Ya hemos apuntado en la introducción a este Tema 5 cómo, al calor de los libros de viajes surgen en el Sacromonte esas troupes familiares que habitan las cuevas del monte sagrado de Granada creando toda una industria del espectáculo en torno al exotismo que proporcionan sus canciones y bailes. Ante la expansión del arte flamenco en las últimas décadas del siglo 19 estas canciones acabaron formando parte del repertorio jondo.
Para aquellos turistas decimonónicos las andaluzas modernas todavía son las bailarinas más agradables y seductoras de España. Todo el exotismo que desprendían aquellas primeras zambras simulaban descender directamente de las míticas zambras moriscas comandadas por el patriarca de la familia que además daba nombre a cada uno de esos grupos. Al parecer el capitán pionero fue Antonio Torcuato Martín, El Cujón. En una salón de la herrería que tenía en el Humilladero para dar los bailes gitanos, contratando a los mejores artistas que habitaban en las cuevas que cercaban la ciudad. Ahí aprendieron el oficio figuras como María Gracia Cortés Campos, en los años setenta del 19, o Juan Amaya quien regentó una de las más famosas zambras del Sacromonte.
Aquellas zambras fueron (y son) la escuela de muchos artistas que se inician en las cuevas y, algunos de ellos, llegan a lo más alto en la profesión flamenca. Se considera que los tres bailes básicos de la zambra son la alboreá, la cachucha y la mosca, sin olvidar otras danzas del Sacromonte que también formaban parte del espectáculo como son el petaco, el merengazo, y un extenso repertorio de tangos.