El grupo (complejo genérico) de las tonás está formado por todos aquellos cantes que se interpretan a voz sola, a palo seco que dicen los flamencos
El origen –preflamenco- de las tonás nos retrotraería en el tiempo a los años de la triste expulsión judía y árabe. Esto queda patente en los recurrentes temas religiosos, siempre haciendo hincapié en la oportuna conversión cristiana, haciendo confesión de fe, como en el macho con el que se remata el martinete:
“Y si no es verdad que Dios me mande un castigo muy grande si me lo quiere mandar”
Los romances, las nanas, y algunas alboreás, todos cantes sin acompañamiento que forman el caldo de cultivo que proporcionó el aroma adecuado a la estética melódica del flamenco, y del que se nutrieron estilos como las soleares, seguiriyas e incluso malagueñas, a través de giros melódicos y motivos que se insertaron en estos cantes en un proceso de disolución de romances y tonás, hasta la cristalización de los cantes más jondos en la primera mitad del siglo 19. Lo que nos lleva a afirmar que las antiguas tonás que no han llegado hasta nosotros en su forma original, no desaparecieron sino que se disolvieron para cristalizar en otros estilos.
Las tonás se interpretan tanto en modo mayor, como menor y en el frigio andaluz.
En un principio, las tonás se hacían sin sujeción a rítmica alguna, como aun hoy se hacen buena parte de ellas. Sin embargo, hoy una de ellas se marca sobre el compás de la seguiriya, debido a la influencia de la versión bailable que realizó Antonio Ruiz ‘El Bailarín’ del martinete, quien optó por el compás de seguiriya para acompañar esta versión bailable.