baile y, como decimos, cualquier artista soñaba que fuera Ramón quien le acompañara. No en vano en su toque confluían las escuelas más clásica de la guitarra, comandada por el gran Miguel Borrull o Paco de Lucena, y el toque más castizo y flamenco de Patiño, Javier Molina o Juan Gandulla Habichuela. Montoya supo como nadie fundir ambas formas de tocar para ponerlas al servicio del acompañamiento al cante y al baile.
Desarrolló además nuevos tonos para acompañar sin necesidad de cejilla y desarrolló dos maneras hasta entonces inéditas, el tono de rondeña (ya iniciado por Miguel Borrull) y el de minera, diseñados expresamente no para acompañar sino para los toques de concierto correspondientes.
Fue bien conocida la competencia entre Montoya y su compañero Luis Molina, mientras los cantaores les acusaban de asfixiarlos. En una ocasión se reunieron en Madrid lo mejorcito de la sonanta de aquellos años, Montoya, Luis Maravilla, Manolo y Pepe de Badajoz y Manolo de Huelva:
Pocas veces se habrá visto una cosa igual a como tocó aquel hombre (Montoya). Cuando a él le pareció, levantó la guitarra y la ofreció a quien quisiera seguir tocando. Pero nadie se atrevió a cogerla.
En la última etapa de su vida llegó a grabar piezas a solo, piezas de concierto que son hoy el referente del toque más clásico, sin embargo su carrera se desarrolló como acompañante.
De Montoya beberá Sabicas y Manolo de Huelva, Niño Ricardo. Sabicas como virtuoso, desarrolla todo lo aprendido hasta límites técnicos insospechados entonces, mientras Ricardo hace lo propio en el ámbito creativo, con sus variaciones y falsetas repletas de inspiración jonda.