Revolución de la música clásica
Si de mí dependiese, pondría una asignatura de flamenco a todos los estudiantes de cualquier instrumento de la llamada música clásica. Voy a explicarlo, y que nadie se asuste.
Si de mí dependiese, pondría una asignatura de flamenco a todos los estudiantes de cualquier instrumento de la llamada música clásica. Voy a explicar en los siguientes párrafos por qué digo esto, y que nadie se asuste.
Siempre he pensado que lo que le falta a los “clásicos” (léase todo aquel que ha aprendido música en las aulas de un conservatorio) es el pellizco. Algunos parece incluso que tengan ausencia total de sangre en las venas, horchata en vez de hemoglobina, la frialdad frente al calor que desprenden los músicos que practican géneros de música de tradición oral. Es evidente, salta a la vista, y al oído, claro. No hay nada más insulso que un pianista leyendo Beethoven, que tocar Beethoven es cosa muy distinta. Yo, que estudié muchos años el violonchelo, que por cierto es el instrumento que peor toco, puedo decir que leí las seis suites de Bach, las sonatas de Brahms y los conciertos de Haydn, pero jamás toqué esas obras maestras. Una cosa es leer música y otra tocarla, no vayamos a confundirnos. Por eso proclamo desde esta tribuna que amablemente me cede ExpoFlamenco que la llamada música clásica necesita una tremenda revolución en su pedagogía y ya va siendo hora que los estudiantes de los conservatorios, cuyo destino principal es el de nutrir las orquestas que abundan por todo el mundo o bien, el deseo escondido de muchos, obtener una plaza de funcionario del arte y echarse a dormir, toquen y no se limiten a leer. ¿Y en qué se basa esa revolución?
«Todos los alumnos deberían cursar, durante toda la carrera y en paralelo al estudio de su instrumento o el canto, asignaturas de flamenco, jazz o cualquiera de los géneros de música de tradición oral que solo puede ayudarles a liberarse de las ataduras de los estudios reglados de música»
Creo que todos los alumnos deberían cursar, durante toda la carrera y en paralelo al estudio de su instrumento o el canto, asignaturas de flamenco, jazz o cualquiera de los géneros de música de tradición oral que solo puede ayudarles a liberarse de las ataduras a las que indefectiblemente están sujetos por la práctica ortodoxa de los estudios reglados de música. La primera e imprescindible premisa es que el profesorado sea profesional del género que imparta y no un clásico metido a flamenco sin haber tocado o cantado en su vida nada parecido a lo que es la música jonda. Conozco unos cuantos que imparten clases de flamenco por el solo hecho de tener la pared de su salón llena de diplomas, pero no tienen idea de cómo marcar un compás por soleá.
Cuando en 1990, recién acabados mis estudios en Viena, el Ministerio de ¿Educación? me encargó el diseño de una carrera de flamenco para los conservatorios, currículo que jamás me pagaron (cincuenta mil pesetas por cinco meses de trabajo), lo primero que dije, e insistí mucho en ese punto, fue que la selección del profesorado de flamenco no podía regirse por los mismos parámetros que se usan para el resto de profesores. Exigir un título a Gerardo Núñez, Esperanza Fernández o Joaquín Grilo, por decir experimentados pedagogos de la cosa jonda, para poder impartir guitarra, cante y baile respectivamente no tiene sentido. Entonces, no queda otra que echar mano de gente que no lo merece. Aquel proyecto tardó más de dos décadas en implantarse y la condición que puse jamás fue atendida y de aquellos polvos estos lodos. Pero bueno, a lo que vamos.
¿Qué tendría que implantar el ministerio para llevar a cabo esta iniciativa revolucionaria? Para empezar, desde primer curso, enseñar a tocar en vez de enseñar a leer. Leer música es algo muy útil para un músico, muy necesario, pero no es imprescindible para ser músico, así que habría que dar prioridad a formar músicos en vez de educar lectores de música. Recordemos la sorpresa de todo el mundo cuando Luciano Pavarotti reveló que no sabía leer y que toda su vida había aprendido las óperas de oído mientras hacía el “paripé”, y todos creyendo que sabía leer una partitura. Aprender a tocar primero, sacarle sonido al instrumento y sentir en el estómago las diferentes intensidades de las cuatro partes de un compás de compasillo, eso sí que es necesario. Por eso creo que una asignatura obligatoria de flamenco en todos los conservatorios de España sería un paso muy adecuado en este sentido.
«Sí, el flamenco aglutina como ninguna otra música y baile lo más granado de la cultura española, duela a quien le duela. En él se derramó el tarro de las esencias de lo hispano. Por eso Albéniz decía: “Hay que hacer música española con acento universal para que pueda ser entendida por todo el mundo”»
Además lograríamos formar a los jóvenes músicos españoles en un género musical que es la vara de medir de la expresión artística española, con sus acentos propios, “íbero y americano”, con el deje peculiar, singular y representativo de nuestra cultura. Sí, el flamenco aglutina como ninguna otra música y baile lo más granado de la cultura española, duela a quien le duela. En él se derramó el tarro de las esencias de lo hispano destilado durante siglos al calor de las tierras meridionales de Andalucía. Por eso Albéniz decía: “Hay que hacer música española con acento universal para que pueda ser entendida por todo el mundo”. Siendo vasco por parte de padre y catalán por parte de madre comprendió que la música andaluza era la más representativa de la música española. Por eso en su obra cumbre, la Suite Iberia para piano, cuatro cuadernos de tres piezas cada uno, de las doce, una es el preludio, Evocación, otra dedicada al madrileño barrio de Lavapiés, y las otras diez están inspiradas en Andalucía, y la tituló Iberia. Por no hablar de Ravel, Rimsky Korsakov, Chabrier, Verdi, Bizet, Rossini y tantos otros que reinterpretaron lo andaluz en clave universal haciendo de la música andaluza el emblema de lo español.
Por eso es justo, y necesario, reclamar la enseñanza del flamenco como asignatura complementaria en los conservatorios de música, para que los futuros músicos españoles aprendan a medir la soleá antes de enfrentarse a las endiabladas rítmicas de las obras de Debussy, Liszt o los mismísimos Mozart o Bach. No es capricho mío, es una reflexión que llevo muchos años mascando y que siempre que encuentro aprendices de músicos echo en falta esa forma de enfrentarse al hecho musical, y veo lo necesario que resulta que conozcan los secretos de la rítmica y el aire, la dinámica y articulación que proporcionan los géneros de tradición oral, sean el flamenco, el jazz, son cubano o el tango argentino, la música celta o cualquier otra expresión en la que no sea necesario el papel pautado y la música escrita que, aunque es muy útil, las más de las veces crea dependencias que impiden liberar al estudiante de la ataduras que le impone la teoría de la música. Se puede tocar un instrumento e incluso dar el pego aprendiendo la técnica del piano hasta lograr una versión cuasi aceptable de por ejemplo Los juegos de agua de Ravel, pero de ahí a hacer verdadera música…
Sé que este deseo que tengo hace ya mucho tiempo no lo verán mis ojos pero, como soñar es gratis, ahí va mi propuesta, regalo de Navidad.
Imagen superior: wirestock en Freepik
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