Así titula José Manuel Gamboa en su libro Una historia del flamenco el apartado dedicado a una de las sagas más importantes del cante, Arturo, Pastora y Tomás Pavón Cruz. Nunca una familia había dado figuras de esa talla, excepción hecha claro está de los Ortega de Cádiz que comentamos en Tema 6 del presente curso de Historia del Flamenco.
Arturo, el mayor de los hermanos, no fue cantaor profesional pero, es sabido que atesoraba un inmenso conocimiento del repertorio que supo transmitir convenientemente a sus hermanos. Primero a Pastora ‘la emperadora del cante gitano de todos los tiempos’ tal y como es jaleada en una de sus numerosísimas grabaciones, para el arte fue La Niña de los Peines, así llamada por la letra de un tango que interpretaba en sus años mozos que decía:
Péinate con mis peines,
que mis peines son de azúcar,
quién con mis peines se peina,
hasta los dedos se chupa.
Pastora ha sido la más importante mujer del cante, su legado así lo certifica y su intensa carrera, sobre todo en las cuatro primeras décadas del siglo XX, es la mejor muestra de su gigantesca figura, perla de la corona del cante para la época dorada del flamenco. Aunque la posguerra, durísima para todos los españoles, hizo que su carrera declinase. Fue la estrella de una época pasada que tras la contienda civil había quedado anticuada en el tiempo y un tanto olvidado la memoria de los aficionados al cante.
Aunque no fue tan popular como La Niña el pequeño Tomás Pavón ha sido un referente para el cante de la mejor calidad. Su musicalidad queda patente en sus grabaciones y su escuela ha sido convenientemente continuada por las generaciones más jóvenes que han sabido apoyarse en el genio de Tomás para sus creaciones. Pocos han podido escapar a la sabiduría y talento cantaor aunque hay quien se atreva a criticarlo diciendo que, aunque gitano cantaba mu gachó.
En muchos cantes existe un antes y un después de los Pavón, que marcaron para siempre una época y una forma de interpretar los estilos que llega hasta hoy.