El riquísimo folclore andaluz ha aportado numerosos estilos al género flamenco. Los fandangos locales son seguramente los que de forma más decidida se han ido añadiendo al repertorio en el momento en el que destacados artistas flamencos los comenzaron a incluir en su repertorio, tal es el caso de la rondeña del Negro que cantaba Silverio en los cafés. Los fandangos de Huelva son paradigmáticos en este sentido, o los de Lucena que el gran Cayetano Muriel supo reinterpretar en clave jonda para ser cantados por los flamencos, por supuesto los fandangos de Juan Breva, etc. Sin embargo, estos fandangos los encuadramos en el complejo antes comentado del mismo nombre.
Pero hay una serie de estilos que no caben en ninguno de los cinco complejos citados hasta el momento, ya que no tienen ni compás de soleá, ni el de la seguiriya, ni el de los tangos, ni se cantan a palo seco, ni son fandangos, pero sí tienen algo en común: todos provienen del folclore andaluz y se han ido integrando en el repertorio del flamenco por mor de las interpretaciones que de ellos hicieron destacados artistas. Nos referimos a las sevillanas, las bamberas, los campanilleros, la alborea y los villancicos, incluso habría que incluir aquí las tonás camperas, aunque en su versión flamenca las hayamos encuadrado en el grupo de las tonás, que es lo que son. De ahí que los haya agrupado en torno a un complejo genérico que denomino de la música tradicional.
Las sevillanas son el principal estilo del folclore bailable de Sevilla, descendiente directo de la seguidilla que se practicó en la capital andaluza desde el siglo 18 dentro de los bailes de la escuela española de palillos, la escuela bolera. El modelo flamenco surge con la práctica que del estilo hacen los artistas en teatros y cafés. Es baile de pareja y la coreografía popular se corresponde con pasos propios de la escuela bolera y la antigua escuela española de palillos.
Por su parte los Campanilleros provienen de unos cantables religiosos que se celebran en el Rosario de la Aurora desde el siglo 17, interpretándose por las calles en algunas comarcas de Andalucía. Manuel Torre grabó una versión de estos cantos y los hizo cantes. La Niña de la Puebla acabó de bordar la versión flamenca que se conserva hasta hoy.
La alboreá se basa en las canciones que los gitanos andaluces interpretan en sus ceremonias de boda. La denominación procede de alborada, por el momento en que se desarrolla la ceremonia, al alba. Un buen ramillete de variantes se vienen interpretando en clave flamenca y sirven de adecuado aderezo a espectáculos flamencos, como el clásico de Antonio Gades Bodas de Sangre o El amor brujo. En Granada, la alboreá integra, junto a la cachucha y la mosca, los bailes miméticos que simbolizan los tres momentos de la boda gitana, ritual que se conoce con el nombre de zambra granadina.
La bambera, bamba o cantes del columpio, son una adaptación a lo flamenco de una melodía del folclore andaluz que se canta en determinadas celebraciones en las que era costumbre instalar columpios para que los mozos mecieran a las mozas (o las tatas a los niños) mientras entonaban dichas coplas. La versión flamenca se la debemos a Pepe Pinto que la grabó como fandango de Aznalcázar, a Pepe Marchena que la interpreta en la película Martingala y, sobre todo, a Pastora Pavón que la bautizó como tal en una grabación con Melchor de Marchena en 1947.
Las melodías sobre las que se construye el estilo parten seguramente del repertorio de trilleras, nanas, caleseras, temporeras y otros cantes camperos que se realizan en Andalucía, estilos de cante inspirados en las canciones de trabajo o de brega que se interpretaba mientras se araba o trillaba la tierra. Tonadas del folclore andaluz que algunos cantaores, como es el caso de Bernardo el de los Lobitos, integraron en el repertorio flamenco (fueron incluidos en la Antología de Hispavox de 1954).
La versión flamenca de los villancicos tiene gran arraigo en toda Andalucía. Aunque hasta hace poco se cantaban en las casas y en la calle a lo largo de toda la celebración, el moderno sistema de vida ha ido acabando con ello. Tan solo algunas localidades, caso de Jerez y Arcos de la Frontera, mantienen la fiesta comunal –la llamada, ‘zambombá flamenca’ o en el Sacromonte granadino y otros centros de la gitanería andaluza.