En el aciago año de 1936 el flamenco se encontraba, como decimos, en todo su apogeo. Los artistas más notables viajaban sin cesar ofreciendo lo mejor de su repertorio. El mundo entero se rendía a los pies de los cantes y bailes andaluces. Mientras Antonio Cansino rodaba en Los Ángeles y su hija Margarita “Rita Hayworth” comenzaba a despuntar, Carmen Amaya era María la O y Antonio y Rosario Los Chavalillos Sevillanos, triunfaban allí donde ofrecían sus bailes andaluces.
El 18 de julio de 1936 muere en Bayona de Francia Antonia Mercé la Argentina, premonición de que una nueva época llegaba para el flamenco, la mas triste de su historia. Ese aciago día se inicia una guerra de 3 años y 40 de penitencia, los años del usted no sabe con quién está hablando, que dijera José Manuel Gamboa.
El estallido de la guerra obligaba a los artistas a estar en un bando u otro, dependiendo dónde estuviesen residiendo o trabajando el 18 de julio. En Madrid, entre otros, se encontraban Pastora Pavón y su esposo Pepe Pinto, no llegando a Sevilla hasta finalizada la guerra en 1939. Sabicas también se encontraba en la capital participando activamente, como todos, en los beneficios por los heridos en el frente, organizados entre otros por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), al igual que la Argentinita y su hermana Pilar López que lograron salir hacia Francia y por fin hacia América a cumplir sus contratos, y no regresarían hasta 1945 (la primera falleció ese año en Nueva York). Sabicas, por su parte, saldría para Argentina, donde se uniría ala troupe deCarmen Amaya, que fue tristemente silbada en Buenos Aires como fascista, aunque en 1945 la encontremos en Nueva York en una función de apoyo a la República Española.
Ramón Montoya, cuyo único defecto, según le decían, era no ser andaluz, reinaba en la guitarra como lo llevaba haciendo desde 30 años atrás. Parte de la guerra la pasó en Madrid, hasta que se trasladó a París, donde ofreció conciertos y grabó las piezas para guitarra sola, el mejor testamento de un gigante de la sonanta, el Johann Sebastian del flamenco.
También se encontraba en Madrid Isabelita de Jerez y su hija Rosa Durán, y la gran Pastora Imperio, que estuvo muy activa durante toda la guerra en el Madrid del ‘no pasarán’, mientras su hermano Víctor Rojas se encontraba en Vitoria, zona nacional, acompañando a la guitarra a Rafael Ortega y Custodia Romero.
En Cartagena se encuentra el Niño de Marchena, otro de los astros de aquellos años. Organizaba conciertos para las milicias populares. Vicente Escudero vivía en París desde hacía tiempo y estaba al margen de lo que ocurría en España, conviviendo con las vanguardias parisinas y mostrando su baile flamenco en los escenarios más selectos.
En 1938 Manolo Caracol se encontraba en Madrid. Manuel Vallejo y Melchor de Marchena en Sevilla. Los tiempos dorados de las primeras décadas del siglo XX se desvanecerán y serán estos grandes del cante, toque y baile flamenco los que, como un Ave Fénix, renacerán de sus cenizas para seguir cultivando el género que tanto amaban.
Años después, a mediados de los 50 y en pleno franquismo, llegarán los intelectuales con sus teorías, dibujando una historia que poco tendrá que ver con la que se nos revela tras la investigación llevada a cabo por unos pocos estudiosos en las últimas tres décadas.
Como decimos, acaba la guerra, el flamenco alzó poco a poco el vuelo y dos figuras brillaron más que ninguna otra: Manolo Caracol y Lola Flores. Pericón confesó que, por dos letras, no salía de su casa gaditana y cada vez que llamaban a la puerta se echaba a temblar temiendo que vinieran a buscarlo por haber cantado, en años de República, dos letras comprometidas con el régimen. En 1941, Pastora Imperio, junto a Juanito Valderrama, realizaron giras exitosas por España, formando parte del elenco un joven Curro Terremoto, hermano de Fernando, que entonces contaba 8 años. En 1943 triunfaban en Madrid Canalejas y Juanito Varea, con Montoya.
Nacidos en la segunda década del siglo XX y, por lo tanto, jóvenes flamencos de la posguerra son el jerezano Tío Borrico, La Pirula de Málaga y Juan Valderrama, Sernita de Jerez, Fernanda de Utrera, la Perla de Cádiz, Paco Toronjo y Sordera de Jerez. En la guitarra destacan Manuel Morao y Mario Escudero, y como bailaores de renombre tenemos a Antonio Ruiz Soler y la jerezana Rosa Durán.
Y entre los nacidos en la década de los 30 encontramos a cantaores como Chocolate, Fosforito o La Paquera de Jerez; en la guitarra a Juan Habichuela, y en el baile a Antonio Gades, Farruco y Mario Maya, estos tres últimos herederos de la escuela de la gran Pilar López.
El sevillano Manuel Serrapí, el Niño Ricardo, será el maestro de la guitarra flamenca de posguerra junto a Melchor de Marchena. Su escuela será la que seguirán los jóvenes nacidos en los 50, Serranito, Manolo Sanlúcar, Paco de Lucía o Paco Cepero. Todos ellos se mirarán en el prodigioso toque de Serrapí, imitando su personalísimo estilo. Hasta que llegan desde América y en disco los ecos del toque de Sabicas, Ricardo será quien tenga mando en plaza.
Sin embargo, el arte, libre por definición, no encajaba en aquel mundo de mentira. El régimen supo aprovechar bien el folclore’ español y su capacidad para crear identidad nacional, surgiendo así, como ya hemos apuntado, el nominado nacional-flamenquismo, cuyos artistas de bandera serían después castigados por ciertos sectores de aficionados por no se sabe qué actitud colaboracionista. Si te tocó vivir aquella época ya me dirán qué otra alternativa te quedaba, el exilio no estaba al alcance de todo el mundo.