Huelva, en el extremo occidental de Andalucía, con frontera nada menos que, al este con Cádiz (Doñana), al noreste con Sevilla, al norte con Badajoz y al oeste con Portugal, parece una isla en cuanto al flamenco se refiere. Su principal aportación al repertorio flamenco, como por otra parte ocurre con las provincias orientales de Málaga, Córdoba, Granada, Jaén y Almería, son fandangos. Eso sí, en variantes de fandangos no hay quien supere a la provincia de Huelva, en cantidad y calidad, y en ellos centraremos nuestra atención en este séptimo Tema del curso Geografía del Flamenco.
Además no hay que dejar de citar las sevillanas que se interpretan en la romería más famosa de las que se celebran en España, el Rocío, donde se cultivan una seguidillas sevillanas con acento tan propio que se conocemos, cómo no, con el nombre de rocieras. Pero aparte de esa excepción lo que domina la aportación de Huelva al repertorio flamenco son los fandangos.
Como decimos, los fandangos de Huelva forman un corpus de variantes de enorme riqueza musical. Este fandango sirvió además de modelo para la eclosión de un estilo flamenco que se viene cultivando desde las primeras décadas del siglo XX, y que se sitúa como uno de los estilos preferidos de la afición. Nos referimos a los fandangos personales o naturales.
Fue precisamente en el fandango de Huelva, conocido también en ese contexto como fandanguillo, el espejo en el que se miraron los cantaores de los años veinte en adelante para sus creaciones personales, toda vez que las variantes de soleá, seguiriya, y otros cantes, estaban ya definidas por los maestros compositores de la época de los cafés cantante. Los cantaores vieron en este fandango occidental (preferentemente en el de Alosno) el recipiente musical idóneo para verter su inspiración personal. De ahí que los más antiguos fandangos personales se acompañen sobre el aire de Huelva, como es el caso del fandango de Rafael Pareja que hoy reconocemos en la variante atribuida a El Gloria de Jerez.