Este cante mejor debería denominarse colombinas, ya que tienen mucho de América, aunque nada concreto de Colombia. Se trata de una canción que se hizo cante, compuesta en por el Niño de Marchena. En realidad es el resultado de una amalgama entre un conocido corrido mexicano, Soy un pobre venadito, y un zortzico vasco, sobre todo en la parte final de la canción marchenera.
Desde la primera versión de Pepe Marchena con el título de Mi Colombiana, del año 1931, dicho cante consigue un inmediato alcance popular y son muchos los intérpretes que lo asumen e incluso, como Carmen Amaya, lo cantan y bailan. La estructura melódica del estilo la acaban imponiendo su creador Marchena con la guitarra de Ramón Montoya, donde hay cierta libertad en la interpretación, hasta el punto de que en algunas versiones parece un cante libre de métrica; con el tiempo abundarán, también, las colombianas que asumen un carácter descaradamente festero, sobre todo utilizando el soporte rítmico de la rumba.
Pepe Marchena, artífice primero del estilo, fue a su vez un destacado intérprete de guajiras y milongas flamencas, lo que sin duda le inspiró a la hora de componer la colombiana, lo que nos lleva a poder afirmar que las colombianas son una suerte de guajiras en compás binario.
Como ocurre en otros cantes de ida y vuelta, como las rumbas, las colombianas pueden ser interpretadas a dos voces al estilo de la trova tradicional cubana o del bambuco colombiano, tal y como la grabó la Niña de la Puebla.
La melodía métrica característica de la colombiana tiene una ornamentación sobria si la comparamos con otros estilos flamencos, partiendo del modelo central que responde, con mayores o menores variaciones, a la canción original de Pepe Marchena.
Los intérpretes que vinieron después han ido adaptando la melodía original a la personalidad de cada uno, como manda la máxima flamenca de hacerle cositas al cante. Enrique Morente sería uno de los más importantes renovadores el estilo con su colombiana Una rosa en un rosal.