La flamencología ha fijado tradicionalmente el año 1922, cuando se celebró el Concurso de Cante Jondo auspiciado entre otros por Manuel de Falla y Federico García Lorca, como un punto de inflexión crucial para el desarrollo del cante flamenco. El concurso granadino, aunque encomiable, no tuvo ni mucho menos el impacto que la historia le ha pretendido otorgar. Siendo importante al dar visibilidad por parte de la intelectualidad patria a un género denostado por los continuos ataques de la prensa como música del lumpen, para muchos forjada entre alcohol y prostitución. Aquí hemos preferido acotar esta época “dorada” entre el paulatino cierre de los cafés cantante, como el caso de los de Madrid (1908), y el principio de la guerra civil, auténtico punto de inflexión, la tragedia fraticida que deshizo tantos sueños. Hay sin duda un antes y un después de la guerra para el flamenco y, como veremos en el próximo tema, la posguerra, hasta que en los años cincuenta, en pleno franquismo, surge un despertar del horror, un renacimiento para el flamenco que lo impulsará definitivamente hacia el siglo XXI.
La presión que las autoridades ejercían sobre los cafés cantante era cada vez mayor, desprestigiados como decimos por los jaleos y altercados que en ellos frecuentemente se producían, ocupando cada vez con más frecuencia las páginas de sucesos.
Las ordenanzas del ministro de gobernación De la Cierva obligó a cerrar muchos de ellos o bien sustituyeron el flamenco por otras músicas de moda más acordes con lo que entonces eran considerados espectáculos más respetables. Tal y como confirma la nota del diario El Globo del 3 de octubre de 1908 los flamencos se vieron obligados a buscar nuevos espacios.
Por una parte la reunión íntima en un local y por otra en los teatros. Las compañías florecieron por doquier y los empresarios organizaban espectáculos con un buen número de artistas que vendían en funciones flamencas de varias horas de duración. Los empresarios vieron a su vez en los concursos una fórmula adecuada a sus intereses que no eran otros que llenar el aforo de los teatros donde se celebraban dichas competiciones preferentemente de cante.
En vez de sucumbir a la presión gubernativa, la afición era tal que las principales figuras del flamenco retomaron el vuelo aun con más fuerza. Son los años donde las primeras figuras obtendrán el prestigio del que hasta entonces carecían, estando en el ámbito de los cafés limitado a un público más selecto. Muchos artistas vivieron a caballo entre ambas etapas, la de los cafés y los teatros. Entre ellos destacan Antonio Chacón, Manuel Torre, La Niña de los Peines, El Pena padre, El Mochuelo, el Cojo de Málaga, el Niño de Marchena, Juanito Mojama y tantos otros. Época un tanto demonizada décadas después por los defensores de un flamenco racial propio de los primeros años de la flamencología.