Sin duda alguna un hito importante en la historia del flamenco es el Concurso de Cante Jondo promovido por Manuel de Falla, Federico García Lorca entre otros. Con él pretendían los organizadores recuperar el cante jondo que según ellos estaba en trance de perderse. Se celebró en junio del año 1922 y no se consiguió, o sí, el objetivo. El fiasco del concurso vino dado, entre otras cosas, por las inclemencias meteorológicas y, sobre todo, porque las bases impedían la participación de profesionales, algo incomprensible ya que el cante lo cultivaban desde hacía al menos medio siglo los profesionales, como hasta ahora.
La flamencología no ha dudado en interpretar aquella iniciativa como el deseo de los intelectuales más cualificados de la época para salvar el cante gitano ancestral y auténtico de la perversión a la que había sido sometida al profesionalizarse. Culpando de ello a la desgitanización del género y, sobre todo, a la nociva ópera flamenca. Sin embargo, esta teoría, muy romántica y adecuada ideológicamente a los principios de aquellos fundadores de la ciencia flamenca en torno al Concurso de Córdoba de 1956, no reparó entonces que el concurso se celebró en 1922 y la primera función de ópera flamenca fue a finales de 1926. Ni tampoco se ha reparado en que, precisamente a partir del concurso granadino, comienza a florecer una forma de cantar, comandada entre otros por Manuel Vallejo, el Cojo de Málaga y, sobre todo, por el Niño de Marchena, que eran además anunciados en los carteles como los auténticos reyes del cante jondo. Y nosotros decimos: ¿No será precisamente el cante ornamentado de estos tres maestros el auténtico cante jondo que quería recuperar Manuel de Falla y no el que la flamencología interpretó como tal, es decir, el de la voces de piedra?
Extraemos unos párrafos del DEIF
“La idea de su celebración partió de las conversaciones del compositor Manuel de Falla, con varios aficionados y artistas granadinos de distintos géneros, en torno a la importancia y los valores estéticos del cante, entre los que se contaban Fernando Vílchez, Miguel Cerón (pintor y escultor); Manuel Jofré (guitarrista), Francisco Vergara, Hermenegildo León (aguafortista), Fernando de los Ríos (literato y político), Ramón Carazo (pintor), Andrés Segovia (guitarrista clásico) y el poeta Federico García Lorca. Las razones que llevaron a convocarlo se resumen en su deseo de revalorizar el arte flamenco, un arte que consideraban mixtificado y en decadencia. Afirmando que el vulgo de los españoles se aparta con desprecio de él (del flamenco) como de algo pecaminoso y emponzoñado. Y es por esta actitud de perversión estética por lo que prefiere a la cupletista al cantaor, por lo que, de seguir así, al cabo de pocos años no habrá quien cante y el cante jondo morirá sin que humanamente sea posible resucitarle; máxime cuando técnicamente es imposible hacer la notación musical de estos cantos y por ello no pueden archivarse. Si la continuidad de los cantaores se interrumpe, se interrumpirá para siempre el cante Parece que olvidaban el tesoro discográfico que en 1922 era notable. O es que ese tesoro no guardaba el auténtico cante jondo, es decir ¿Chacón, Pastora, Torres no eran auténticos?”
Como preámbulo al concurso Lorca dio la conferencia Importancia histórica y artística del primitivo canto andaluz llamado cante jondo. Pero, como era de esperar, pronto se desató la controversia invocando el peligro gravísimo de que esa fiesta pueda convertirse en una españolada.
Manuel de Falla presentó las bases al ayuntamiento, el día 6 de abril. Podían participar todos los cantaores de ambos sexos, con exclusión de los profesionales mayores de 21 años. El cantaor Manuel Centeno se preguntaba:
¿Quién va a cantar entonces? El cante que piden no lo saben los jóvenes: serranas, polos, cañas, soleares, martinetes, tonás, livianas, saetas viejas. Ahora mismo no hay más de dos en Sevilla que sepan cantar algo de eso, tal como hay que cantarlo.
El jurado lo presidía el emperador del cante, Antonio Chacón y estaba integrado por Andrés Segovia, el virtuoso de la guitarra; Antonio Ortega Molina y Antonio Gallego Burín, presidente y vicepresidente del Centro Artístico, Amalio Cuenca, eminente maestro de la guitarra; Gregorio Abril y José López Ruiz. Se consiguió que Manuel Torres y Juana La Macarrona actuaran fuera de concurso a fin de otorgar brillo al encuentro. El concurso se celebró, como estaba previsto, los días 13 y 14 de junio, con gran afluencia de público. Un niño de once años se arrancó por seguiriyas:
Corre y dile a mi mare
que no llore más,
sino que vaya a la audiencia de Cai
por mi libertá.
Era Manuel Ortega Juárez, sobrino de los Gallos, el que para el arte acabaría siendo Manolo Caracol. Pero la gran atracción fue Diego Bermúdez El Tenazas, viejo cantaor que en las sesiones privadas había conquistado la admiración de Chacón, Montoya, Falla y Zuloaga, para ellos habían hallado un documento del primitivo cante jondo. Juana La Macarrona salió a bailar, mientras un extraordinario trío de guitarras (Montoya, El Niño de Huelva y Cuéllar) creaban un recio fondo musical. Cantaba alegrías Manuel Ortega, y una docena de gitanas del Sacromonte tableteaban palmas. Manuel Torres, El Niño de Jerez, subió a la tarima y se arrancó con una siguiriya:
Vamos a jincarnos de roílla
que ya viene Dios;
va a recibirlo la pobrecita de mi mare
de mi corazón.
A la ovación enorme se sumó en el aire un cuco, cantando sobre un árbol cercano… Ante la insistencia del público Chacón se levantó sonriente y lanzó al aire unos polos y unas cañas. Y su media granaína y granaína.
En opinión de Ricardo Molina
El cante no recibió impacto alguno… El concurso granadino afectó principal y transitoriamente a un heterogéneo grupo de artistas e intelectuales. Frente a los ataques de la generación del 98, surgen ahora dos excelentes defensores de la causa flamenca: Falla y García Lorca… La tentativa quedó ahí.
Todo siguió como estaba antes de la celebración del concurso. Para José Blas Vega:
A pesar del entusiasmo inculcado en Falla y trasmitido por él a otros, había una falta de fondo que escapaba a todos los organizadores y a tanto intelectual comprometido, de ahí que el concurso en el terreno práctico de los propósitos que les guiaba no tuviera apenas trascendencia alguna. Si empezó con duras campañas de oposición, terminó igualmente combatido… Desde el primer momento se vieron claros los dos principales errores: la organización en manos de intelectuales y la prohibición de participar los profesionales…
El fallo del concurso fue el siguiente: Premio Zuloaga, de 1.000 pesetas, a Diego Bermúdez. Otro premio de igual cantidad, a Manuel Ortega Niño Caracol. Varios de 500 pesetas, a Carmen Salinas, José Soler, Frasquito Yerbagüena; y otros de menor cuantía a La Gazpacha, Conchita Sierra y La Goyita. Los de guitarra fueron para José Cuéllar y Niño de Huelva (Manolo de Huelva).