Dios echó en un puchero
-según se cuenta-
mucha flor de romero,
sal y pimienta,
después guindilla,
y salió de aquel pisto,
la seguidilla.
Una flamenca pura
trincó er puchero,
y de la rebañaura
nació el bolero.
Vaya si es verdad,
desde entonces me he quedado
la contrata de la sal
Esta seguidilla se encuentra en una zarzuela de Francisco Asenjo Barbieri titulada El proceso de can-can, y nos viene como anillo al dedo para introducir la cuestión: ¿Cuáles fueron las condiciones sociales y musicales para que en Andalucía surgiese, a mediado del siglo XIX, el género que conocemos como flamenco? Si en la letra anterior sustituimos bolero por flamenco, obtenemos otra sabrosa metáfora, y el resumen de lo que pudo ocurrir. Si además cambiamos la sal, pimienta, romero y guindilla por seguidillas boleras, jotas, fandangos y polos, cañas, rondeñas y tango de negros, podemos afirmar que con ese pisto se hizo buena parte de la música flamenca.
Y la pregunta que nos surge entonces es: ¿Quién obró el milagro? ¿A quién debemos la bendita alquimia que supo fundir Oriente y Occidente para crear un género musical tan rico y fascinante? Llamemos alquimistas a todos aquellos músicos y bailadores que, cantando, tocando y bailando, contribuyeron a forjar el flamenco, fundiendo el acento oriental del cante andaluz, preferentemente gitano o agitanado, con la guitarra; es decir la melodía microtonal del cante
La labor no fue sencilla, hubo que combinar las tonadas de aroma oriental
Conseguir expresarse con un acento propio llegó a ser la meta a alcanzar para muchos músicos españoles del XIX que, sabiéndose diestros en esas lides, supieron confeccionar un lenguaje que, sobre todo, se nutría de ingredientes con una fuerte carga de indigenismo. En ese sentido, diremos que todo en el flamenco, desde un punto de vista musical, parece hecho como oposición a la música y el baile académicos, en lo rítmico y en lo melódico, pero también en lo armónico, de ahí su ramalazo oriental y su envoltorio americano. Una música de pura cepa hispana. Como suele decir el aficionado Tomás Sáinz, “el flamenco es la banda sonora de nuestra historia”, y los gaditanos tuvieron mucho que ver en su confección.
A partir de 1812 se dio el impulso necesario para que, desde Cádiz y para el mundo, se forjase uno de los géneros musicales más apreciados por gentes de todas las culturas: el flamenco. Sin embargo, en 1812 no se podía escuchar flamenco simplemente porque aún no existía, aunque tenemos múltiples pruebas, como estamos viendo, de que lo flamenco se iba por entonces configurando día a día. En la tablas de los teatros andaluces se daban funciones variadísimas donde abundaban los bailes, predominando los boleros. El género flamenco se estaba forjando, adaptándose a los tiempos, cociéndose a fuego lento. Poco a poco irían brotando los primeros estilos, aunque habría que esperar hasta la década de los veinte del XIX para que comenzase a surgir el cante pa escuchar, el verdadero nacimiento del género flamenco.
Y para eso fue imprescindible la presencia de un elevado número de gitanos (castellanos nuevos de las mil razas que poblaron las Españas) y la concentración de muchos de ellos en el arsenal de La Carraca a partir de 1749 tras la triste redada de gitanos
El gitano fue uno de los tipos más representativos de la sociedad española, presente en múltiples comedias teatrales, ora como quiromante, ora bailando y cantando en sus zambras. Y no olvidemos que los papeles de gitanos, negros y moros, así como los de gallegos o vizcaínos, eran interpretados por los profesionales del género tonadillesco, cantando, tocando y bailando al modo correspondiente
La historia del teatro breve español está llena de estos artistas que se dedicaron durante siglos a traducir en clave andaluza los bailes americanos, las tonadas de gitanos y los toques moriscos, contribuyendo también ellos a confeccionar el género musical que nos ocupa