La Guerra Civil española interrumpió el proceso de renovación que el género flamenco venía experimentando desde los primeros años del siglo 20, La llegada del fonógrafo, el aumento de la afición en todo el territorio español, la radiodifusión del cante, los concursos, el cinematógrafo y su papel en la promoción del flamenco, el paso de los cafés a los teatros y plazas de toros, la democratización en definitiva del género propició una edad dorada como la que hemos comentado en el Tema 8.
Desde su origen, allá por 1850, el flamenco no había hecho más que evolucionar y en julio de 1936, según se puede comprobar en la prensa de la época, se encontraba en su punto álgido en cuanto a creatividad y variedad de repertorio. Había cante, toque y baile para todos los gustos, las figuras más destacadas estaban en activo y todo apuntaba a una mayor internacionalización de lo flamenco, no sólo como algo exótico, principal atractivo en los orígenes, sino como muestra de la vanguardia del arte musical y bailable de las Españas.
Chacón había fallecido en 1929, pero muchos otros maestros apuntaban alto en sus propuestas. La guitarra, en manos de Montoya, tendrá en un joven prodigio su relevo, Sabicas. El baile y sus propuestas más arriesgadas seguirán, con La Argentinita, Pastora Imperio o Vicente Escudero, su imparable ascenso a la modernidad con coreografías cada vez más elaboradas, tendrá en Carmen Amaya un inefable referente del baile más racial. El flamenco vive pues sus mejores años a pesar de que un sector de la flamencología surgida en los años cincuenta condenara los años. veinte y treinta del siglo XX por superficiales y poco jondos.
El 18 de julio de 1936 los flamencos estaban repartidos por los cuatro puntos cardinales. Allá donde se encontraban en el momento del golpe a la República continuaron como pudieron ejerciendo su magisterio. Hay pruebas más que de sobra que los años de la contienda fueron activos en ambos bandos al contrario de lo que suele pensarse y que generalmente se despacha con la frase: “después del paréntesis de la guerra civil”, como si en esos casi tres aciagos años no hubiera habido cante, toque ni baile digno de reseñar.
Acabada la contienda, y con el país hecho una ruina, los españoles no estaban para mucha fiesta, pero el flamenco seguirá actuando como calmante sobre la sociedad, hasta que el poder militar verá pronto la utilidad de esta música y su baile como medio para afianzar la identidad nacional. Serán los años del llamado nacional-flamenquismo. Durante la posguerra, dos nombres se alzarán como símbolos del renovado espíritu flamenco: Manolo Caracol y Lola Flores. Grandes entre los grandes, triunfaron durante los años más difíciles, los 40 y primeros 50. Por su parte Pepe Marchena, que venía triunfando desde los años veinte, Juan Valderrama que logró como artista y empresario lo que nadie hasta entonces, y otros maestros, continuarán su labor de llevar el flamenco a todos los rincones de la geografía ibérica, protagonizando los años de la posguerra.
Llegados los años 50 una nueva era comenzará a alzar el vuelo. La época se inicia con una revisión de la historia del flamenco, proponiendo nuevas perspectivas que cimentarán el renacimiento definitivo del repertorio más clásico. Habrá un afán por recuperar cantes perdidos y una radicalización de las ideas con respecto a quién forjó el flamenco, cómo lo hizo, cuando nació y quién lo creó, incluso cómo se confeccionó. Las nuevas teorías se apoyarán en escritos como los de Demófilo, Falla, Lorca o el mismísimo Estébanez Calderón, admitiendo todo aquello que corroborará en mayor o menor medida la nueva ideología.
Desde que en 1939 hubo terminado la guerra fraticida que todo lo destruyó, también quedó hecha cenizas la memoria de una época dorada anterior a la contienda, donde las grandes figuras del cante, toque y baile flamencos llenaban las plazas de toros, los teatros y recintos de toda índole. Una época en la que el género flamenco se había democratizado definitivamente. Nada de eso existía ya. Pero los nuevos acontecimientos de la década de los cincuenta, a saber La película Duende y Misterio del Flamenco (1952), la Antología de Hispavox (1954), el libro Flamencología de González Climent (1955) y el Concurso de Córdoba (1956) y la fundación de la Cátedra de Flamencología de Jerez de la Frontera (1958), la llegada de los Tablaos, propiciaron un renacimiento del interés por lo jondo de las élites más o menos intelectuales de un nueva España que surgía ya en los sesenta, coincidiendo con la recuperación económica.
Sin embargo, el principal elemento que vino a distorsionar la natural evolución del flamenco fue el racial. La puesta en marcha de un discurso que llegaba incluso a negar cualquier participación de los andaluces no gitanos en la confección del género se extendió rápidamente y, por otra parte, se primaba la procedencia del intérprete a la hora de calibrar su valía. Surgieron, entonces, los defensores del cante gitano, los gitanistas, y sus contrarios los antigitanistas, división sin sentido para tantos y tantos aficionados que solo querían disfrutar del cante, el toque y el baile más allá de discusiones de raza y procedencia.
Los estilos también sucumbieron a esa nueva visión del flamenco y de repente se clasificaron como grandes, intermedios y chicos.
Pero no todo lo que trajo esa época fue nocivo para el flamenco, el interés cada vez mayor por las variantes del repertorio hizo renacer muchos cantes que estaban en trance de desaparición. Muchos de ellos se actualizaron y reinterpretaron en festivales, tablaos o reuniones de cabales.