Los libros de viaje que abundan en la literatura romántica del siglo 19 tuvo en España, y primordialmente en Andalucía el escenario idóneo para modelar escenas de ensueño acordes con el momento que les tocó vivir. La población y los paisajes contribuían al éxito de aquello que, en cierta forma, esperaban encontrar. Un país, una región, que no había sido aun prostituida por la revolución industrial que estaba transformando los paisajes de la Vieja Europa, con su industrialización y sus caminos de hierro.
Andalucía, y sobre todo, los gitanos, representaban todo aquello por lo que suspiraban las mentes románticas europeas. Por ejemplo, Théophile Gautier escribe soñábamos con naranjos, limoneros, cachuchas, castañuelas, basquiñas y trajes pintorescos, pues todo el mundo nos contaba maravillas de Andalucía. Y avistando la Sierra Morena no duda en afirmar, sin haberlo nunca visto, detrás de aquella cadena de montañas violeta se oculta el paraíso terrenal de nuestros sueños. Ese paraíso era Granada. Richard Ford, otro de los viajeros románticos que pisaron suelo andaluz, se despide de esa tierra prometida: Adiós a la alegre Andalucía y a la vegetación tropical. Los que van hacia el norte cambian un edén por un desierto.
Washington Irving fue uno de los pioneros, en 1832 publica sus Cuentos de la Alhambra, rememorando su viaje de 1829 a la capital nazarí
Todo esto contribuyó a la forja de un tipo de música cargada precisamente de exotismo llevando al mismísimo Manuel de Falla a afirmar que Granada ha sido el punto principal donde se fundieron los elementos que han originado así las danzas andaluzas como el “cante jondo” aunque posteriormente se hayan creado formas y denominaciones especiales de estos cantos y danzas en otros lugares de Andalucía, e incluso haya sido en ellos donde mejor se han conservado