Si la época anterior, los años de la guerra y postguerra está repleta de grandes figuras del flamenco, no lo está menos la correspondiente a las últimas décadas del siglo XX. En los años sesenta estaban en la cumbre de su carrera los artistas que en general habían nacido en los años veinte y treinta.
Desde Puente Genil, en el corazón de la provincia cordobesa, llegó como un ciclón un cantaor que marcó el paso a los cantaores de esta época. Fosforito, ganador del concurso de 1956, personifica al cantaor comprometido con el repertorio clásico y figura principalísima de una época de revalorización del cante. Un oído excepcional, una memoria prodigiosa y un metal de voz personalísimo, tres cualidades imprescindibles para llegar donde finalmente llegó. No se trataba de imitar, hay que hacerle cositas al cante, sin desvirtuarlo, sin violentar su melisma original, aportando matices de la casa, poniendo en cada tercio, en cada nota, el alma única e intransferible del que interpreta, interiorizar los cantes y decirlos con su propio acento. En palabras de Calixto Sánchez
“Fosforito fue un poco como el guía y la luz de muchos cantaores jóvenes que empezábamos en aquel tiempo.
Sería largo enumerar los artistas flamencos que siguieron la estela de Fosforito, su cante vigoroso dotó al flamenco de una inexorable actualidad”. Puso al día, como pronto harían Camarón y Morente, la forma de expresarse a lo flamenco cantando. Antonio Fernández Díaz aun está entre nosotros y Dios quiera que por muchos años.
Jerez siempre ha sido cuna de primeras figuras del cante. Y, entre otros muchos, debemos de estos años destacar a Chocolate, a Sordera y a Fernando Terremoto. Antonio Núñez Chocolate, según sus propias palabras, llegó salvaje a Sevilla donde, ya domesticado, dejó su arte en los colmaos de la Alameda y mantuvo hasta su muerte un estilo muy personal inspirado por su alter ego, el gran Tomás Pavón. Manuel Soto Sordera, patriarca de una estirpe de artistas que parte de sus hijos y llega a José Mercé, triunfó con su cante verdad en los tablaos de Madrid donde fue primera figura durante muchos años y referencia ineludible en los cantes de su tierra, como lo fue el gran Fernando Terremoto, que en su pecho atesoraba riquezas canoras que han sido modélicas para muchos seguidores, por supuesto su hijo Fernando que se nos fue tan joven y la hija de este que mantiene viva hoy la llama de un metal de voz flamenquísimo.
Y si hablamos de Jerez cómo nos vamos a olvidar de una cantaora tan grande como La Paquera, un vendaval de arte que ha dejado una huella imborrable en la memoria de todos los aficionados con su arte irrepetible.
Antonio El Chaqueta y su arrolladora personalidad y cante de referencia fue el faro de muchos artistas desde los tablaos de la Linea y Madrid, con un repertorio antiguo que supo recuperar y que, gracias a su cante, no se perdió. Mucho le debe el flamenco a El Chaqueta, mucho más, como recordó Camarón en 1986, que lo que en realidad suele ser reconocido
Desde Málaga llegó La Repompa, una joven cantaora que falleció muy pronto supo dejar una huella imborrable en tangos y bulerías, cantes que viven y colean con mucha salud en el repertorio de las generaciones más jóvenes. Cantes en su mayoría de La Pirula, cantaora que no grabó y cuya hija La Cañeta, lleva a gala su arte, recreándolo con la grandeza propia de la capital malagueña, la bella y la cantaora.
Y desde Cádiz la Perla de Cádiz, hija de la cantaora gaditana La Papera, heredó de su familia la sal de los cantes de su tierra y fue la más completa de su época, junto a Manolo Vargas o Chano Lobato, otras dos piedras fundamentales para entender el devenir del flamenco de la tacita de Plata. Ellos son el referente para las generaciones que han venido después. Sin olvidar, por supuesto, a Beni de Cádiz, caracolero insigne, genio y figura, personalísimo artista, irrepetible, sobresaliente en todos los palos, gaditano hasta rabiar, guardián de la gracia, el ángel y la flamencura, supo como pocos llevar el aroma salino de su tierra gaditana a todos los rincones, derrochando arte allá donde iba.
Y lo mismo podemos decir de las hermanas Fernanda y Bernarda de Utrera, de la familia de Pinini atesoraban los secretos del cante por soleá y bulerías, un precioso patrimonio que supieron defender como leonas y marcaron el paso a toda una escuela de cantaores gitanos que vinieron detrás.
Y desde Huelva vino a poner la guinda a un grupo de cantaores que marcaron una época, nos referimos a Paco Isidro, Niño León, Antonio Rengel o José Rebollo, hablamos de Paco Toronjo, alosnero que marcó la senda por donde caminar por el preciso, precioso y variadísimo repertorio de los fandangos de Huelva, inoculando la necesaria jondura y elevando la categoría de esos cantes a la altura de cualquier otro estilo del repertorio flamenco.
De Extremadura, de la Plaza Alta de Badajoz el flamenco nos regaló al Marques de Porrina, personalidad arrolladora, gitanería antigua y superdotado para el cante. Su voz y sus cantes son música clásica y ambrosía para los oídos de cualquier buen aficionado