Y, sin ánimo de citar a todos pero sin querer olvidarnos de nadie, llegamos a dos gigantes que vinieron a revolucionar el cante y a proyectarlo al siglo XXI. Desde Granada Enrique Morente, desde San Fernando de Cádiz José Monge Cruz Camarón de la Isla.
Qué decir de Camarón, su estilo inconfundible ha marcado el cante para siempre. Somos muchos los que nos iniciamos en el flamenco de su mano y a él debemos estar agradecidos. Camarón marcó una frontera en la historia del cante flamenco, como si de un Mozart gaditano se tratase. Como el genio de Salzburgo nació en el lugar exacto, en el momento y en la familia exacta. El destino le tenía reservado un lugar de honor entre los más grandes cantaores de todos los tiempos.
Morente es un caso singular, un cantaor no gitano y nacido fuera en el meollo de la geografía más flamenca estuvo llamado a revolucionar la creatividad flamenca. Enrique personifica como ningún otro cantaor el compromiso con la tradición y el riesgo al adentrarse en la vanguardia más transgresora. Como compositor y como intérprete su obra inmortal marca el paso a los más jóvenes que, lejos de querer imitar su personalísimo estilo, desean continuar la senda labrada por este grandísimo genio de la música española contemporánea. Su hija Estrella es la mejor muestra de su legado, artista de pies a cabeza.
Desde la minera ciudad jienense llegó al flamenco una maestra del cante, Carmen Linares, que se ha labrado también un lugar de honor entre los más grandes cantaores de la época, bebiendo en las mismas barricas del arte que sus compañeros, Se ha batido el cobre en tablaos, festivales y con una brillante carrera discográfica.
De esa generación es el gran Pansequito, un cantaor con un instrumento privilegiado que puso el listón muy alto en una época donde había grandes cantaores, una generación rica que crecieron, ya en los años sesenta, en unas condiciones propicias para llevar al máximo su talento, como queda grabado en sus discos y actuaciones en tablaos y festivales. Y lo mismo sirve para el gaditano Juan Villar que no hace mucho nos decía:
“antes todos cantábamos lo mismo, pero sabíamos perfectamente quién estaba cantando, había personalidad”.
Y eso es precisamente lo que atesora Juan, el personal estilo que identifica su arte.
Punto y aparte es Juan Peña El Lebrijano, de la familia de los Perrate, su arte comprometido buscó incansable nuevos territorios para el flamenco y logró forjar una carrera brillante que ha sido referencia para muchos jóvenes cantaores. Enciclopédico conocedor del repertorio, cultivó los cantes de su familia, de su tierra, bebiendo en las fuentes más cristalinas de la música jonda.
No nos olvidamos de Turronero que también dejó su huella en los años que nos ocupan, ni queremos dejar de citar a Pepe de Lucía, gran cantaor que, aunque eclipsado por la titánica figura de su hermano pequeño, ha marcado una época como intérprete y como compositor.
Y no queremos cerrar este apartado sin referirnos a un cantaor comprometido como pocos con la época que le tocó vivir, y artista de unas cualidades que supo aprovechar para regalar a la afición el mejor cante jondo de aquellos años. José Menese, desde la Puebla de Cazalla, marcó una época con un cante racial que, sin ser gitano, supo reinterpretar el repertorio jondo como el más flamenco de los artistas.
Son muchos más de los que aquí hemos apuntado, muchos grandes nombres no está aquí recogidos por razones de espacio. A medida que nos acercamos en el tiempo a nuestra época los nombres aumentan exponencialmente y ya nos nos referimos a ello porque, como hemos apuntado, ya no son historia sino el presente vivo y con un futuro brillante que aseguran para siempre la pervivencia del género flamenco.