La flamencología ha otorgado el honor de considerar como edad de oro de la música flamenca la época de los cafés cantante, es decir, las últimas tres décadas del siglo XIX y primera del XX. Ciertamente, es en la época de los cafés cuando el cante se encontraba en un proceso formativo, y principiando el siglo XX muchos de los principales estilos ya habían cristalizado en las formas que hoy conocemos, y es verdad que el salto definitivo hacia la variedad estilística de la que a partir del siglo XX gozó el género en sus tres facetas de cante, toque y baile se da en aquellos años. Sin embargo, a la vista de los artistas que figuran entre los que desarrollaron la parte más importante de su carrera entre 1900 y 1936 consideramos esos años como una verdadera edad de oro en la que nombres como los de Antonio Chacón, Pastora Pavón o el Niño de Marchena brillaron con luz propia, llevando la categoría del género a cotas hasta entonces insospechadas para los mismos artistas. Tal es el caso de la guitarra con Ramón Montoya o Manolo de Huelva o en el baile con Faíco y Antonia Mercé La Argentina.
Si buscamos una fecha que marque la frontera en el tiempo entre la etapa de los cafés con la que aquí consideramos como la verdadera edad de oro, podríamos dar la del año 1908, cuando por orden gubernativa se cierran en Madrid los cafés cantante. La mala prensa que estos establecimientos venían arrastrando desde casi el inicio de sus actividades relacionadas con el flamenco, llegó a su punto más álgido con las restricciones que el ministerio de la gobernación impuso a estos locales.
El cierre poco a poco de estos lugares de ocio y diversión obligaron a los artistas flamencos buscar nuevos espacios donde presentar su arte y los empresarios no dudaron en utilizar el flamenco como reclamo en los teatros y otros grandes recintos como circos y plazas de toros, sin olvidar el auge de los colmaos donde los “señoritos” gozaban del cante de los maestros en los “reservados” de locales como Los Gabrieles o Villa Rosa en Madrid.
Destaca en esa época un acontecimiento que se suele señalar como uno de los principales puntos de inflexión en la historia del flamenco. Nos referimos al Concurso de Cante Jondo organizado entre otro por Manuel de Falla y Federico García Lorca celebrado en Granada en junio de 1922.
Es también la época de la injustamente denostada ópera flamenca, que no era más que una triquiñuela para pagar menos impuestos al fisco, ya que los espectáculos de variedades cotizaban al 10% mientras la ópera lo hacía tan solo al 3%, y empresarios como Vedrines cayeron en la cuenta que llamando ópera flamenca a los espectáculos que producían, pagaban menos impuestos. Ello supuso el espaldarazo que vivió el flamenco sobre todo a partir de 1927, año en el que se empezaron a anunciar los espectáculos como de ópera flamenca.
Los nuevos recintos, más amplios, con aforos de quinientas butacas que llegaban a triplicar el de los cafés, obligando a los artistas a adaptarse a los nuevos tiempos. El cambio del café por los teatros atrajo a numeroso público, aficionados digamos de nuevo cuño que se sentían más cómodos en la butaca de un teatro que en el ambiente siempre cargado de los cafés, alcohol y tabaco mediante. Y este aumento del público potencial del flamenco llevó consigo la obligada adaptación del repertorio a los gustos del respetable.
De ahí la proliferación en esos años de los fandangos y el consecuente exceso de malabarismos vocales que, medio siglo después, ha sido convenientemente criticado por los defensores de una inexistente pureza, al ser producto de la imaginación de algunos estudiosos que no han sido capaces de abstraerse convenientemente a la realidad de aquellos años.
Es verdad que no todo lo que ocurrió en aquellos años merece ser considerado como flamenco, como ocurre en todas las épocas, sin embargo es injusto obviar la existencia de una extensa nómina de cantaores, guitarristas y bailaores cuya carrera fue precisamente desarrollada durante las décadas que precedieron la horripilante guerra civil de 1936, y que han sido apartados durante mucho tiempo de los libros por haber participado de forma más o menos activa en los espectáculos de la llamada ópera flamenca.
Es obligado, llegados a este punto decir que a caballo entre esta época y la siguiente, es decir la correspondiente a la posguerra y consecuente restauración llevada a cabo por la flamencología en los años cincuenta, encontramos nombres ilustres como por ejemplo los de Carmen Amaya, Sabicas o Manolo Caracol, por citar un gigante de cada disciplina, que comentaremos en el Tema siguiente debido a que lo principal de su carrera lo realizaron a partir de la cuarta década del siglo XX.
Si queremos otorgar el nombre de edad de oro a estos años se debe simplemente a la nómina de artistas, más allá de idealizaciones de épocas anteriores que no son comparables con la labor de las figuras más señeras del genero durante el siglo XX. El XIX fue el siglo de la creatividad, el XX el de la reinterpretación del repertorio y su proyección en el tiempo y el espacio.