Fue Estrabón quien citó por vez primera a las famosas gaditanas que bailaban hasta el amanecer rindiendo culto a la luna. Con Augusto, los poetas cantan himnos y canciones a las doncellas andaluzas, y aparecen las Puellae gaditanae, cantadoras muy famosas en Roma con sus traviesos y retozones pies y sus castañuelas de metal. Estrabón cuenta cómo un explorador, Eudoxos, embarcó a jóvenes muchachas cantoras para encantar a los reyezuelos de las tribus negras costeras de África.
Y el poeta de Calatayud Marcial se refiere a ellas en los siguientes términos: “su cuerpo, ondulado “muellemente”, se presta a tan dulces estremecimientos y a tan provocativas actitudes que haría desvanecer al propio Hipólito” (personaje de la tragedia griega célebre por su castidad).
El musicólogo Ismael Fernández de la Cuesta apunta que estas puellae gaditanae formaban parte de compañías que se desplazaban de un lugar a otro para hacer galas en las casas de los hombres más ricos del imperio, a requerimiento de éstos, y eran explotadas por amos o magisters que decidían las actuaciones de la compañía.
Cuatro siglos de romanización pasan, y los romanos están molestos de que aún en pleno siglo IV de nuestra era sobrevivan danzas carnavalescas en las que los hombres se disfrazan de animales y danzan sin parar, costumbres paganas que se siguen cultivando en la Península Ibérica. La cristianización del imperio impulsada desde Roma hizo que desapareciesen esas costumbres refugiándose, en algunos casos, en aspectos del folclore mantenido por los bardos y juglares.
Por su parte, los asentamientos judíos en España desde año 300, que algunos remontan al contacto milenario entre las naves de Tarsis en la Biblia, se deja notar en instrumentos litúrgicos como el salterio o el arpa triangular. Otros instrumentos orientales, la sambuca, cymbala o duff, también tendrán su papel en la práctica musical ibérica. Instrumentos de cuerda y percusión que estarán desde entonces presentes en la práctica musical de la península ibérica.
Juvenal, contemporáneo del anterior, escribe por su parte: tal vez esperes que las muchachas gaditanas en armonioso coro empiecen a despertar el sexo, vayan bajando hasta tocar el suelo con trémulos movimientos de caderas, premiadas con aplausos. Según García Bellido: el adjetivo gaditana vino a designar a las canciones obscenas y procaces, pues las bailarinas cantaban al mismo tiempo que danzaban unos cantos lascivos que, según Juvenal: “no osaban a veces cantarlos ni las desnudas meretrices. Sin embargo, estas canciones se ponían de moda y eran cantadas en determinados ambientes en muchas partes del mediterráneo”. Por su parte, Marcial señala que “un hombre lindo es aquel que se peina con arte los rizos de su cabellera, que huele a bálsamo y a cinamomo, que canturrea canciones de Egipto o de Gades, que mueve graciosamente los brazos”.