Cantes, canciones, temas y temitas
El flamenco es un género musical de gigantescas dimensiones al que pocos o ningún otro logran hacerle sombra. Sorprende que desde siempre abunden los agoreros que anuncien día sí y día también su muerte.
El repertorio del cante flamenco está jalonado por una nada despreciable cantidad de estilos, de muchos de ellos se desprenden a su vez múltiples variantes y, si tenemos en cuenta que de cada variante existen al menos una veintena de versiones de caliá, nos encontramos ante un género musical de gigantescas dimensiones al que pocos o ningún otro logran hacerle sombra. Sorprende por eso que desde siempre abunden los agoreros que anuncien día sí y día también su muerte. Mientras exista afición y mientras haya artistas dispuestos a reinterpretar a su modo ese repertorio, el cante flamenco no estará en peligro de extinción, aunque haya quien lo desee e implore con fervor religioso.
El repertorio jondo se ha codeado desde siempre con su prima hermana la canción andaluza, que se empapó de flamenquería desde su nacimiento, mirándose en la belleza melódica, rítmica y armónica de su pariente, vistiéndose de flamenca cada dos por tres, sabedora que junto a la familia se siente más calentita. Además fueron y son los mismos artistas flamencos los que visitan con frecuencia la canción andaluza, que diría el gran jefe Paco. Todo buen cantaor puede y debe asomarse, si se lo pide el cuerpo, y el bolsillo, al género canción. Los más grandes lo han hecho: Caracol y Valderrama, por citar dos gigantes, alternaron ambos géneros con maestría. Muy distinto es esconderse detrás del repertorio popular al no dar la talla como flamenco, ir de cantador por la vida y no saber los cantes. Solo unos pocos privilegiados son capaces de salpicar sus recitales de cante con canciones.
Cante y canción van de la mano y en su caminar intercambian los andares enriqueciéndose mutuamente. En este portal que me brinda la oportunidad de expresarme quincenalmente, ya he hablado de los cantes que fueron canciones y que un buen día, por mor de señalados artistas, decidieron vestirse de largo para entrar a formar parte del género flamenco, por la puerta grande, o por la de atrás. Las colombianas por ejemplo, una canción que se hizo cante sin pretenderlo su autor, el genial maestro de maestros Niño de Marchena, y gracias a todos los que continuaron cultivando esa melodía con nuevas letras y versiones, de Carmen Amaya a Enrique Morente, de Paco de Lucía a su compadre Manolo Sanlúcar. Y esa senda la recorrieron otras muchas canciones que quisieron dar el paso y hacerse flamenco. Sin embargo, y en este sentido, no hay que olvidar que, para que un estilo vulgarmente conocido como palo sea tal, no llega con crear una estructura musical con materia más o menos flamenca. No. Es imprescindible, primero que tenga cante, crear estilos para guitarra o para el baile sin su correspondiente cante deja cojo el intento. Es necesario además que ese cante se interprete no solo sobre la letra original, sino que debe ampliar la variedad de letras que entren en el molde en cuestión. Por ejemplo, la Canastera será un nuevo estilo, además del estribillo que sí se suele escuchar, cuando tenga diferentes letras sobre las que se interprete el cante, más allá de las originales “Flamenquita, tú que haces…” y “Has de ser mi compañera”. Cuando sobre ese molde se adapten nuevas letras y se canten por diferentes artistas podremos decir que estamos ante un estilo nuevo para el repertorio jondo.
«Después llegaron los temitas. El diminutivo lo dice todo, con ese tono peyorativo, como pasa con la horrorosa denominación de flamenquito. (…) La moda de los temitas abrió la veda de crear canciones insulsas con acento flamenco adobando discos de seudocantaores ansiosos de pegar un pelotazo cual Rosalías de todo a cien»
Otra cosa son los temas. En la España cambiante de los setenta, llegó un momento en que molaba más decir tema que canción, además tema lleva su punto de modernito y marca la diferencia respecto a la canción andaluza o copla española. ¡Ay, los temas! Hubo una época de grandes creaciones en ese ámbito como aquellos temazos que cultivaron Lole y Manuel, plenos de flamencura, por bulerías hicieron obras maestras, pa los restos. Morente y Camarón, dos gigantes que se asomaban a los balcones del cante y de la canción, insertando temas de enorme calidad en sus discos y conciertos. La llamada fusión (aunque eso de flamenco fusión invite a decir valga la redundancia) trajo temas a tutiplén. Pata Negra, Ketama, Los Barberos enriquecieron con sus temas el panorama de fin de siglo XX. Alegraron el cotarro flamenco con una variedad de repertorio muy de agradecer. El blues, el rock y el pop hechos a lo flamenco, todo un alarde de creatividad cuando lo hacen los flamencos. Un gustito pa nuestras orejas.
Después llegaron los temitas. El diminutivo lo dice todo, con ese tono peyorativo, como pasa con la horrorosa denominación de flamenquito, tan extendido en medios y redes ignorantes cuando quieren referirse a nuestro género universal. Pues eso, la moda de los temitas abrió la veda de crear canciones insulsas con acento flamenco adobando discos de seudocantaores ansiosos de pegar un pelotazo cual Rosalías de todo a cien, inconscientes de que esas canciones de moda pueden hundir para siempre su carrera. Por ejemplo, la extendida costumbre de iniciar las alegrías con esas melodías ñoñas a modo de preludio de un tirititrán de ritmo entrecortado que, en mi opinión, logran lo contrario de lo que presuntamente pretenden. Desde que Camarón cantó aquella preciosa introducción a Campanas del alba y Mayte su Navega sola, el lodazal en el que han convertido el inicio del cante por alegrías envilece la natural belleza del cante gaditano. Esos sonsonetes cursis, para mí carentes de la flamencura mínima exigible a un postizo insertado, persiguen el éxito nunca alcanzado perfectamente definido con el adagio de “ir a la moda no incomoda”.
Innovar en la guitarra está a la vista que es fructífero y se dan pasos firmes en la natural evolución del género flamenco. Así mismo ocurre en el baile, disciplina flamenca que admite innovaciones más o menos actuales que enriquecen, no todas, el género. Pero el cante… ahí está lo complicado. Salirse de la pauta antigua no solo es difícil sino muy arriesgado y aunque hoy vivamos en la época del todo vale solo tiene valor lo auténtico, lo puro, lo que se hace con el corazón, el inmortal “cante verdad”.
Imagen superior: Israel Palacio – Unsplash
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