En la últimas décadas se ha extendido mucho el término soniquete que de algún modo define la forma de interpretar el flamenco abordándolo desde el ritmo, supeditando otros parámetros de la música a la correcta realización rítmica. Se refiere a la acción y efecto de la rítmica y el compás flamencos, un neologismo que define al estilo airoso, al ritmo flamenco interno de que hace gala un artista o una interpretación, sobre todo en estilos festeros.
A partir de la publicación del disco de Paco de Lucía Zyryab, del año 1991, se impulsó el uso de este término, en uno de los números del disco se cantaba Si tú no tienes soniquete ¿Pá qué te metes?’, y los jóvenes flamencos lo tomaron al pie de la letra poniendo, como decimos, el ritmo como parámetro principal de esta música.
Esto llevó consigo que se despreciara por poco flamencas aquellas interpretaciones que prestasen una menor atención a lo rítmico para volcarse, por ejemplo, en lo melódico. El caso del Niño de Marchena es paradigmático, ya que se le suele acusar de forma totalmente infundada de no tener compás, lo que ha hecho que se precipite su figura hacia el malditismo, cuando la verdad es que en el arte de este cantaor lo rítmico no está en primer plano sino lo melódico y es ahí donde volcó toda su inspiración.
Por esto, a la época presente la suelo denominar la dictadura del soniquete, debido a que casi todo se rige por la premisa de una inefable forma de interpretar el compás. El paso del tiempo así lo ha querido, aunque sin duda volverán otros tiempos en los que lo melódico reinaba entre la afición. En la historia del flamenco, exceptuando por supuesto el ámbito del baile, la melodía del cante ha sido el parámetro por el que la afición ha medido a los artistas. El que domina la afinación, la versatilidad melódica, la velocidad en los tonos, el amplio registro, el timbre vocal, eran la vara de medir de la flamencura, que hoy ha sido claramente sustituida por el dominio del compás y del ritmo, del soniquete.